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Los primeros días en la casa del superintendente habían sido extrañas e incómodas para el recuperado Toni Gambino.

Por alguna singular razón, que el rubio aún no se habia detenido a pensar, Conway se había obsesionado con que el tuviera la "mejor estancia" en su hogar. Lo cual cumplía día a día junto a su hijo Gustabo, el cual no pasaba una sola oportunidad para hacerlo reír.

Al italiano le dolía decir que en la casa del viejo lo trataban mejor que en la de su infancia. Si eso no era patetico, como lo hacía sentir seguro que lo era.

No estaba acostumbrado a una vida serena. Toda su existencia se había basado en pelear por un lindo gesto, alguna palabra de aliento o la seguridad de un techo bajo su cabeza. Ahora que se lo servían en bandeja de plata no sabia como actuar.

Toni se despertaba cada día con la molesta alarma de Conway. A pesar de que dormían en la misma habitación, a diferencia de lo que creyera Gustabo, no lo hacían juntos. El italiano dormía en la cama por su "delicado" estado mientras el mayor lo hacía en un sofá raído que había comprado en una tienda de mala muerte.

Unos "buenos días" entre gruñidos dormidos era lo primero que registraba su cabeza. Al levantarse lo recibía la bizarra imagen de un Conway enojado preparándose para el trabajo murmurando improperios.

El se tomaría su tiempo, nadie lo molestaría por su lentitud aquí. Haría su rutina con parsimonia soñando con volver a su tienda y pensando en las miles reparaciones que pensaba hacer en su hogar.

Bajaría y pasaría a la cocina solo para encontrar un desayuno hecho por Gustabo y al rubio molestando a su padre con cualquier nueva gilipollez que se le ocurría.

El reiría internamente, quizás dijera un comentario o dos pero nunca abría su boca para decir algo más. Por que a pesar de lo que se dijera el rubio todos los días, el tenía miedo. Estaba absolutamente aterrorizado.

Tenía terror de acostumbrarse a esa vida. Tenía pavor en dar un paso más allá con aquellos dos hombres que sólo le habían mostrado sus mejores intenciones.

Toni es un soñador pero también es realista. Sabía que esta paz no duraría mucho, ni tampoco confiaba del todo en esa familia. Tenía en cuenta la historia de Gustabo, su historial de violencia y delitos era casi tan largo como el de Carlo. También el pasado de Conway no era el ideal. El viejo había participado en tantas guerras y redadas que el italiano dudaba de su cordura constantemente.

Sin mencionar el hecho de qué su vida y la de su familia peligraba por culpa del superintendente. Toni podía perdonar fácilmente pero nunca olvidaba.

Su abdomen había quedado, una vez más, manchado de crueldad. Odiaba ser la víctima de nuevo, tener que pasar por el panico y la ansiedad otra vez era como una burla al avance que el había logrado en los últimos años. Era volver a ver a su padre en cada rincón.

No podía permitirse bajar la guardia con Conway, no de nuevo.

"¿Un kebab y me dices lo que piensas? ¿O tengo que adivinar?"

Toni pestañeo saliendo de su ensoñación con un brinco. "O podrías dejarme tranquilo." gruñó entre dientes. Al ver la cara herida de Gustabo suspiró. "Perdón. No debería hablarte así."

El otro lo miró con fingido desinterés, pero Toni lo conocía lo suficiente para saber que estaba ocultando su sorpresa y rubor. Usualmente se debía recordar que el rubio, a pesar de su duro aspecto, aún se exaltaba con cualquier forma de amabilidad. "No pasa nada. Entiendo por lo que estás pasando."

El italiano escondió una sonrisa cariñosa, listo para escuchar cualquier tonteria que el otro estuviera pensando. "¿Ah si? ¿Te molestaría iluminarme con tu sabiduría?"

i never told you what i do for a living Donde viven las historias. Descúbrelo ahora