08: la familia chismosa

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Tener a Elliot de mejor amigo desde los ocho años había cambiado mi vida por completo, él siempre tenía algo que contar o algo oculto bajo la manga, y por supuesto que yo siempre terminaba sabiendo sus planes, la mayoría de las veces.

Y esta vez fue una de las veces que no logré descifrar lo que ocultaba.

— ¡Mira lo que encontré! —exclamó Elliot eufórico. En sus brazos llevaba un cachorro sucio y delgado.

— Cuando te pregunté porque no habías estado viniendo en las mañanas para irnos juntos no me refería a que trajeras un perro callejero —dije con un ligero tono sarcástico—. Además, tu mamá no te dejará tenerlo.

Él hizo un ligero puchero y bajó al perro que empezó a restregarse en el césped del jardín delantero de mi casa.

— Quiero llevármelo —dijo acariciando al perro que parecía contento con él.

— ¿Desde hace cuánto lo conoces?

— Lo encontré cuando fui a comprarle unas pastillas para mi papá, su carita me pedía ayuda y se la di.

Parecía un niño de siete años explicando algo que pensó que había hecho mal. Solté un suspiro y observé al perro, era delgado, pero no desnutrido. Ante mi expresión de confusión, Elliot habló:

— He estado levantándome más temprano para ir a darle comida antes de entrar a clases, y después de clases iba a darle más comida.

— ¿Y por qué hace dos días si viniste incluso a despertarme cantando?

— ¡Ah! Ese día me levanté aún más temprano para regresar a tiempo aquí después de haberle dado su comida; aposté con Ashley que podía llegar a la escuela en el auto de Sebas y no podía desperdiciar la oportunidad de ganar veinte dólares.

Él siguió acariciando a la bola de pelos que era en parte culpable de mis llegadas tarde porque Elliot era quien a veces llegaba a apresurarme para irnos. El pelirrojo cargó de nuevo al cachorro en sus brazos y me miró con ojos tristes, mejor dicho, ambos me miraron con ojos tristes.

— Quieres que vaya a tu casa y te ayude a convencer a Tamara de quedárselo, ¿no es así? —inquirí con obviedad.

Elliot sonrió ampliamente.

— Tú si me conoces.

Le sonreí, divertida. Salimos del jardín de mi casa, él seguía cargando al perrito en sus brazos, iba dando pequeños brincos de felicidad al saber que posiblemente tendría una mascota.

La residencia era grandísima con varias casas en distintas calles, doblamos a la derecha en una esquina y cinco casas después estaba el hogar del pelirrojo, observar esa casa me causaba una sensación de protección y cariño. ¿Por qué no venía más seguido aquí sí de pequeña me encantaba pasar en la casa de los Hamilton?

Detuve mi caminar al notar que Elliot no estaba a mi lado, volteé hacia atrás y él estaba de pie, abrazando al cachorro de una manera protectora. Me acerqué a él con una sonrisa para darle ánimos.

— Puede que tu mamá no le gusten las mascotas, pero confió en que nosotros podremos convencerla —dije cálidamente.

— ¿Y si no?

— Lo lograremos.

Él asintió con la cabeza y abrí la cerca de hierro que separaba el jardín de la acera. Supe que Tamara se encontraba en casa al ver su carro aparcado frente al portón de la cochera. Sin molestarme en tocar el timbre, giré la fría perilla, ella siempre dejaba sin llave cuando se encontraban en casa.

Casualidad por robo [EN PAUSA]Where stories live. Discover now