14. Deva.

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Aquella noche no tuve pesadillas, dormí del tirón, como hacía mucho que no dormía. Cuando me desperté Pablo estaba en la habitación, pero delante del ordenador.

— Buenos días. ¿Qué hora es? — Pregunté bostezando.

— Las once y media de la mañana, ¿tienes hambre?

— Un poco.

— La alarma sonó anoche, — me tensé. — pero era un zorro y no quise despertarte.

— ¿Has dormido algo?

— Lo suficiente. Vega ya se fue a trabajar, entró en la habitación antes de irse y me dijo que te iba a llamar después por lo de la casa en Jersey. ¿Te vas a ir a Jersey?

— Vega me ofreció quedarme en la casa de vuestra tía, una temporada, por si aquel tipo se cansaba de mí.

— No es mala idea.

— Voy a ir a cambiarme y me voy a ir a casa, quiero comprar otro teléfono móvil y lanzar este al río.

— ¿Quieres que te acompañe?

—Traje el coche, no te preocupes.

— Sí me preocupo. Llámame si ves algo raro, hoy trabajo desde casa y puedo acercarme en cualquier momento.

— Gracias. Y gracias por compartir tu cama, he dormido muy bien.

— Ya te he visto. Puedes venir cuando quieras, lo digo en serio.

— Te tomo la palabra.

Me cambié en el cuarto de baño sin quitarme la camiseta que llevaba puesta, la lavaría en casa y se la devolvería limpia. Cogí las llaves del coche, mi móvil y la carpeta que seguía encima de la mesa y me marché al centro comercial. Compré un móvil igual que el mío, cambié el número de teléfono y me senté en una cafetería mientras pasaba los contactos al nuevo hablando a las chicas para mandarles mi número nuevo. Hice lo mismo con mis padres, Pablo y algunos amigos más y caminé al baño. Tiré de la cadena y la tarjeta se fue con el agua, del móvil ya me encargaría más tarde.

Conduje hasta mi casa y antes de bajarme metí la carpeta en la guantera, no estaba segura de querer leer lo que había dentro y necesitaba tenerla en algún lugar seguro, nadie iba a mirar en la guantera de mi coche. Saqué las llaves mientras caminaba hacia casa y abrí la puerta en silencio, no escuché nada y entré.

Caminé hasta la cocina mientras me quitaba la sudadera y la lanzaba al sofá, necesitaba un café y llamar a Vera.

— Por fin llegas. — Escuché. — Pensé que iba a tener que ir a buscarte.

Me giré muy rápidamente y le vi sentado en el mismo taburete en el que yo había estado sentada mientras su amigo me cosía. Sopesé mis posibilidades y me giré para salir de allí pintando.

— Deja de correr, ya sabes cuál va a ser el resultado. — Miré hacia la puerta del jardín con sus dos candados bien puestos y volví a mirarle a él. — Las puertas están cerradas, Deva. Ahorra energías, no te va a servir de nada correr. Aunque tengo que admitir que me gusta que lo sigas intentando.

— ¿Qué haces en mi casa?

— Esperar a que llegases, quiero enseñarte algo.

— No lo quiero ver.

— Lo vas a ver igual.

Di dos pasos hacia atrás.

— ¿Qué me quieres enseñar?

— Ven aquí y lo verás.

Estaba loco si pensaba que iba a acercarme a él por mi propia voluntad.

— No me gusta repetir las cosas.

— Ni a mi que entres en mi casa así y me sigas.

— En mi defensa tengo que decir que cuando llegué llamé a la puerta, pero nadie me abría y tuve que abrir yo. — Se encogió de hombros. — Ven aquí.

Me quedé en el mismo sitio en el que estaba.

— Muy bien. — Dijo.

Se levantó caminando lentamente hacia mí y quise correr, pero mis piernas no estaban de acuerdo con aquello y se quedaron plantadas en el mismo sitio. Mi cabeza me decía que tenía posibilidades de llegar a la entrada y salir, pero mi cuerpo seguía sin moverse. Él no tenía prisa, caminó despacio hasta quedarse a un metro de mí sin dejar de mirarme.

— Ayer dijiste que aquel chico iba a venir a instalar una alarma de seguridad, ¿no? — Le miré confundida. — ¿No? Porque a eso era a lo que venía, ¿verdad?

— Sí.

— Pues me he tomado la molestia de poner una sistema de alarma en tu casa y algunas cámaras fuera. Ven, te lo enseño.

— Alec...

—Me encanta escucharte decir mi nombre.

Su mano cogió mi muñeca y tiró de mí hasta la cocina, apartó el taburete y me senté delante de mi propio portátil.

— ¿A qué hueles? — Me preguntó tirando de la camiseta que Pablo me había dejado.

— Las alarmas que me iba a instalar era para evitar que siguieras entrando en casa, no sirve de nada que las instales tú.

— Creía que habíamos dejado claro ya que nadie iba a venir a ayudarte.

Le miré de reojo y desvié la vista hacia el portátil.

— Si alguien entra en tu casa sin poner el código la alarma sonará y...— Empezó a decir.

— Y vendrá la policía.

— Y vendré yo, o alguno de mis chicos si yo no puedo.

Empecé a saturarme.

— He instalado dos cámaras, una en la que puedes ver la entrada y otra donde ves la parte de atrás del jardín.

— Estupendo. — Contesté con sarcasmo y aquello le hizo reír.

— No creas que me he olvidado de tu castigo.

—¿Qué castigo? — Pregunté con cautela.

— Por desobedecerme.

Abrí la boca para decirle que le odiaba, que se pudriera en el infierno y que era un psicópata que necesitaba ayuda.

— Yo que tú elegiría muy bien tus próximas palabras, no me gustaría tener que llamar a Daren para que cosa otras partes de tu cuerpo.

— Vete de mi casa.

Su risa resonó por toda la estancia, dejó un beso en mi cabeza y se marchó por la puerta cerrando con una llave que no tenía ni idea de dónde la había sacado. Miré por las cámaras que él mismo había instalado y cuando se marchó me metí en la ducha para quitarme aquel beso del pelo y relajarme.

No puedo escapar.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora