Día 6: Una condena eterna.

384 30 0
                                    


Cuando conocí al señor Zhongli me pareció un hombre apuesto y verdaderamente culto, gracias a su magnífica voz podía escucharlo contar sus historias sin cansarme, pasamos tanto tiempo juntos al punto que me enamoré perdidamente de él.

Entonces, ¿Quién era el hombre sentado enfrente de mí? ¿Cómo podía beber té tan tranquilamente cuando los habitantes de su nación no paraban de gritar por ayuda entre llantos?

—Querida. —me llamó reposando la taza sobre su respectivo platito, mirándome preocupadamente con aquellos orbes dorados llenos de brillo. —¿Estás bien? —preguntó seriamente provocando que una pequeña risa se escapara de mis labios.

Todos estaban muertos, incluso Paimon lo estaba. Sus cadáveres no estaban muy lejos de donde nos encontrábamos, el simple recuerdo de que como ese arconte mato cruelmente a todos aquellos que se opusieron a nuestro "amor" me revolvía el estómago, sus gritos de ayuda aún nublaban mi mente, el simple hecho de no haber podido ayudarlos por estar atrapada entre rocas me hacía sentir una impotencia terrible.

—Eres un cínico. —escupí con asco. —¿Estar bien? ¿Cómo podría yo estar bien en el mundo que tanto me sacrifique por proteger y que ahora solo se reduce a cenizas por tu culpa? —hablé indignada sintiendo como mis ojos se nublaban por las lágrimas. —Mis hermanos, Paimon, los arcontes e incluso Celestia. Todos han sido destruidos por ti. —inevitablemente mi voz se quebró al mencionar a todos los que en algún momento fueron mis amigos y familia, pero que ahora no eran más que simples cuerpos sin vida.

—Era necesario (Y/N), se interponían entre nosotros. —afirmó Zhongli con el ceño ligeramente fruncido.

—Ellos solo trataron de ayudarme a regresar a casa. —los defendí notando como mi cuerpo temblaba ligeramente por la rabia.

—Te equivocas cariño, tu hogar estará donde estoy yo, ellos estuvieron a punto de alejarnos. —cada palabra que salía de su boca me parecía más absurda que la anterior.

—No, tu jamás representaras nada amoroso o seguro para mi. ¡No eres más que un maldito desquiciado! ¡Te odio! —le grité sin pensarlo mucho, algo de lo que me arrepentí automáticamente.

—¿Qué dijiste? —preguntó el pelinegro sombríamente provocándome un escalofrió.

—Y-yo, n-no quise...—tartamudeé asustada tratando de disculparme, sin embargo, fui interrumpida cuando en un abrir y cerrar de ojos mi espalda chocó contra la mesa con tal fuerza que me sacó todo el aire.

—Mi querida y preciosa (Y/N), sabes que odio tener que hacerte llorar, de verdad lo detesto. Sin embargo, no me dejas más opción que castigarte, cosa que aborrezco ya que siempre terminas con unas horribles lagrimas arruinando tus hermosos ojos. —se quejó apenado limpiando delicadamente mis mejillas. —¿Cómo debería hacerlo? La última vez que te encerré en tu cuarto trataste de escapar, además, realmente golpearte no sería mi estilo. —reflexionó mientras tomaba mi mano para entrelazar sus dedos con los míos. —¡Ya sé! Desde la última vez que elimine a uno de esos estorbos no has intentado lastimarte. —recordó con emoción.

—No. Por favor, no. —rogué aterrorizada, pues sabía muy bien que ese castigo significa torturar y asesinar a uno de los pocos amigos que me quedaba delante mio. —Hare lo que quieras, pero déjalos a ellos en paz. —agregué sintiendo como acariciaba dulcemente mi mano.

Una risa macabra se escapó de sus labios a la par que me halaba del brazo para que me sentara.

—En ese caso, quiero que firmes un contrato. —dijo haciendo que aparezca una hoja de papel brillante con letras negras junto a una pluma. —En él se estipula que me pertenecerás, vas a amarme y respetarme hasta con tu último aliento: tus pensamientos, tus miradas y tus sonrisas. Todo será mío. Claramente igual, yo seguiré siendo completamente tuyo y te amare sin importar cuantos días pasen, incluso, ni siquiera la muerte será capaz de separarnos. —la tranquilidad con la que explicaba todo era espeluznante. Podía sentir como aquellos ojos dorados de dragón me observaban con un deseo inhumano. —Pero recuerda, no me reprimiré en tomar acciones si lo rompes. —advirtió tétricamente, no tenía que hablar mucho para hacerme entender a lo que se refería.

—Está bien, lo firmare. —contesté al poco tiempo tomando la pluma y firmando el papel, algo que él también hizo tan pronto yo terminé.

—Realmente me haces muy feliz (Y/N). —confesó sonriendo satisfecho a la par que acariciaba mi rostro suavemente. —Eres la joya más preciosa que he visto jamás. —susurró acercándose a mi para darme mi primer beso.

Cuando fantaseaba con este momento no se parecía en absoluto a esta triste escena, aunque trataba de buscar en mi corazón el mínimo sentimiento de satisfacción no podía encontrarlo, era simplemente deplorable.

Él hombre con el que alguna vez imagine casarme me había quitado todo: mis amigos, mis poderes, mis sueños e inclusive mis ganas de vivir. Ahora mismo estaba teniendo sus labios junto a los míos, pero en vez de querer profundizar aquel beso, yo solo quería salir corriendo.

Que idiota fui, si tan solo obtuviera el milagro de regresar en el tiempo, si tan solo tuviera una mínima oportunidad de advertirle a mi yo del pasado que simplemente regrese casa en silencio. No obstante, aquello no era más que una simple fantasía, jamás podría escapar de las garras de este ser egoísta, lastimosamente ya había condenado a Teyvat y a mi misma de por vida.

7 Días, 7 One-shots para Zhongli.Where stories live. Discover now