01: El niño sin nombre

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No quiso dejarlos atrás, realmente no quería. Pero si regresaba, todo habría sido en vano.

—Iban a matarnos. Iban a matarnos. Iban a matarnos.

Recitaba aquello con cada paso que daba entre los árboles secos del perímetro de la base experimental. Trataba de no rendirse a medio camino cuando escuchó los refuerzos llegar. Continuó corriendo a sabiendas que si se detenía por dos segundos, lo atraparían. Para eso fueron creados.

Corrió toda la noche escuchando a los perros de caza perseguirlo a la distancia, se escondió como pudo de los helicópteros con sus potentes reflectores que lo cegaban de vez en cuando. Se escondió en la grieta de uno de los árboles para tratar de curar su herida en la pierna, si no lo hacía, el rastro de sangre lo delataría en cualquier momento. 

No había terminado de atar un pedazo de su camisa rota a la pierna cuando volvió a escuchar a los perros. Continuó con su huida hasta que llegó a un río. Sabía que era mala idea, no sabía nadar, ni siquiera había salido de la base antes. Los pasos acercándose precipitadamente lo impulsaron a tomar una decisión.

El agua del río pudo haberle congelado los huesos incluso, pero no pensaba morir en manos de las personas que lo retuvieron toda su vida, así que saltó y la corriente lo arrastró de manera violenta hacia los rápidos. Trató de protegerse como pudo de las rocas filosas que rasgaron lo que le quedaba de ropa, pero el frío y sus heridas no le permitieron hacer más. Se dejó llevar y en algún momento de la noche, perdió la conciencia pensando que finalmente moriría.

El señor Choi estaba pescando como de costumbre acompañado de su fiel perro Don cuando un pequeño cuerpo llamó su atención. Se apresuró a llevar al niño a su pequeña cabaña a un lado del río, dándole calor en lo que curaba sus heridas: el corte profundo en su pierna, un par en los brazos y el de su cabeza.

Estuvo inconsciente por un par de días y cuando finalmente abrió los ojos lo primero que vio fue a Don mirarlo con atención desde el borde de la cama. Lo miró fijamente y antes de que el labrador emitiera sonido alguno, el señor Choi entró a la habitación acompañado del médico del pueblo, Zeke Bachmman.

—¡Oh, ya está despierto! —dijo con alegría el pescador.

Él no dijo nada mientras el doctor lo revisaba. Estaba bastante desorientado y confundido y al parecer, ambos adultos se dieron cuenta.

—¿Dónde están tus padres, amigo? —preguntó amablemente el doctor después de asegurarles que la temperatura corporal del menor estaba dentro del rango normal y que sus heridas estaba cicatrizando bien.

El niño se encogió de hombros. 

—¿Cómo te llamas? ¿Cómo es que terminaste en el río?

—No recuerdo. 

Era la primera vez que hablaba en mucho tiempo y su garganta escoció por ello. El perro del pescador se acercó al niño y se recostó a su lado en busca de calor, el invierno estaba cerca y las temperaturas descendían mucho más temprano que de costumbre. El pescador y el doctor pensaban que era un milagro que el niño sobreviviera a tales cambios bruscos de temperatura en la intemperie.

El doctor dejó de hacerle más preguntas y al cabo de un rato se fue, no sin antes aconsejarle al  señor Choi que busque a los padres del niño cuanto antes o lo lleve al albergue por precaución antes del invierno.

Cuando regresó a la habitación, el pequeño niño acariciaba a Don con una amplia sonrisa. Vio un brillo particular en los ojos del niño y cuando este se giró a verlo, sus ojos se curvaron un poco más casi cerrándose por completo por el gesto.

—Es suavecito. —Dijo encantado. 

Don estaba más que complacido con las caricias y el señor Choi no tuvo corazón para decirle a ese niño —que lo más probable es que sea huérfano— que tendría que irse al albergue del pueblo.

—Sí, lo es. —Se acercó con cautela a la cama y se sentó al borde del colchón—. Soy Choi y él es Don. —Se presentó estirando la mano y el niño, sin saber qué se suponía debía hacer, tan solo la miró ladeando la cabeza.

—¿Qué son un Choi y un Don? 

El pescador no puedo evitar reír por la pregunta.

—Son nombres. Nuestros nombres.

El niño volvió a ladear la cabeza, al pescador le causó ternura el gesto. Se preguntó qué edad tendría.

—¿No tienes un nombre? —Insistió nuevamente.

—No lo sé. —Arrugó el entrecejo pensativo—. ¿Qué es un nombre? ¿También soy un Choi? 

Choi pudo asegurar que aquel niño no pasaba de los seis años considerando su delgadez, pero el desconocimiento de cosas tan básicas como esa lo dejó pensando. Era muy probable que aquella criatura no hubiera tenido mucho contacto con otros seres humanos. 

—Los nombres son palabras que nos sirven para distinguir cosas, personas, animales. Todos tenemos un nombre, los animales y cosas también.

El niño asintió entendiendo.

—¿Puedo tener un nombre? —preguntó y en cuánto vio al pescador asentir aplaudió emocionado.

—¿Cómo quieres llamarte?

Una vez más, el niño se quedó pensando. Su ceño se arrugó de nuevo y entrecerró los ojos concentrándose. Choi casi pudo ver los pequeños engranajes de su mente girando.

—Hyunjin. —Lo llamó de repente.

El niño levantó la mirada y pestañeó mientras procesaba lo que acababa de escuchar.

—¿Eso es un nombre?

—Sí. ¿Te gusta ese nombre?

—Hyunjin. —Repitió para sí mismo en voz baja un par de veces. Don que estaba dormido en su regazo se removió con curiosidad por el ruido. Luego de un rato sonrió nuevamente formando las medialunas en el proceso—. ¡Me encanta!

Choi no podía dejar a esa criatura a su suerte. No cuando se abalanzó hacia él y lo abrazó en agradecimiento. No cuando Don, a quien no le gustan los extraños en absoluto, estaba tan encariñado con el niño que ni se inmutó por el repentino movimiento tan solo observándolos con pereza. No cuando aquel niño podría tener la edad de su hijo.







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