PARTE I. Capítulo 1. Insufrible

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Nuestra historia comenzó el segundo día del segundo curso en la facultad de periodismo. Estaba sentada contigo y con Silvia. Tú y ella habíais terminado ese verano, aunque nunca me explicó demasiado sobre el tema; pero, en fin, a mí lo que me preocupaba era que no se deshiciera el grupo. Cuando hay una ruptura, lo normal es que uno de los dos se sienta incómodo y se aleje. A mí me daba pena que os pudiera pasar eso. Yo apoyaría a Silvia en todo, claro. Es mi mejor amiga de siempre. Mi hermana. A ella no la iba a perder, pero temía que tú te alejaras.

—¿Te has alisado el pelo? —le pregunté a Silvia. Siempre me ha encantado su pelo afro, el cual le caía con un volumen espectacular sobre sus hombros.

—Sí, me apetecía —contestó a la vez que se encogía de hombros y asentía con semblante melancólico. Supongo que tenerte al lado sin estar juntos se le hacía raro.

­—¡Joder, qué bueno está! —exclamé en cuanto entró Piero. Era la primera vez que lo veía.

—Sí, ya lo vi ayer —explicó Silvia—. ¡Está tremendo! Debe estar de Erasmus. Creo que es italiano.

—Mmm, interesante.

—Buf, vaya prepotente —mascullaste sin apenas levantar la vista. Recuerdo que estabas dibujando un manga de los tuyos con un boli azul en una hoja de cuadros.

—Dices eso porque te molesta lo bueno que está —te repliqué.

—Anda, Sara, qué sé yo de eso.

—Los tíos siempre decís lo mismo. Y, sin embargo, ¿sabes qué? Claro que lo sabéis. —Me miraste con esa suficiencia tan insultante que te sale a veces—. Los jueves solíamos ir Jon y yo a cenar algo a El Rincón de Marc antes de ir al cine. Uno de esos jueves entró Antoine...

—¿Antoine? —preguntaste con cara de asco—. ¿Antoine sale los jueves? —No quería reírme por un comentario hiriente, aunque no pude evitarlo. Alzaste la vista y me miraste—. Es más, ¿Antoine sale?

—No seas cruel, Tristán —intervino Silvia—. Es un buen tío.

—Sí, sí, no digo lo contrario, pero raro... es raro de cojones.

—Bueno, la cosa es que me levanté a hablar con él. Jon se quedó mirando el partido en el móvil tan tranquilo.

—Ya, ¿y? —dijiste, lacónico.

—¡Déjame acabar, agonías! —contesté un poco molesta ya—. Pues pedimos otra cerveza y unos nachos.

—Muy relevante para la historia, sí.

—Vaya borde que estás hoy, ¿no? No te cuento más.

—¡Perdón! Sigue, por favor. Me muero por saber si echasteis queso o guacamole.

—¡Imbécil! —me levanté y me senté tres mesas más adelante.

Vi que Piero miraba a un lado y a otro, desorientado. El resto de la gente entraba y se sentaba, con lo que apenas quedaban sitios. Vio el asiento que yo tenía al lado y se acercó. Traté de no mirarlo, pero aquellos ojos negros me traspasaron. Aparté la vista, aunque sentía que estaba a mi lado y me puse a temblar como una colegiala.

—¿Io posso...? —señaló hacia el asiento libre. ¡Lo que faltaba! Con ese acento tan italiano terminé por derretirme.

—Sí, siéntate —le ayudé a finalizar la frase.

Lo miré mientras se sentaba. Era alto y de tez morena, con los pómulos muy marcados y labios carnosos. Un Adonis, vamos. Me pareció un poco hortera el pelo engominado hacia atrás. "Muy italiano", pensé. Lo demás, ummm. Se quitó la cazadora de cuero. Llevaba un suéter ajustado negro de cuello cisne que le marcaba los pectorales y dejaba entrever unos brazos fuertes y bien definidos. Inconscientemente, me mordí el labio inferior. Miré hacia atrás para llamar la atención de Silvia. Me miró y le señalé a Piero. Ella asintió repetidamente. Tú levantaste la vista y miraste de reojo a Silvia con desaprobación.

Hasta que te odiéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora