Capítulo 18. En familia

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¡Joder! ¿Por qué no me di cuenta de que aquella era la mirada de quien te ama con toda el alma, de alguien que daría todo por ti? ¿Por qué coño no te abracé hasta que me sangraran las manos?

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Dejo aquí un vídeo de un minutito como adelanto de lo que pasará en los capítulos de esta tercera parte de la novela.

La sala de espera parecía haberse quedado sin aire y me estaba ahogando. Necesitaba respirar. Salí al pasillo y allí estabas. Aparentaste caminar, pero, en realidad, te había visto de pie, quieto, como si llevaras esperando toda la mañana sin hacer nada.

—Solo venía a saber si había novedades —dijiste con voz suave—. Y a ver cómo estabas.

—Sigue en quirófano. ¿No trabajas?

—No, hoy no.

—¿Es festivo y yo no sabía nada?

—En algún sitio del mundo lo es.

—¿Clase? Tampoco.

—Día libre: es el día mundial de los manatíes.

—Ya. El mundialmente celebrado día de los manatíes. ¡Cómo se me habrá olvidado! Te invito a un café, anda. Y, recuerda, soy una experta en la semiótica de la mentira.

Al mencionarlo, se me vino a la mente que teníamos que haber hecho la presentación el día anterior. No lo había recordado ni por un momento.

—¡Ay, no hemos hecho la presentación! Lo siento, ni me he acordado.

—No te preocupes por eso. La profesora me ha permitido hacerla solo.

Tras un rato en la cafetería, quería volver con Fran y mi padre.

—Voy para la sala de espera. ¿Vienes?

—No, pero estaré por aquí cerca. He traído... —Señalaste la mochila.

—Imagino: la tienda de campaña, comida, portátil, antena wifi... —Sonreíste—. Ven allí con nosotros.

—Tranquila, si necesitas cualquier cosa me mandas un mensaje.

—Porfa.

Mi voz sin fuerza, junto al nudo en mi garganta que me impedía decir nada más, te convencieron. Fuimos a la sala de espera y le diste un abrazo a Fran. Después, mi padre se levantó para saludarte. Estrechasteis la mano, pero de inmediato lo abrazaste; noté cómo mi padre se emocionaba.

Tras la operación, cuando nos llamaron para informarnos, tú quedaste en la sala de espera con Fran, mientras mi padre y yo entramos a hablar con el cirujano.

—Hemos tenido que extirpar los dos senos y un lóbulo del pulmón derecho que estaba afectado —nos informó.

Se confirmaba el peor presagio. Solo faltaba esperar. Esta vez, mamá se tuvo que quedar en el hospital el fin de semana. El lunes volvió a casa y el miércoles de la semana siguiente empezaba la quimioterapia. Nos explicaron que el intervalo entre la cirugía y el inicio del tratamiento solía estar entre las cuatro y las seis semanas. Sin embargo, no había tiempo que perder y el beneficio de comenzar el tratamiento temprano podía superar el riesgo de complicaciones, como infecciones y problemas de cicatrización.

Fueron semanas muy duras. Papá y yo fuimos a la primera sesión de quimioterapia con mi madre. Todavía estaba dolorida y cansada de la operación. Estuvimos en el centro de salud más de dos horas. La enfermera nos explicó todo el proceso mientras preparaba la infusión de paclitaxel y gemcitabina. 

Hasta que te odiéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora