Prólogo

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El sonido que sale de la cerradura me resulta estremecedor, por alguna razón que no logro discernir. No pienso demasiado en ello con la intención de alejar los pensamientos negativos que casi siempre se hacen realidad.

—Mimi, he llegado.

Silencio.

Atravieso la sala y abro la puerta que da al pequeño jardín.

—Mimi, ¿quieres pastas?

Nada.

No sale a recibirme, emocionada como siempre, al reconocer el sonido de la palabra «pastas». No sisea su característico saludo casi inaudible que crea una promesa de cambio, esa que me otorga un permiso para acariciarla mientras parto con las uñas los largos fideos. Observo alrededor hasta que diviso una bola de pelo grisácea bajo las margaritas. La realidad me atraiesa como una espada.

—¡No! —se me escapa el dolor aunque desee retenerlo.

Tomo al animal en mis manos sin el menor cuidado. Me arde la piel de la cara yveo borroso a causa de las lágrimas, pero mi ira es mayor. Tal vez si el animal fuese negro, mi ira no sería un eterno crescendo. ¡Pero era gris! ¡Un insulso gato gris!

El animal, que por fin parece ser realmente consciente del peligro que corre, clava sus uñas en mi carne con toda la fuerza que su escuálido cuerpecillo le permite. Observo el líquido escarlata surcar mi piel, pero no disminuyo mi avance, por el contrario, me muevo más deprisa. Me laten las sienes. Salgo de casa sin molestarme en cerrar. ¿Para qué? Lo único valioso que residía allí ahora se encuentra en el estómago de este asqueroso gato. Lo estrujó con más fuerza. ¡Maldito animal! Aporreo la puerta de al lado con mi puño derecho. El gato trata de zafarse, sin éxito, clavando ahora sus dientes con ímpetu. Le doy una patada a la absurda puerta de madera y el sonido parece reverberar en mi cabeza generándole más dolor.

—¡Si no sale a recibir su repulsivo animal puede que en algunos instantes no respire más!

La puerta de abre y la mujer me quita el animal tan rápido que me quedo atónita. Me siento entonces como si estuviera fuera de mi cuerpo, viéndome con pesar, alternando el enfoque de mi mirada entre las lágrimas de mi rostro y las plumas adheridas con sangre a las garras del felino.

—¡Maldita loca! Hablaré con Gertru para que se encargue de echarla de aquí.

Que la dueña de la casa dé por finalizado mi contrato de arrendamiento me trae sin cuidado. ¡Como si algo importara aún!

Tal vez sí estoy loca. Hace tiempo que pienso en ello. ¿Existe algún parámetro para determinar si el dolor que me atraviesa me eempuja aún más al borde del abismo?

Quizá hace mucho tiempo atravesé aquel umbral y ahora me encuentro en un punto de no retorno

La imperfecta dualidad del amorWhere stories live. Discover now