La imperfecta dualidad del amor

¿Y si es un demonio lo que ves?

Esperar a Alma en la grada se ha transformado en casi un ritual. Una semana de pequeñas charlas en la entrada. He descubierto que sus ojos son cafés, que siempre lleva el rostro libre de maquillaje y que sus labios son de un tono rosa pálido.

El día era agradable, por el contrario, era el mismísimo infierno lacerándome una y otra vez. ¡Un veinticinco de marzo!, el día en que todo se fue al carajo.

Me siento en la grada con parsimonia, saco el encendedor y contemplo la llama. El sonido de unos pasos en la calle me hace levantar la mirada.

—Hola, Julia —me saluda con una sonrisa ladeada, y aquel gesto me recordó a Gael.

Me tenso.

—¿Qué ocurre? —suelta las cosas en su escalón y se acerca a mí. Me toma las manos con preocupación—. ¡Afloja, te haces daño!

Observo mis manos entre las suyas, tengo las uñas incrustadas en la palma. Aflojo y puedo ver las heridas causadas por cada uña. Alma acaricia mis heridas con sus pulgares ocasionando me un escalofrio. Se sienta a mi lado y me abraza. Aquel gesto tan dulce hace que se me encoja el corazón y el llanto me invade sin previo aviso. Me limpió la cara con el saco. Conozco tan poco a la mujer que tengo al lado y ya me parece un hermoso ser humano. No debería estar cerca de mí.

—Deberías irte —susurro sin verla a la cara porque creo que mis emociones me volverán a sobrepasar.

—¿Por qué?

Llevo la mirada a las palmas de mis manos, me siento diminuta. Alma, ¿y si es un demonio lo que ves?

Alma me observa con ternura.

—Sabes, tengo un libro que podría gustarte. —se levanta y se estira a coger un libro de la grada—. Toma —me lo da—. Ahora ve a descansar. Las cosas se verán con mejor semblante por la mañana. ¿Está bien? —Asiento.

Reviso la cubierta. «Delirio» de Laura Restrepo. Lo dejo sobre el escritorio junto a las otras cosas.

Observó la portada y en mis pensamientos se instala la imagen de Alma. Su sonrisa dulce se cuela y me arranca una a mí, la primera en años, y eso duele más.