¿Somos realmente libres?

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El destornillador gira sin que sea consciente de lo que hago. Trabajo de forma mecánica sin dejar de ahogarme en el pasado. Los recuerdos se suceden unos a otros. Lluvias torrenciales. Tormentas eléctricas. Huracanes. Mi padre, mi hermano, Gael, Javier, Mimi.

Una fuerte música comienza a sonar. En la canción se oye un chillido que me hace arrojar el destornillador en un acto involuntario. ¡Maldita sea! Paso las manos por la cabeza en una acción ansiosa y desesperada. ¡Así me es imposible concentrarme!, ¡y debo entregar ese maldito computador mañana! Tomo el destornillador, le quito el tornillo de la punta y lo deposito en la pequeña cajetilla junto a los demás. Guardo el destornillador en el bolsillo. Necesito despejarme.

Salgo a tomar aire. Me siento en la grada observando las farolas. La gente casi no transita ya. La música resuena en mi cabeza, tan fuerte y abominable como mis recuerdos. Saco el destornillador y comenzo a pasarlo por la palma de mi mano. Observo la cicatriz de mi muñeca derecha y, en un acto involuntario, la acaricio con la punta del destornillador. Los recuerdos surgen a borbotones. El rostro de Gael se hace nítido y recuerdo entonces sus ojos oscuros llenos de reproche. Destruí su corazón y no sé qué sentimiento es más fuerte, si la sensación de satisfacción o de culpabilidad.

-Hola, Julia.

Tiro de la manga del saco con apuro y con nerviosismo. No quiero que vea la cicatriz. El sonido del metal atrae su atención. Se me cayó el destornillador. Alma lo recoge y lo observa con curiosidad, luego a mí. Siento que ha visto la cicatriz. En mi mente danza el episodio del sacapuntas, ¡sabe que pensaba lastimarme!

-Reparo cosas -me apresuro a decir, antes de que ate cabos.

Algo irónico, dado que no puedo reparar mi corazón.

-¿Qué reparas? -indaga con su mirada fija en mí.

-Teléfonos y computadoras.

Rexuerdo el rostro afable de Javier.

-Tienen una gran fiesta... -comento, algo extrañada porque el ambiente parece alegre y ella parece querer estar fuera, en vez de dentro disfrutando de la celebración.

-Sí, bueno, no soy mucho de fiestas. -Se sienta a mi lado-. ¿Qué hay de ti?

Javier ya no esta, ni mi padre, ni mi hermano. ¿Para qué querría una fiesta? No tengo familia con la cual celebrar.

-Tampoco. -Me levanto en trance, avanzo hacia la entrada, y justo cuando voy a abrir la puerta, vuelvo a reparar en la presencia de Alma-. ¿Quieres pasar?

Alma parece pensárselo, pero luego me sigue. La invito a sentarse.

-Es un poco tarde para un café. ¿Te apetece algo de vino?

-Está bien

Vuelvo con una botella y dos copas. Deposito el líquido dejándome embargar por su aroma. Le entrego una y me siento a su lado. Siento su mirada intensa y una incomodidad me invade, como si fuera transparente, un libro abierto. Se desata un silencio extraño, no exactamente desagradable, todo lo contrario. Es agradable sentir a alguien a mi lado. Cálido.

Alma desvía su mirada hacia el brazo del sofá, donde reposa boca abajo el libro que me prestó.

-Lo estás leyendo... -susurra con dulzura.

-Sí.

Alma me sonríe. Su mano atrapa la mía y un cosquilleo me invade. La acaricio por el dorso y luego la giro, rozando con sus dedos mi palma. Siemto mi respiración agitarse. No me atrevo a mirarla.

-Puedes hablarlo conmigo, si quieres.

No entiendo a qué se refiere, no hasta que miro la parte de mi palma que cosquilleo, donde Alma dibuja sus caricias. Cierro las palmas de prisa. Me avergüenzo de mis heridas, de lo patética que soy y de lo que estâ empezando a despertar en mí. Quiero hablar con alguien, lo necesito. Se forma un nudo en mi garganta, una presión tan intensa que amenaza con desintegrarse, con hacerme explotar. Siento que la ansiedad me recorre como hormigas, quiere devorame, engullirme, ¡y estoy tan cansada! tan cansada de luchas las batallas que me acechan a cada instante. Busco el destornillador en mi bolsillo, pero su mano captura la mía antes de alcanzarlo. Me da un apretón cariñoso y luego me libera, escala hasta hallar mi rostro y levanta con ternura. Reclama mi mirada y yo la observó. Su mirada me quema y me desarma. Respiro con demasiada fuerza en un intento absurdo por calmarme, por mantener mis opciones a raya, pero sé que hace mucho que no controlo ni entiendo lo que siento. Se me escapan las lágrimas, con furia y a borbotones. ¡Maldita sea! Apreto las manos, clavando las uñas en mis palmas, pero Alma es más rápida. Me toma las manos y las junta, capturándolas con la suya en un acto gentil. Saca un labial de su bolsillo, extiende mis manos sobre sus piernas y comenza a garabatear sobre mis palmas.

-¡Listo! -concluye.

Observo de cerca. Hay una frase: «No tienes que pasarlo sola» Alrededor de las letras hay estrellitas, flores y corazones. Acerco mis manos para disfrutar del aroma que emana del labial. Se me encoge el corazón y no puedo contener el llanto. ¡Odio que derribe mis barreras de esta manera! Alma solo me abraza, sabe que no quiero hablar, y para ella está bien. Me atrapa en un abrazo tan intenso que me siento desfallecer.

-O puedo abrazarte cada vez que lo necesites... -me susurra al oido.

¿Por qué quiere ayudarme? Tal vez tiene debilidad por las cosas rotas.

Comienza a dibujar caricias desde mi cabeza hasta mi espalda, saltándose mi cabello recogido. No soy consciente de cuánto tiempo paso en sus brazos, solo de su aroma, que se mezcla con la del labial.

-¿Somos realmente libres? -pregunto, más para convencerme de las ideas que me taladran que por hallar una respuesta en sí misma.

-Nacemos libres -sentencia-, y nos encadenamos a medida que crecemos.

Recuerdo todos y cada uno de los sucesos significativos de mi vida. Un lastre mayor cada vez. Alma tiene razón.

Me acomodo, buscando quedar más cerca de su cuerpo y prolongar su abrazo hasta hacerlo infinito, pero el destornillador en mi bolsillo me talla. Me separo un poco para sacarlo y lo dejo sobre la mesilla. Vuelvo, tímida, a su abrazo.

-Así que reparas cosas... -asiento con la mirada perdida en sus clavículas.

-¿Qué hay de ti?

-Soy profesora de lengua castellana.

Me dice que pidió el traslado para estar cerca de su padre, que está enfermo; que antes daba clases en la capital. No percibo mucho más aparte de su cercanía y su calor. Su teléfono suena, la reclaman en la fiesta.

-Debo irme. -Me separo sin ganas.

La acompaño a la puerta. Alma se acerca, atrapa mi mano y deja un besito en mi mejilla.

-Ven a cenar conmigo mañana -susurra. Asiento-. Paso por ti a las siete.

Recuerdo las incontables veces que Javier me dijo que debía perseguir lo que me hiciera sentir bien, lo que me hiciera feliz. Alma me hace sentir aceptada y comprendida, es más de lo que puedo pedir.

La imperfecta dualidad del amorWhere stories live. Discover now