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Al caer la noche, Clara volvió a la base por cortesía de Alejandro. La llegada al lugar fue silenciosa, no era excesivamente tarde, más no había nadie pululando por las grandes dimensiones de la base. Fue el día libre de Los Vaqueros, y Clara ya estaba incluida en esa familia.

— ¿Un buen día en la ciudad, Clarita? —preguntó Alejandro bajando del vehículo. A continuación abrió la puerta para que Storm saliera.

— Ya lo creo, gracias por dejarme salir hoy, coronel. Lo necesitaba.

— Me alegro por ti, mija. Mañana tendrás otro día libre, no estaré para guiarte.

— ¿Alguna misión super secreta de las vuestras? —preguntó alzando una ceja.

— Me temo que sí, Ghost y Soap vendrán conmigo. Por cierto, ¿hay algo entre tú y Soap?

— No, solo somos amigos. —Desvió su respuesta, no queriendo dar a Alejandro señales de que sentía algo por el escocés. Bostezó señalando su evidente cansancio ante el coronel—. Necesito descansar. Que tengáis suerte mañana, Alejandro.

— Que descanses, chica. Gracias.

La mañana a continuación fue aún más tranquila que la noche anterior. En la base solo se oía el sonido del viento y los ladridos de los perros que entrenaba Rudy, entre ellos Storm. Clara no tenía a Johnny, pero tenía a su amigo de cuatro patas con el que pasar el día.

Se dirigió a las jaulas donde dormían los canes por la noche, encontrándose al moreno grisáceo abriendo la última de ellas de la que salió disparado Storm junto a otro perro. El primero, obviamente, corriendo hacia Clara y poniéndose a su altura comiéndosela a besos.

— Buenos días, Rudy ¿Puedo tomar prestado a Storm unas horas?

— Claro chica, todo tuyo —contestó atando a los otros perros con sus correas.

— ¿Cómo es que tú no has ido a la misión?

— No requerían más personal, se llevaron varios vehículos para la extracción. Voy a salir con ellos, planeaba llevarlos a un lago de los alrededores. ¿Quieres venir?

Esa idea le pareció mejor que pasar un día monótono en el cuartel o en su dormitorio a la espera de que volviera Soap. Asintió al subteniente, este pasándole una correa para atar a Storm.

Entre las vallas de la entrada había una caseta desde la que vigilaba un hombre que era el responsable de abrir y cerrar las puertas con una orden previa.

— Chuy, saldremos uas horas, no se permiten entradas o salidas de la base por orden del coronel.

— Recibido, compa —respondió el hombre de simpático bigote, tan mexicano como todos ellos.

A Clara no le permitieron sentirse mexicana al cien por cien. En el colegio se mofaban de su acento que mezclaba español y mexicano, y Valeria lo odiaba de igual manera. Era su madre la que le decía antes de dormir que ella no tenía nada de malo, que el problema lo tenían ellos por no ver su forma de brillar. Su mezcla era única entre tantos niños con las mismas costumbres, algo de lo que debería enorgullecerse en vez de avergonzarse.

Rodolfo soltó a los perros, Clara imitó la acción. Storm no se alejaría de ella, del mismo modo que los otros animales no se despegaban de Rudy. Jugaban entre ellos, mordisqueándose a la vez que andaban y soltando leves gruñidos de modo juguetón.

Efectivamente, Storm no quería jugar con los perros. Él caminaba por delante de Clara, volviendo la cabeza revisando si su dueña estaba bien. Por ese mismo motivo no necesitaba correa cuando paseaban juntos por la ciudad, las sujeciones eran nuevas para él.

𝖘𝖎𝖉𝖊𝖗𝖆𝖑Donde viven las historias. Descúbrelo ahora