36. Tristes recuerdos del ayer.

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Sentado sobre su vieja silla de madera, leyendo un viejo periódico del 2006, se hallaba Arturo Silva. Pese a que ya había leído la noticia muchas veces, no podía evitar sollozar cada vez que lo hacía y es que, aquella noticia triste, que en su nota, revelaba el asesinato de un hombre a manos de su propio hijo, le traía mucho dolor y recuerdos de una infancia muy bonita, una infancia llena de risas e historias locas, entre plantas y ovejas de campo. Pero, a parte de lo vivido con la reina de su corazón, lo que él más recordaba, era la amistad entrañable que tenía con Rosendo Ruíz, esa amistad donde la desconfianza no tenía permiso para entrar. Rosendo había sido su mejor amigo desde el primer año de primaria en la escuela, para después convertirse en ese amigo infaltable de la vida, ese que lo acompañaba en cada travesura o iba con él a pastear las ovejas, ese al que podía contarle todo, el que le había ayudado en su relación con su querida Zaira, y él mismo, que aquel aparente feliz día de viaje, lo había acompañado a tomar el bus que lo llevaría a él, a su esposa y a su pequeño Dalver, a Tacna; y ahora estaba muerto, muertos en manos de su propio hijo, aquel bebé, al que Arturo había tomado en brazos para ayudarle a su padre soltero, que se cansaba de que el niño no durmiera por las noches, se había convertido en el asesino de su propio padre, del hombre al que no le había importado la habladuría de la gente, por el hecho de ser padre soltero y estaba dispuesto a darle una vida feliz.

Arturo recordaba aquel día, cuando ya dentro del bus, Zaira lo había mirado algo preocupada diciéndole.

- Estoy nerviosa, tengo un mal presentimiento, es que él es tan pequeño, no quisiera que se enferme, el viaje es largo.

Estas palabras lo hacían temblar y llorar cuando las recordaba.

- Solo a usted, señor Arturo Méndez, se le ocurre traernos a un viaje por días, cuando no hemos reservado hotel, le había dicho bastante molesta, al ver que se habían quedado en la calle, en una noche fría y con un bebé de 4 meses, luego de que en ningún hotel hubiera una habitación vacía, debido a que eran las 11 de la noche, por culpa del retraso del otro bus que les tocó tomar.

A su mente llegaba el recuerdo de la sensación extraña que sintió, cuando aquél tipo joven, se les acercó pregúntales por su situación y, fue mucho más fuerte esa sensación, cuando el sujeto convenció a Zaira de aceptar quedarse en su casa por esa noche.

- No se preocupen, les había dicho,- soy de confianza, he dado posada a muchas personas que vienen de otros lugares, además, soy maestro de escuela, es mi primer año enseñando a niños y pues, no echaría a perder mi carrera, por hacer daño a los demás. Ustedes tienen un bebé que se está exponiendo al frío.

Fueron estas últimas palabras,las que convencieron a la joven, que, como toda una verdadera madre, quería proteger a su hijo de cualquier peligro. Lo que vino después, ya era doloroso e indeseable, pero se hallaba presente en su memoria todos los días y no solo en la de él, sino también en la de Jared y en la de dos jóvenes hermanos que compartían el mismo sentimiento de odio por Alberto Olivares.

Arturo veía a Zaira todas las noches en sus sueños, podía besar sus labios y decirle que lo espere, vivía aferrado de una vieja y única fotografía de la joven, aún tenía la esperanza de volver a su tierra con los restos de su esposa y por supuesto, con sus hijos, con su Dalver. Sus recuerdos siempre eran claros y destructivos, aquellas largas noches en el sótano, encadenado, viendo el monstruo violaba a su esposa delante de él, mientras, él, trataba de soltarse, gritando, llorando, suplicando que la deje a ella tranquila y solo se meta con él. Por supuesto que lo hizo, pero con Zaira, la violencia continuó. Aunque con él, la situación no fue distinta, siendo Miguel Maldonado, el gran comandante de la policía, quien saciaba su deseo sexual con su cuerpo sangrante por causa del látigo que golpeaba su espalda cuando se oponía y trataba de morder a alguien. Pero el recuerdo más doloroso que Arturo tenía dentro de sí, a parte del día en que Alberto Olivares tomó a Dalver de sus brazos y lo llevó fuera del sótano, era el de Jared. Jared, ese pequeño de 5 años que con engaños, era llevado en brazos por su padre, ese cobarde, que prefirió su bienestar a cambio de la inocencia de su hijo. Recordaba los gritos de aquel frágil niño, mientras era abusado por el "Jefe" y sus lágrimas, cuando su padre lo amenazaba para que no le dijera nada a su madre. Y el séptimo, el recuerdo del séptimo, le daba náuseas, aquel sujeto con el rostro cubierto tomando las fotografías de violación que se hacía, incluido Jared y celebrando con risas, sus gritos de dolor y desesperación, le hacía pensar en un tipo verdaderamente malvado, mucho más malvado que el mismo monstruo.

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