3. Encuentros no intencionados

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Sé que es capaz de observar lo avergonzada que me encuentro, pues mi cara no debe expresar más que terror puro

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Sé que es capaz de observar lo avergonzada que me encuentro, pues mi cara no debe expresar más que terror puro. Irónicamente no hacemos otra cosa que no sea mirarnos el uno al otro, mientras los gemidos de aquella pareja continúan, inmersos en el acto y ajenos a todo. Y yo, completamente mortificada por lo sucedido, tengo el instinto de girar la cabeza y romper la conexión entre sus ojos y los míos. Él solo se mantiene parado allí, con su porte firme de soldado y la gorra militar arrugada en un puño. No importa cuánto desee que aparte la vista, no lo hace; me pone de los nervios, no puedo distinguir si lo que veo en sus ojos me maravilla o me atemoriza.

Ninguno de los dos se ha movido un pelo. Yo estoy tan increíblemente tensa que comienzo a sentir un dolor que se extiende rápido por mis hombros. Sin embargo, es gracias a esa incomodidad que obtengo el empujón que necesito para, de una vez por todas, despegar la espalda de la pared y caminar hacia la puerta. Paso por su lado con renovada compostura, y apenas salgo de la cabaña, el aire vuelve a mis pulmones. Es entonces que apresuro el paso y desato a mi caballo tan rápido como los nervios me permiten.

—Señora Kang —pronuncia con suavidad detrás de mí, aún así la solidez no se la quita nadie.

Su voz es tan melodiosa que casi me hace pasar por alto la nueva forma en la que decide llamarme; lo que encuentro sin dudas decepcionante. Señorita es lo que prefiero. Sé que no es lo adecuado para una viuda, pero lo cierto es que esa simple palabra me permite saborear la libertad que carezco y me hace soñar con que mi viudez no necesariamente me define en la sociedad actual. Lo que es más, recuerdo muy bien que él me llamó señorita unos días atrás, cuando intercambiamos palabra por primera vez y apenas y conocía algo sobre mí. De todos modos, no me resulta nada sorpresivo el hecho de que le hayan puesto al tanto de mi estado civil. No es la primera ni será la última vez.

Estoy a punto de montarme al caballo, sin embargo, por alguna razón delibero que es mejor girarme y enfrentarlo. Está parado a unos metros de mí. El verde que lo rodea lo hace ver casi etéreo, como si simplemente formara parte de alguna postal. Ahora tiene la gorra sobre su cabeza, pero, a pesar de que le queda impecable, me abstiene de ver la expresión de sus ojos. Es una pena, pues realmente quisiera saber si aún preservan la admiración con la que inadvertidamente me miró hace unos segundos en la cabaña.

No resulta ser necesario, de todas formas, el resto de su rostro me dice lo contrario. Con una seguridad inmaculada, bien erguido y las manos descansando detrás de su espalda, no se parece en nada al hombre encantador que se presentó ante mí días atrás. Ahora es simplemente otro soldado al que le prohibieron tratarme como ser humano.

—¿Se le ofrece algo?

—En absoluto —niego casi al instante, la incomodidad de la situación le brinda rapidez a mis respuestas—. Si usted lo permite, me marcho.

Cualquiera que forme parte del cuerpo del ejército está por encima en la jerarquía, por lo que, pedir autorización hasta para respirar se vuelve un deber. Y, por mucho que eso no sea del agrado popular, es preferible no saber cuales son las consecuencias del incumplimiento.

DOBLEGARME ; jjk.Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt