El arte de la seducción

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Una palabra es suficiente para describir a Regina Durán: ambrosía. Y sólo una palabra basta para describir lo que produce en mí: caos.

—¿Aceptas? —pregunta seductora.

Me quedo muda, sopesando lo que acaba de proponerme, aunque en el fondo soy consiente de que no tengo opción, que jamás la tuve: puede que me proponga ir al infierno a traer la corona de Lilith para ella, y yo atravesaría las flamas con gusto, por ella.

—Acepto.

—Te quiero aquí a primera hora el jueves. No te olvides de los exámenes.

Regina acorta la distancia que hay entre su mirada y la mía, entre su boca y la mía, y me besa con pasión contenida. Su lengua explora la mía, juguetea y me somete con embestidas implacables. Llaman a la puerta. Regina se separa y se recompone con una entereza que a mí me falta, y pronuncia un «adelante» con el tono más fastidiado que jamás le había escuchado.

—Doctora, la esperan en cirugía. —La mujer de bata blanca me observa con gesto extraño.

—Enseguida voy.

La mujer desaparece en el umbral tan rápido como había llegado. Regina me mira, su mirada es penetrante, abrasadora. Y me derrito, por su mirada, por nuestro acuerdo, por ella. Se acerca al ordenador, teclea algunas cosas y luego se acerca a la impresora, toma los documentos y me los entrega. Me observa. Se estira un poco hasta su escritorio, toma un par de pañuelitos y, con ese gesto tierno que derriba mis defensas, me limpia los ojos. Se acerca, sin dejar de pasar el pañuelito por mi ojo derecho, siento su aliento sobre mi mejilla. Dibuja un besito sobre mi piel, cerca de mis ojos, y se separa consciente de cuánto me desarma su ternura.

Tomo mi bolso y me dirijo a la puerta. Me giro, dedicándole la última mirada de la semana.

—Hasta pronto, dulzura —susurra. Su cuerpo está peligrosamente cerca del mío y su mano juguetea con las tirillas de mi camisa, justo en medio de mis pechos. Asiento sintiendo mi cuerpo arder.

Esa mujer es éxtasis puro, y yo me considero tan adicta al arte que desprende su ser, que ni siquiera me acuerdo de respirar, al menos hasta que se me caen las hojas a un par de pasos de su consultorio.

Regina (Borrador) - EN AMAZONWhere stories live. Discover now