Abril es una estación

161 23 6
                                    

Definir los límites y crear barreras no era mi estilo, pero aquel día me invadía un sentimiento extraño. Observaba el número que estaba adherido a aquella característica puerta de madera con nerviosismo. Un nueve, grande y blanco. No me gustaba cambiar de médico, pero las entidades prestadoras de salud siempre hacían contratos con quien se les venía en gana. Al menos en esa ocasión no me podía quejar, era una delas mejores clínicas del departamento, y seguro que una valoración allí valdría más de lo que me podría permitir.

Abrí. Un «Bienvenida, adelante» me recibió. Su voz era melodiosa y deseé poder detallar a su propietaria. Me indicó que me sentara en la silla reclinable que yacía en el fondo del consultorio, y así lo hice.

—Veamos qué tal estás… —Reclinó la silla para que me acostara, tomó un pañuelito y retiró concienzudamente los restos de lágrimas y gotas que emanaban de mis ojos. Encendió una luz que viajó directo a mis ojos a través de una lente—. Abre grande —demandó—. Mira arriba. —Sentía que la luz me quemaba. Me ardía—. Abajo —tocó mis clavículas. Me sobresalté—. Mira acá —tocó mi hombro derecho y luego repitió el proceso con el izquierdo—. Arriba y a la derecha. —Se me oscureció la visión a causa de la exposición a la luz. Percibí entonces el agradable aroma que emanaba de su piel y me invadió una lasitud que me obligaba a obedecer de manera automática.

Mi pésimo sentido de la vista reaccionó después de que, con una delicadeza extrema, limpió mis lágrimas con un pañuelito. Aquel gesto, que realizaba por segunda ocasión en la consulta, me desarmó. Era consciente de que era parte de su trabajo, o más bien, un valor agregado del mismo. Un acto gentil que demostraba que amaba lo que hacía y que le agradaba ser parte de aquel lugar.

—Siéntate aquí. —Me señaló una sillita negra—. Apoya la barbilla y la frente. Me ubiqué con torpeza—. Abre grande. —Observé el anillo de luz azul acercarse hasta que casi tocó la superficie de mi ojo, luego el otro—. Perfecto, muy bien.

Escuché su voz y el repiqueteo de uñas sobre un teclado, fue entonces cuando reparé en su secretaria.

—Debemos hacer un láser, hay nuevos agujeros en la retina…

No escuché nada más. Odiaba aquellos procedimientos ¡Y una vez más el infierno me reclamaba!

Reparé entonces en su rostro, para evitar pensar de más. Sus cabellos eran rubios, demasiado claros para poder apreciarlos bien en mis condiciones. Sus ojos se escondían tras unas gafas más que sofisticadas, y su bata blanca terminaba más debajo de su cadera, dejando ver una pequeña parte de su vestido negro con lo que parecían ser puntos blancos.

Me pregunté por su nombre. No podía recordar si me lo había dicho en algún momento. Las nauseas que me producían las gotas comenzaban a hacerse presentes, junto con la migraña. Era tan bonita. Me recordaba al otoño. Abril. Quizá ese era su nombre.

Regina (Borrador) - EN AMAZONWhere stories live. Discover now