Un trato, por muy doloroso que sea, sigue siendo un trato

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No importa cuántas veces me repita que solo es un win-win, mis pensamientos se anclan a todos los meses que llevo soñándola.

Saldré mal parada, ¡seguro! Pero tampoco tengo muchas alternativas. No tengo más opciones, ¿o sí?, caminar directo hacia la oscuridad inminente. Y eso no me parece una opción.

¡Maldita la hora en que el derecho a la salud se había ido al carajo!

Recuerdo las hojas que Regina me dio, las busco con afán y me siento en el sillón a leerlas. Estoy jodida, y me tengo que operar. ¡Y ella solo quiere sexo! No es que me moleste, no viniendo de ella, al menos. Ni siquiera tengo claro si lo hace por ella o por mí. Solo sé que tengo los malditos exámenes en las manos, junto a los documentos que ella me dio en la clínica. Reparo en los únicos exámenes que realmente me importan por el momento. SIFILIS Treponema pallidum, no reactivo. VIH 1 y 2, no reactivo.

Envío al correo corporativo los exámenes solicitados para la cirugía y, al correo de Regina, los que hacían parte del acuerdo. Me dirijo a la cocina, necesito un café o la ansiedad me devorará. Vierto el polvo con prisa, a mi mente llega la boca de Regina y, en vez de aspirar el aroma del café, me hallo recordando la fragancia que emanaba de su piel. El deseo me recorre en forma de punzadas y me olvido de la bebida hasta que el sonido de mi teléfono me provoca un sobresalto. Un mensaje. Un mensaje y un infarto al miocardio.

Paso esta noche.

Ni un saludo, ni una despedida. Muy típico de Regina. Las formalidades se quedan en el consultorio.

Un par de golpecitos en la puerta disparan mi ansiedad. Me acerco y abro con un temblor poco usual. Regina está ante mí, viste un pantalón negro y una camisa blanca casi transparente que me hace temblar.

—Hola —me dice, y cuando atino a responder Regina ya me ha empujado hacia adentro y ha cerrado de un portazo.

Su boca alcanza la mía y me tiemblan las piernas. No soy consciente de la excitación que me embarga hasta que su boca deja huérfana la mía con una lentitud que termina por desquiciarme. Me acerco en busca de sus labios pero Regina se separa ligeramente y reclama mi mirada mientras una de su manos se insinúa sobre mis clavículas y el inicio de mis senos.

—Cobraré con creces cada procedimiento… —Levanta mi barbilla y dibuja con su lengua un suave roce a mis labios. Tiemblo—. Cada consulta... —Sus manos dibujan un sendero desde mi cuello hasta mis caderas, pasando sobre mis pechos con dolorosa suavidad, mientras que su boca se acerca y se aleja con una dolorosa provocación que amenaza con matarme.

Me está derritiendo. Me está derritiendo y lo sabe. Lo sabe y lo disfruta. Y yo solo quiero que me arranque la ropa de una vez, porque aunque sea una dulce tortura, no puedo esperar más.

—Parece justo.

Me lanzo en busca de su boca y la aprisiono con prisa voraz. Su lengua acaricia la mía y nuestras manos luchan con las molestas barreras que son los textiles. Me saca la camisa y sus labios recorren mi piel. Me quema y deseo más. Insinúo mis pechos, me escuecen los pezones de deseo. Necesito que su boca alivie mi ansiedad. Regina suelta mi sostén y comienza un camino de besos desde mis clavículas, me empuja contra la puerta y continúa el recorrido. Su lengua traza una línea de simetría entre mis pechos, con obsesiva precisión, como si estuviera en cirugía y su boca fuera un escalpelo. Gimo. Alcanzo su camisa, los botones me estresan, así que tiro de ella hasta sacarla de su pantalón y me separo lo suficiente para sacársela. Beso la dulce piel que está junto al sujetador y la empujo hasta que llegamos, en medio de besos y trompicones, a mi dormitorio. Regina me empuja sobre la cama sin cuidado alguno y me dedica una mirada hambrienta, voraz.

Me quita el resto de la ropa con afán, me observa y se muerde el labio inferior. Atrapo su mano y tiro de ella con delicadeza, pero lejos de acercarse, me tortura. Se deshace de su ropa con dolorosa lentitud, sin dejar de observarme. Le encanta provocarme.

Cuando su piel se amalgama con la mía no puedo evitar pensar en lo mucho que la deseo, en los sentimientos que surgen a borbotones cada vez que la veo. Me recuerdo, mientras correspondo a sus besos y caricias, que no saldré de esto con el corazón entero, que su fractura es inevitable y que todo lo que puedo hacer es beber de su piel hasta que se harte de mí y se busque un juguete nuevo. Mis manos recorren su piel y mis besos dibujan nuevos senderos. Beso sus pechos y recorro con la yema de mis dedos la tersa piel hasta alcanzar sus muslos. Jadea. Jadea y me enloquece. Me desquicia, porque ella es una jodida musa, una maldita droga y yo soy una alcohólica adicta al borde de la locura. Me envalentono, como si la euforia fuera mermelada, y la empujo sobre la cama, le doy un beso salvaje y sin tanta ceremonia cuelo dos dedos en su cálida humedad. Gime. Gime y farfulla.

—¡Aquí mando yo! —sentencia. Atrapa mi mano y me obliga a abandonar su tibia piel.

Me vuelve a dejar prisionera con el peso de su cuerpo y cuela una mano entre mis piernas. Tiemblo. Regina roza mi clítoris y curva sus dedos dentro de mí. Siento mi cara arder y un escalofrío recorrerme, ese que parece que nunca se fue y que solo me arranca ella.

—¡Regina! —reclamo su boca, como si me perteneciera por el simple hecho de que acaba de arrancarme un orgasmo. Y ella se deja hacer.

Mi respiración se va calmando a medida que riego diminutos besos sobre su tibia piel. Beso su pecho y comienzo un camino de decadentes caricias hasta que me para en seco; tajante, fría.

—Debo irme —murmura. Se levanta como un huracán, sin darme tiempo a decirle algo más.

—La próxima será… —susurro para mí tratando de ocultar lo mucho que me ha afectado que no desee que la toque.

—Sí, ya veremos…

«Ya veremos» me repito. Ni siquiera lo considera una posibilidad real. Se marcha dejándome desnuda en mi propia cama y con un deseo irrefrenable de saborearla y de llorar.

Un trato, por muy doloroso que sea, sigue siendo un trato.

Regina (Borrador) - EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora