Cuando la magia desaparece

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Paso la hoja del libro dando una revisión general a los conceptos que debo memorizar para el parcial. ¡Son demasiados, no voy a alcanzar a estudiar! Mi teléfono emite un pequeño sonido, lo reviso. Tengo  dos mensajes de mi hermana; cinco de Leyder, un compañero de clase; y uno de Regina. Abro el de Regina.

Te veo en un rato.

El mensaje había sido enviado hacía más de cuarenta minutos. ¡Carajo!

Golpean la puerta y de inmediato me tenso. Estoy con un vestido gris que parece tan corto como una camisa. Me levanto en carrera y corro a mi habitación. ¡No alcanzo a cambiarme, carajo! Vuelven a tocar, esta vez más fuerte y seguido. No hace falta abrir para saber que la única persona que se molestaría por esperar medio minuto tras una puerta es Regina. Me coloco un gabán y corro a abrir antes de que decida que no tiene porqué aguantar tal desaire y se marche. Entreabro la puerta, ¡está preciosa! Recorro su cuerpo en una mirada furtiva y veloz. Lleva un vestido negro y unas tentadoras medias negras. ¡Maldita sea!

Se apoya en el marco de la puerta, dejando su boca a centímetros de la mía y susurra:

—¿No me invitarás a pasar? —me dedica una mirada cargada de deseo tan intensa que ocasiona estragos en mi entrepierna.

—Claro. —Me hago a un lado.

Estoy temblando como una hoja, lo siento. ¡Cómo es que logra desestabilizarme de esta manera!

Regina pasa directo a la habitación sin siquiera mirarme. Me limito a seguirla. Claro, ¡qué idiota! Ella solo viene a cobrar su maldita parte del trato, no a hacer vida social conmigo. Vuelvo a mirarla, está observando mis apuntes y textos de estudio.

—Ven —Me invita a acercarme y así lo hago.

Se recuesta sobre el escritorio y tira de mi mano hasta hacerme chocar con su cuerpo. Su boca atrapa la mía y su lengua se abre paso con violencia, con necesidad voraz. Me aprieta contra su cuerpo. Puedo sentir sus pechos presionando los míos. Nos separamos. Me entran unas inmensas ganas de retirar los mechones rebeldes de su rostro y dejar una caricia fugaz en su mejilla, como la que ella me regaló hace tanto tiempo. Pero me detengo a medio camino. No quiero que se vaya. Regina abre mi gabán y sonríe. Estoy a punto de excusarme pero a ella parece no importarle, por el contrario, tira del gabán para acercar mi cuello hasta su boca,  luego traza un camino con su lengua sobre mis clavículas. Jadeo. Esta mujer me va a matar. Desliza el gabán hasta que termina en el piso, luego retoma el sendero de besos y sigue bajando. Me cuesta respirar. Regina alcanza uno de mis pezones sobre la tela del vestido y le da una mordida. Me arranca un pequeño grito producto de la mezcla entre dolor y placer. Vuelve a subir entre besos hasta mi hombro y lo raspa con sus dientes. Gimo. Me muerdo el labio y Regina me observa. Pasa sus dedos por la piel que estuvo prisionera y la roza con dulzura.

—Solo yo puedo morder —susurra. Sustituye sus dedos por sus dientes y atrapa mi labio inferior— ¿Está claro? —Asiento sin ser consciente siquiera de si me ha visto.  En lo único que puedo pensar es en lo mucho que necesito que me toque.

—Regina… —jadeo.

Me empuja un poco hacia atrás dejándome helada. No quiero que deje de tocarme. Se gira y de un solo movimiento brusco de sus manos hace caer todos mis apuntes, como si barriera la mesa. Se me pasa el calentón. Me había costado un montón organizar la información.

—Ven acá —me llama, y yo no puedo dejar de mirar la pila de libros que se ha formado en el suelo—. Bueno, ya que no quieres venir entonces puedes mirar.

Comienza a deslizar sus manos por el contorno de su cuerpo, sus pechos y su vientre. Trago fuerte. Le encanta provocarme. Desliza su mano derecha desde su rodilla, cruza la pierna y sigue el recorrido ascendente arrastrando consigo el vestido. Casi me muerdo el labio otra vez. Regina me tiende la mano para que me acerque y no puedo resistirme más. Me acerco con parsimonia, deseo acariciar sus piernas tal cual lo ha hecho ella, pero Regina es más ágil. Atrapa mis manos y me gira dejándome contra el escritorio. Me empuja para que me siente y se cuela entre mis piernas. Tira de mi nuca y me besa posesiva. Siento su mano en mi entrepierna y jadeó. Hace a un lado mi ropa interior y cuela dos dedos sin ceremonia alguna. Acalla mis gemidos con su boca. Me invade, me domina, y cuando su pulgar alcanza mi clítoris, me catapulta hasta la cumbre del placer.

Siento que mi cuerpo se escurre como si fuera de gelatina, pero sus brazos me atrapan y me aprisionan contra su pecho hasta que mi respiración se normaliza.

—¿Quieres seguir estudiando o vamos a la cama? —pregunta con sorna.

—¿Me dejarás tocarte? —indago, viéndola a los ojos.

—Tal vez… —canturrea.

Me bajo de un salto y me lanzo en busca de su boca. Entrelazo mis manos tras su cuello y la guío hasta la cama. Arrastró mis manos por su pecho mientras le sostengo la mirada. Sus ojos me hipnotizan y el aroma de su piel es como una droga. Acerco mi nariz a su cuello, aspiro. Una droga a la que soy totalmente adicta.

Vuelvo a su boca mientras deslizo el cierre del vestido. Se atasca y me invade la impaciencia. La insto a que se gire. Observo su espalda, la rozo con mis dedos y me muero de ganas de arranarle la ropa y recorrerla con la lengua. Bajo el cierre del vestido y lo deslizo lento hasta que cae al piso. Me giro para quedar frente a ella. Atrapo su boca en un beso salvaje y la empujo con delicadeza para que se tumben la cama. Observó sus piernas, sus pechos, sus clavículas y su rostro. Me muero de deseo. No sé qué la empujaría a proponerme aquel trato, pero sin duda alguna, ha sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Deslizo las medias y me deshago del resto de sus prendas con una única idea en la cabeza: la quiero.

Nos sentamos en la cama, frente a frente y con las piernas enlazadas tras la otra. Primero las suyas, luego las mías. La observo y me observa. Busco su boca. Dibujo un besito fugaz y me separo. Sonríe. Regina sonríe por primera vez fuera de ese consultorio que me hace preguntarme si la moral está más allá del amor, o si es al revés.

Regina me acaricia los pechos con la palma de sus manos. Me escuecen los pezones y mis fluidos aumentan de manera escandalosa.

—Eres tan sensible —gime sobre mi cuello, para luego bajar hasta mi pezón y succionarlo.

Lleva su mano a mi clítoris ocasionándome un temblor que muere justo cuando sus dedos entran en mi humedad.

—Y estás tan mojada.

Me besa salvaje, al ritmo de su caricias. Muerde mi hombro y vuelve a atrapar mi pezón. Me arranca un gemido ahogado, desesperado. Exploto, me fragmento entre sus brazos. Me abraza, me acuna. Y por primera vez veo florecer la esperanza dentro de mí. Tal vez para ella no sea solo un trato. Tal vez no sea solo sexo. Pero no hay tiempo para conjeturas, porque Regina me acuesta, se levanta y comienza a vestirse con una velocidad abismal. La señora perfección no puede desperdiciar cinco minutos en un estúpido abrazo. Ni siquiera en un orgasmo, porque es la segunda vez que huye sin dejarme acariciarla.

—Tienes mucho que estudiar —escupe mordaz y se va.

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¡Muchas gracias por leerme!

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