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Nunca hubiera imaginado que aún a sus dieciséis años tuviera que vivir completamente solo. Después de haberle dado el alta en el hospital, consiguieron un piso para él solo. El mismo policía que le atendió en el hospital se convirtió en su guardián legal, y la psiquiatra le prometiera que pasaría por ahí de vez en cuando. 

Gracias a que el nuevo móvil que le habían dado para contactar con el policía o la médico, consiguió llegar hasta una pequeña tienda para conseguir comida y volver a su nueva casa. 

Cenó y se volvió a la nueva cama que traía el piso.

Y así durante muchos días.


...


Pasó días recabando información sobre este mundo nuevo, descubriendo sus diferencias con el suyo. Su tecnología no parecía tan desarrollada como la de su propio mentor, pero sí que eran bastante diferentes gracias a sus dones.

Los quirks.

Poderes que cada persona adquiría a los cuatro años dependiendo de su genética y carácter. Supuso que eso mismo lo tenía cubierto, podría decir que tenía un... ¿quirk de araña? 

Sí, algo así.

También pasó las semanas pensando en sus aliados y en el Sr. Stark. En May y en Ned. Les echaba de menos. ¿Y si necesitaban su ayuda y él no estaba ahí?

Pero no sabía como volver. 

De verdad que era un inútil.


...


Pronto las semanas se convirtieron en meses, y su día a día continuó sin cambios, estudiando y poniéndose al día con el nuevo mundo, y con sus propios estudios, claro.

Hasta que algo interrumpió la monotonía.

Un pequeño gato de color gris, peludo y muy perezoso se había instalado en su sofá.

-¿Eh? - murmuró él al ver la gran pelusa que ahora ocupaba su mueble.

Se acercó con todo el sigilo que pudo (fue incluso de puntillas), y se escondió detrás del respaldo del sofá, descubriendo la parte superior de su cara para poder observar bien al animal.

Estaba dormido, y tenía el pelo muy largo, por lo que le costó ver el collarín que el gato tenía en el cuello. Pero cuando lo vio, entrecerró los ojos y comenzó a formular un plan.

Con cuidado, le dio la vuelta al mueble y fue extendiendo sus manos poco a poco hacia la gran pelusa gris, pero justo antes de poder mirar la chapa plateada grabada, los ojos azules y juguetones del animal se abrieron de par en par.

Peter gritó del susto y cayó hacia atrás, su espalda llevándose la peor parte.

Puede que le gustase ayudar a la gente, pero con los animales era todo un desastre.

El peludo gato soltó un maullido de duda y se bajó del mueble amarillo con elegancia, llegando hasta el pequeño humano asustadizo. Colocó sus patas sobre el costado del muchacho y volvió a maullar, tratando de saber si se encontraba bien o si necesitaba que llamase a su dueño para que le ayudase.

El pequeño castaño gruñó entre dientes por culpa del dolor y subió sus ojos hasta poder ver la cara del gato, la cual estaba a punto de tocarle la nariz. Ambos se quedaron mirando el uno al otro durante un buen rato, hasta que la gran pelusa de color gris colocó una de sus patas sobre los labios del muchacho.

Peter se llevó una mano a donde la pata hasta poder colocarla suavemente sobre esta, y el gato colocó su otra pata delantera sobre la mano. El arácnido entrecerró los ojos y colocó su otra mano sobre esa pata, y el gato sacó la suya de su posición sobre la boca del adolescente hasta estar encima de esa mano.

Ambos se miraron con algo de rivalidad, hasta que, de repente, ambos empezaron a colocar sus extremidades superiores encima de la del contrario, a grandes velocidades, y no acabando nunca.


...


Ya era más tarde, y ahora, tanto el muchacho como el gato se encontraban cansados en el suelo del salón del muchacho, con respiraciones algo agitadas.

Peter se encontraba algo confuso. ¿Cómo se había pasado la tarde entera jugando con una gato al que acaba de conocer y que se había colado en su casa?

Por su parte, la gran pelusa gris también se encontraba aferrada por la confusión, es decir, ¿cómo un adolescente así había conseguido empatar con él en ese juego? Solo su dueño y él solían empatar (aunque su dueño era el que normalmente ganaba), pero que puede decir, ambos son muy rápidos.

Los ojos azules del felino chocaron con los chocolates del muchacho, transmitiéndose el uno al otro una mirada de respeto.

El animal acabó por levantarse y colocarse en la barriga del castaño, acurrucándose con comodidad. El chico no dijo nada, pero posó su mano con miedo sobre la peluda cabeza del gato, comenzando a acariciarlo después con más calma al ver que el peludo animal no le hacía nada.

Con cuidado, colocó sus dedos bajo la placa plateada, intentando leer el nombre e información que podían traer.

<Etsu. En caso de perdida, llamar al siguiente número>

El pequeño adolescente sacó su pequeño móvil de su bolsillo trasero y comenzó a marcar el número con cuidado, mientras seguía acariciando al felino.

Cuando el móvil comenzó a sonar sus tonitos para ver si la persona contraria contestaba, la mano contraria a la que sujetaba el dispositivo (la cual estaba ahora llena de pelo gris) fue a descansar debajo de su nuca.

El chico empezó a morderse el labio con nervios, no sabiendo si la persona que se indicaba en la placa llegaría a contestar a la llamada de un desconocido.

<Devolver a Aizawa Shota en caso de pérdida>

Una araña entre héroesWhere stories live. Discover now