CAPÍTULO ONCE.

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Estira el cuello hacía el cielo y continúa caminando por el muelle. Suben hasta la parte más elevada cargando con la tabla mientras la brisa marina las vapulea suavemente. Ava tiene rastros de arena en el cuerpo, el cabello arañado por la humedad del lago y el rostro relajado por el ejercicio. No dicen mucho antes de llegar al coche, que está aparcado cerca de la carretera principal. Tampoco dicen mucho cuando suben la tabla o cuando la ayuda a deshacerse de la parte superior del neopreno. Ava todavía está muy mojada así que le ata los brazos del traje alrededor de la cintura.

El atardecer está cayendo. Los colores rosados y anaranjados lindan con la línea marítima que se percibe en el horizonte y la temperatura es perfecta. Siempre lo es. Así que Beatrice aprovecha la ocasión para apoyarse en una de las puertas del automóvil y simplemente respirar. Cierra los ojos, disfrutando de la sensación y del aroma a dulce, a crema solar, a Ava, que imita su postura colocándose a su lado.

A esas horas, la playa del lago está desierta y Beatrice aprecia el silencio absoluto, el brillo pulido del sol que se esconde entre los picos más altos de los alpes y de una o dos farolas en la carretera que proyectan su exigua luz naranja sobre Suiza. Ella siempre ha recorrido las playas, incluso las artificiales, pero nunca había visto ninguna así. Mira a Ava de reojo, que tiene la cabeza apoyada contra el coche, los ojos cerrados y respira acompasadamente, que se deja mecer por la brisa fresca del atardecer mientras las gotas que amenazan con caer desde sus clavículas hasta su abdomen se van secando a mitad de camino. A ella, en cambio, se le seca la garganta al mirarla, como si estuviera tratando de masticar agua.

Observar a Ava aún se siente como algo irreal y no cree que haya nada con que compararlo; irreal porque hasta hace unos meses tenía que lidiar con la pérdida de la joven, irreal como para tener síntomas de gripe, irreal porque es capaz de convertir todo lo que hay a su alrededor en algo igual de frágil que cuando la conoció; su vida, sus nuevos amigos, su compromiso con la orden, ella misma. Todo se balancea, se deshace y se vuelve a rehacer. Quiere mirar a la Ava de ahora sin pensar tanto en la del pasado porque no entiende por qué, pero las separa en dos personas distintas cuando en realidad, son las mismas.

«Hago esto para que puedas vivir tu propia vida»

«No quiero»

«No puedo»

Luego, cuando Ava desapareció a través del portal cuántico, ella se había sentado en los escalones más altos. No recuerda cómo se sintió exactamente, sólo que el vacío se hizo en ella o ella se hizo en el vacío.

Recuerda que sintió algo similar a: «Sólo necesito un minuto más. Un miserable minuto más entre los tropecientos millones de minutos de toda la maldita eternidad para estar con ella, para responderle con la misma lealtad a ese primer y último "te quiero", una pizca diminuta de todo en el reino sin fin en el tiempo. Lo imposible cuesta mucho y el anhelo no cuesta nada, sólo quiero volver a los sábados por la noche en el bar, cogernos de la mano por encima de la mesa, bailar mientras el local se va vaciando pero nosotras nos quedamos, porque somos amigas íntimas y amantes, porque también la quiero, y lo único que necesito es una oportunidad de decirle a la vida, a Dios, a quienes sean que mueven los hilos que todo lo que ha pasado entre nosotras ha valido la pena. Es lo único que deseo. Dios, si eres tan bondadoso, lo único que pido es una hora más», pero Dios simplemente le respondió: «¿No te das cuenta de que ya tuviste tu momento? Y no solo te di una hora, te di veinticuatro, te di semanas, te di meses. Los desperdiciaste. La dejaste marchar. Si ahora te doy una hora, querrás un día, y si te doy ese día, querrás un año»

Pero en ese momento, cuando Ava está mirándola directamente a los ojos y la noche cae, y los alpes enmudecen, parece que Dios le ha ofrecido más tiempo. No es seguro. Ni siquiera sabe si existe un Dios. Pero le encanta verla desde la playa. Quiere dar largos paseos todos los días por el campo, nadar, comer fruta, ver películas antiguas y beber vino. Hasta tocaría el piano para ella mientras lo único que suena es el repiquetear de unas notas lentas que preceden al silencio, porque no quiere los ruidos de las tormentas ni los estallidos antes de una carrera para salvar sus respectivas vidas.

SALMOS 34:14 (SEGUNDA PARTE)Where stories live. Discover now