Capítulo I: La bella durmiente

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Una vibración, no solo eso sino una simple y llana, eso es el sonido. Eso quiere decir que toda onda, desde el canto de un grillo hasta la más compleja sinfonía no es más que una perturbación del aire que avanza desde la fuente hasta nuestros oídos. Aun así nos hace sentir, recordar, amar, odiar, temer. Tantas emociones por un simple sonido. Es sin duda la simplicidad de lo complejo en su máxima expresión y que brinda un torrente de recuerdos todos ellos tan diferentes. Y es que dependiendo su frecuencia y orden puede dar a entender todo o nada.

¡Un, dos, tres!" Marca el director y las cuerdas empiezan a seguir el tempo del dulce vals, la sección de maderas lo sigue en melódica carrera, el pulso empieza a subir mientras los metales suben en cromatismos de tres en tres... y de pronto empieza: un dulce amor en un ballet solo de dos.

En mi sueño todo está en paz, todo armónico, todo en conjunto, todo ordenado a la manera jónica de sol. De un momento a otro el sonido se empieza a distorsionar.

Surge una nueva armonía causada por la desarticulación de la anterior, una serie de ligados corre en fuga, el contrapunto se apodera de lo que ahora reconozco como una guitarra eléctrica, junto a ella hay un piano de cola siguiéndole el paso como si fuesen uno solo...

Cuando comienzo a despertar escucho a mamá llamándome desde abajo, pero no me importa demasiado. En el momento en que por fin termino de hacerlo, me doy cuenta de que me había quedado dormido sobre un montón de partituras, y ahora están mojadas con mi saliva.

-Lo siento mamá -bostezo-. ¿Querías algo? -respondo algo adormilado todavía, la noche anterior me había desvelado en el piano, ahora debo ver cómo le hago para arreglar las partituras-. Me quedé dormido mientras componía.

-¡No deberías dormir por la tarde, no podrás hacerlo en la noche y mañana te vas temprano! -reprende haciéndome recordar aquello que no quería-. ¡Tú padre ha llegado, baja a saludarlo por favor! -levanta la voz mientras yo oigo la puerta principal abriéndose desde arriba.

Recojo todos los papeles que estaban en la cama y los pongo en mi mesa de noche.

-Sí señora, bajaré en seguida. -Obedezco poniéndome de pie con algo de dificultad.

Me estiro, me había quedado dormido en una posición algo incómoda.

Empiezo a bajar e inmediatamente escucho al violín de mi padre, resonando por toda la casa, ese sonido me recuerda mi infancia. Papá solía tocar música clásica para mí antes de dormir e incluso me enseñó un poco a tocar, el resto lo aprendí por mi cuenta.

Me ve sobre el último escalón y cambia la pieza que había estado tocando. Es evidente que quiere que lo acompañe con el piano de pared que está en la sala. Es viejo y está algo desafinado, pero bueno es culpa mía el que no esté al cien, por otro lado: ¿Por qué habrían dos pianos en una casa con solo un pianista?

Espero a que repita el primer compás. Cuando eso sucede empiezo a tocar al ritmo del vals de Tchaikovsky. Mientras, mi padre toca la melodía principal. Los trinos del violín inundan el salón, haciendo parecer a mi casa un verdadero teatro. El amor, el odio, la ilusión y el romance. Los brincos que da el violín me hacen pensar en una época en la que todo era más sencillo: más lento, sin prisa, sin ruido y sin hacer todo a la carrera. Me recuerda a aquella época en la que pensaba que el amor era simple y pura magia...

Al terminar la pieza, dejo que mamá y papá tomen asiento en el comedor, mientras yo sirvo la cena. Es algo que hacemos cada día: nos rotamos las tareas dependiendo del horario de papá en el conservatorio y las horas que pase mamá en la universidad. Como podrán suponer, yo suelo llevarme la peor parte del trabajo, puesto que tengo mayor tiempo libre entre los tres. Estoy siendo explotado por mis padres, como si fuese un amo de llaves o un mayordomo.

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