Capítulo II: Toccata y fuga

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En cuanto salimos a la carretera, papá le sube a la música. Yo sencillamente cierro los ojos y me dejo arrullar por el movimiento del auto y la aburrida música de mi padre. No me malentiendan, no es mala, solo no tiene matices. Tampoco es que escuche siempre ese tipo de música, generalmente lo hace en viajes largos, le deja concentrarse mientras maneja. La verdad no podría conducir así, me quedaría dormido muy pronto; terminaría chocando contra un poste o contravía contra un camión.

Cuando abro los ojos, me encuentro con que mi primo está tocando la ventana del auto para tratar de despertarme.

—Buenos días, bello durmiente, veo que tú viaje fue sin mayor complicación —me dice mientras despierto, me pregunto porque mi padre decidió dejarme en el auto en vez de hacerme despertar—. Espero que tengas hambre melenudo pélida, mi padre ha preparado el desayuno y solo faltas tú.

—Ahora resulta que soy Aquiles —respondo riéndome mientras abro la puerta y me estiro—. ¿De veras dormí todo el viaje?

—Depende, ¿qué es lo último que recuerdas? —pregunta cerrando las puertas del auto con las llaves que le había dado mi padre.

—A Lucy corriendo detrás de nuestro auto mientras lloraba —respondo algo avergonzado mientras  empezamos a caminar.

—A esa chica le gustas, estoy seguro, Seb —afirma cuando entramos a su casa.

—Eem… —balbuceo sin saber qué responder.

—¿A quién le gusta mi sobrino? —dice mi tía caminando hacia el comedor desde el baño y acomodándose su canoso cabello para hacerse una cola de caballo.

Yo solo bajé un poco mi cabeza y estiré mis brazos para darle un abrazo.

—¡Tía Mari! ¿Cómo estás? —le pregunto con algo de emoción eludiendo la pregunta.

—No me cambies de tema. ¿Es la niña bajita, verdad? la morena que quiere ser actriz y que si me lo preguntas es todo un primor —responde después de mi abrazo—. Es una chica muy tierna, aunque por lo que he visto puede llegar a ser algo intensa.

—¡Exactamente! —responde Carlos confiado mientras compara su cabello con el mío—. Definitivamente no hay manera de que yo llegue a tener el cabello tan largo. —mi primo es algo disperso y siempre está en todo lo que pasa en la habitación, por desgracia el que mucho agarra poco aprieta, y termina diciendo bastantes incoherencias en sus lapsus.

Mi tía y yo solo lo vemos, preguntándonos que tiene que ver lo anterior con Lucy o su supuesta atracción hacia mí.

—Lo siento, he visto que ya te pasa de los hombros, te hace falta un corte. —Él tenía el cabello rizado hasta las orejas y siempre llevaba  sus pelirrojas cejas tapadas por lo que he de pensar es su fleco.

—Mira quien habla de greñudos, si te paso un peine tendría que cortarte el cabello para sacarlo de ahí —le respondo en broma, aunque pensándolo bien tal vez si necesitaba un corte, lo dejé crecer para una de las obras a las que Lu siempre me arrastraba—. Tienes razón, creo que sí necesito un corte, no sé por qué cedo a todos los caprichos de esa niña —concluyo pensando en aquella enana mandona pero muy dulce. Ambos me miran con algo de malicia, ahí es donde se ve que esos dos son madre e hijo. Me ruborizo cuando termino de entender lo que dije—. ¿Que hizo mi tío para el desayuno? —menciono apresurándome  hacia el comedor. Insisten en Lucy cada vez que nos vemos, así que estoy acostumbrado a medias. Me avergüenza escuchar a mi tía diciéndole primor a Lucy. Es una chica linda si, pero una normal, no es ningún bombón salido de la mejor chocolatería de Suiza.

Hablando del rey de Roma, lo primero que vi al revisar mi celular luego de despertarme fue un mensaje de esa enana preguntando que si ya había llegado, otro de Ana, por supuesto a ella no le respondo, no sé porque me cuesta tanto simplemente decirle dónde estoy, de verdad soy un idiota . Además recibo mensajes de algunos otros chicos del colegio preguntando porque había faltado a los ensayos hoy. Pedí de favor a Dani y a Lucy que no dijeran nada referente a mí en la escuela o en la orquesta.   Con el único con el que ya había hablado es con el profesor, a partir de ahora dejaría mi posición como compositor y piano de la filarmónica estudiantil.

Mi tío había hecho tortilla española para el desayuno, la comí con muchísimo gusto, no había comido nada en casa; tomé además un vaso bien frío de jugo de manzana y un pastelillo de chocolate.

Luego del almuerzo con pizza, deliciosa por cierto, me voy a dar una vuelta en la bicicleta de mi primo, por la ciudad que va a ser mi hogar durante los próximos seis meses.  Tardé algunas horas solo dando vueltas con tal de conocer cada rincón, mis tíos  viven algo lejos del centro, así que voy y vengo desde diferentes sitios con tal de conocer cada ruta hasta casa, fuese larga o  corta. Cruzando el río  llego al centro de la ciudad, me encuentro en un parque y frente él una gran catedral, me llama mucho la atención la vetusta construcción y tan imponente arquitectura. Decido entrar a echar un vistazo, era más grande aún de lo que había pensado,  por supuesto  en una iglesia tan grande y vieja tendría que haber una de mis cosas favoritas. Y ahí está, la monumental torre de tubos y válvulas terminada en una serie de teclados, un hermoso órgano, por supuesto tengo que probarlo.
Busco a alguien que me dejara usar el gran armatoste. Por suerte me concedió mi petición… «no hay muchas personas que lo sepan tocar en el pueblo» pienso cuando veo lo polvorientas que estaban las teclas.

Al oírme tocar, una chica entra por la puerta. Bach predijo muy bien lo que será mi vida en ese pueblo por haber dejado que esa niña me viera tocar. Como la fuga, tiene un aire de desesperación, con una voz tratando de imponerse a la otra y luego no queda en nada, pero a la vez pasa de todo, así será mi vida en el pueblo desde el momento en el que dejo que aquella castaña y desalineada chica me vea tocar la Toccata. Me llevará al caos en mi vida escolar en Santa Cecilia, es como si el mismo tocayo estuviera viéndome a través de una bola de cristal.

En cuanto termino de tocar, la que ahora me parece una chica rara se acerca a mí sin ninguna clase de miramiento o timidez…

—¡Hey tú! —grita la delgada y pequeña señorita. Me doy cuenta de que lleva una gran cinta amarrada a su cintura. Tenía un mechón color rosa que recorría su largo cabello castaño desde el fleco hasta las puntas, lo llevaba amarrado con una cola de caballo. Sus inmensos ojos pardos me veían con determinación, me habría percatado de lo guapa que era si no hubiese estado tan nervioso—. ¡Tienes que tocar con nosotros! ¡Necesitamos un pianista! —yo no sé que podría esperar esta niña de mí y la verdad me asusta mucho pensar en que podría querer.

—Yo no soy pianista. —«al menos no sólo eso» me digo a mi mismo mientras le miento a la muchacha—. Soy compositor de música clásica y siento si soy prejuicioso, pero algo me dice que no buscas alguien tan cuadrado como yo para tu banda —digo mientras me apresuro hacia la salida, no sin  antes despedirme de la señorita con vestimenta negra, ojos pardos y la gran cinta roja en su cintura—. Así que con su permiso me retiro ya mismo —concluyo levantándome del órgano. 

—¡Espera, por favor! —la oigo decir mientras me subo a la bicicleta de mi primo y pedaleo, aún me sigue unas cuadras—. Tonta cin… —es lo último que la oigo decir antes de perderla de vista.

Tal vez estoy siendo muy grosero, pero una niña así normalmente acarrea muchos problemas,  algo me dice que no debí hacerlo.

Al llegar a casa de mi tía me espera con la cena: un cálido guiso de garbanzos con pollo hace que me relaje y para la noche ya nadie recordaba a Lucía (por suerte para mí).

Subo al pequeño balcón donde mi tía suele salir a fumar de vez en cuando, para disfrutar de lo último del cielo de verano. Ese día había luna nueva y el cielo estaba despejado, observando el cinturón de Orión me pregunto si en realidad estuvo bien hecho el haber huido de la de castaña melena… ¡Ya estoy dando epítetos, no puedo creerlo!

Por ahí de la medianoche bajo y me encuentro con la que sería mi cama. Era solo un cuarto vacío con una cama pegada en la esquina superior izquierda y nada más, pronto estará llena con mis cosas, por el momento esto me basta y  sobra. No puedo parar de pensar en la niña de castaña melena y ojos pardos… Me siento algo culpable de haber huido así.

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