4. El Deseo de Las Olas

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A la mañana siguiente, Sarah se despertó sobresaltada y se encontró sola en la orilla de la cascada, empezaba a recordar lo sucedido pero no podía aún asimilarlo. Se encontraba ahí a un lado de la gran piedra del río, con sus tetas mirando al cielo y sus pezones erectos por la brisa. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que había sido ultrajada por aquellos malditos simios, pero se sentía exhausta y adolorida.

Se incorporó y miró a su alrededor, tratando de orientarse. Afortunadamente no encontró señales de ningún otro animal y el sol ya empezaba a asomar por sobre las ramas de los árboles. Decidió que lo mejor sería intentar encontrar comida, agua y una forma de salir de la selva para volver con los sobrevivientes del campamento. Caminó durante lo que parecían unas 2 horas, sin rumbo fijo, sintiéndose cada vez más desesperada. Sin embargo, recordaba de repente que seguía desnuda y empezó a poner atención a las plantas que constantemente la rozaban y lo que la hacían sentir en cada centímetro de su piel. Eran muchas las emociones que sentía y no podía diferenciar la excitación de miedo y del placer. Se sentía una mujer distinta.

Empezó a caminar con mayor dificultad y momento después encontró un árbol de plátanos. Inmediatamente comenzó tirar de unas lianas que colgaban para bajarlos. Al fin tenía algo para comer.

Quiso bajar otros de más arriba, pero se tropezó y cayó sobre unas plantas extrañas de hojas pequeñas, tallos muy gruesos y resbalosos, los cuales, algunos de ellos se metían entre su entrepierna o se enrollaban en sus hermosas piernas y tobillos.

Cuando se disponía a salir de ahí, empezó a sentir como si aquella selva le acariciase y la aceptara, quería volver a sentirse tocada, estimulada. Observó que más tallos enormes se retorcían y no podía sacar sus pies ni brazos tan fácilmente, pero eso no le aterró, sino, que le excitaba dentro de su delirio sexual. Entre un sentimiento casi de sollozo y excitación, Sarah estaba en trance en medio de la vegetación y le encantó que donde quiera que moviese las piernas y brazos se sentían falos que golpeaban y nalgueaban su trasero, su vello púbico, su torso todo su cuerpo inferior a sus tetas. Era como una fantasía para ella. No obstante, recordó que en unas horas se hacía de noche otra vez y se apresuró a salir de ahí.

Poco después, llegó a una costa donde había un barco pequeño. Desesperada, saltó a bordo para hacer todo lo que pudiera para largarse de esa isla. Imaginaba que al fin podía acabarse esa pesadilla, sintiéndose libre por primera vez en días.

Entró y revisó las alacenas encontrando comida enlatada. Con lo que halló, pudo abrirlas y comenzó a comer sentándose en uno de los camastros. La luz del sol entraba por las ventanas algo sucias del barco y había silencio y paz, al fin.

Encontró un baúl de ropa y se vistió con una playera y pantalón holgado cualquiera de alguno de los tripulantes qué seguramente estaría muerto... después, se acostó un momento a descansar.

Sarah había sentido todo lo que había pasado como una película, como un sueño extraño luego de emborracharse en una fiesta clandestina y sustancias de dudosa procedencia. Esas dosis altas de dopamina y oxitocina eran sustancias que la habían marcado. Nunca en su vida había imaginado tocar siquiera a un simio en persona, y ahora ya había sido copulada por muchos de ellos. Sus amigas de pasarelas en Victoria'Secret nunca le creerían tal experiencia. Ellas nunca habían sido obligadas de salir de su burbuja de fama, protocolos de presentación y técnica de caminado en tacones.

Siguió divagando en lo que sucedió aquella noche y ello le hacía recordar flashazos de las escenas, sonidos y sensaciones de esos animales tan imponentes. Eso la hizo comenzar a tocarse recostada en el camastro.

De pronto, por escalerillas superiores por las que había entrado al barco, se escucharon ruidos. Ella se sentó silenciosamente y se paralizó sin saber a donde moverse. Ahí abajo estaba encerrada sin tener donde esconderse.

De repente, un mono muy joven entraba con mucha cautela, con ojos muy abiertos y movimientos muy lentos. Había olido la comida y tenía hambre. Sarah comprendió que era un mono distinto a los del interior de la selva que se la "acogieron" toda la noche (literalmente) y rápido entendió lo que sucedía. Así que fue por unas latas de frutas dulces. Las abrió rápido y las puso cerca del simio, quien inocentemente, comenzó a comer frente a ella.

Sarah no dejaba de mirarlo y examinarlo, ya no les tenía desprecio ni asco. Manos grandes, dedos largos y peludos. Un instinto en ella empezó a preguntarse qué se sentirían esas manos cubriendo sus tetas por completo. Así que, sin pensarlo, se retiró la ropa que se había puesto. Ahi estaba Sarah, con su piel bronceada al aire nuevamente y los rayos del atardecer que penetraban en la cabina. La luz iluminaba por detrás su figura, como si fuera una Diosa bajada del cielo, tal como si un halo de inspiración hubiera sido planeado en ese momento.

El mono tampoco dejaba de mirarla, identificaba muy bien ese cuerpo de hembra, sus partes reproductivas y los olores (feromonas) que en ese lugar se encerraban y le generaba un olor mucho mejor que la fruta. La evolución importaba un comino, la distinción de razas se iba al carajo. Lo que imperaba en ese lugar era el deseo y el placer.

Ella se acercó al simio para tomar la lata de frutas que estaba casi vacía y bañando sus manos en ese líquido dulce, comenzó a aplicarlo y esparcirlo en sus tetas por completo. Tetas carnosas y grandes, simbolo instintivo que atrae a cualquier homonido desde los milenios ancestrales que tiene la especie en existencia. A tetas más grandes, más leche y las crías son mejor alimentadas para proteger a la tribu y su prosperidad. Todo sea por un fin mayor.. Si.. Claro.. El del placer. 🤤

Los dos se movían lentos, como para no espantarse, pero ella sabía que podía tener el control esta vez. Su cuerpo bañado a propósito de esos jugos estaba esperando a que el simio se acercase por sí solo. Le extendió la mano y el simio le respondió dándosela.

Sarah llevó la mano del mono poco a poco a sus tetas, posandolas y frotandolas suavemente, y lo invitó ahora... sin palabras... a que comiera de ella.

Con caricias y palmadas toscas y algo torpes, el tímido hominido frotaba y acariciaba esas carnosidades tan deliciosas. Sarah sentía sensaciones agradables incluso cuando el mono empezó a lamer su cuerpo, sobre todo sus senos. El tenía mucha hambre y se estaba comiendo lo más exquisito de la isla.

La fémina estaba sentada en el piso con sus piernas dobladas. El simio, tomando más confianza, caminó alrededor de ella, se colocó por detrás respirando más fuerte y oliendo sus axilas, su cuello, su entrepierna, su aliento... Todo.

Estaba empezando a ponerse loco y excitado, lanzando pequeños sonidos de júbilo y cambiando a un ánimo juguetón. Sarah no se movía, solo observaba cómo su presencia podía causar tantas cosas en aquel animal. Le encantaba poner locos a cualquier tipo de macho, como si tuviera un superpoder,  una telequinesis que movía miradas, convencía voluntades para conseguir lo que quisiera y era capaz de levantar cualquier verga hasta los cielos solo con pasar junto a ellos.

De reojo, miraba que el pene del chimpancé ya estaba muy erecto y eso le sorprendió, pero entendía que era algo normal. Una hembra humana y un chimpancé tenían rasgos muy similares a diferencia de otros animales. El concepto de belleza había pasado a un segundo plano, la atracción de lo primitivo le excitaba tanto que le era algo inexplicable y solo pensaba en querer hacer lo que sea necesario para llegar de nuevo a ese climax que la había cambiado, eso se convirtió en su nueva droga.

Sarah se balanceaba y empujaba muy coquetamente su cuerpo hacia el mono cuando este se acercaba. En un espacio encerrado, Sara se sentía más segura y dominante.

¿Ahora quién de los dos se "comería" a quien? 😏

Un manjar en la selva  [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora