1. Arribando a la isla...

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Aquella mujer era una exitosa modelo, hermoso cuerpo, alta y de mirada proyectada. Terminaba de bajar su maleta del bote que la dejaría en aquella isla del océano índico, al oeste del continente africano.

Solo ella era la indicada para filmar aquel comercial. Su belleza y su cuerpo había inundado las redes sociales, las revistas, y todos los medios de comunicación. Así que, solo debía terminar ese proyecto y podría tomar al fin su anhelado año sabático.
El equipo de grabación era pequeño, cuatro hombres encargados de las grabaciones más su asistente personal la acompañaban para realizar en dos días todas las tomas necesarias.

Cayó la noche y había luna llena. Las tiendas de campaña habían sido instaladas. La tienda de Sarah era como un castillo en medio de la selva. Ella entró y se vistió con un fresco satén sexy de color rosa para dormir; cerró los ojos y durmió con completa tranquilidad entre la mezcla del sonido del mar y de la selva.

Llegando la profundidad de la noche, Sarah se despertó abruptamente; apenas podía entender lo que sucedía. Se oía mucho movimiento de algo que corría de un lado a otro. La cantidad de ruido y estruendo aumentaba, gritos de ayuda se oían a lo lejos por aquellos hombres que estaban en sus tiendas respectivas.

Ella miró por la tela translúcida de su tienda y, para su sorpresa, habían ágiles sombras de lo que parecían simios destrozando todo el lugar atacando a todo lo que encontraban a su paso. Todo el equipo de trabajo estaba siendo agredido por aquellos animales descontrolados.

No tardó mucho tiempo para que la encontraran también a ella. Uno de los monos entró rompiendo un extremo de la tienda. Era un animal hambriento, y la comida estaba servida. Sarah, al darse cuenta, gritó tan aterrada que salió del otro lado de la tienda. Corrió lo más rápido que pudo en medio de la selva a media noche, hacia... ningún lugar. ¿A dónde más podía ir? Todos los demás agrestes animales olieron y escucharon a esa fémina indefensa y asustada que fueron de inmediato hacia ella.

"¿Qué carajos pasa? ¿Porqué nadie me advirtió que era mala idea quedarse en esta isla?", pensaba Sarah corriendo con todas sus fuerzas entre la maleza húmeda y oscura de la selva. Los monos como locos la perseguían, como felices, excitados. Ella sabía que pronto se cansaría y todo estaría perdido: que seguramente moriría aquella noche.

El cuerpo de Sarah era tan sensual, tan perfecto y tan cuidado. Miles de dólares invertidos en masajes, dietas, cosméticos, tratamientos dermatologicos, rutinas de gimnasio, etc. Verla correr en cámara lenta, el movimiento de su cabello, sus piernas, tetas, nalgas y su cuerpo entero bajo esa ropa rosada y sexy hubiera sido un deleite eterno para todas las ciudades del mundo. Sin embargo, ella no estaba ahí.

Los monos fácilmente la rodearon y a ella no le quedó más a dónde escapar. Estaba muy asustada y cansada, se sentía tan indefensa. Toda su vida estaba acostumbrada a tener la mirada y el cuidado de todos, ahora, el mundo la había olvidado.

Los monos se acercaron lentamente a ella. Criaturas pequeñas y peludas que emitían sonidos raros. Más que agresivos, parecían juguetones. Eran monos pequeños, aunque habían más de una docena. Sarah, con un último instinto de escapar, intentó subir a un árbol, pero solo consiguió rasparse un poco las rodillas y las manos. Ese momento de impotencia nunca lo había experimentado. De nada servía gritar por ayuda, ahí de pie, estática en medio de la selva más lejana y recóndito. Los monos se acercaron al fin, cautelosos, pequeñas criaturas salientes de las plantas. Estaban tan cerca de ella que podía percibir el mal olor que tenían. ¿Porqué no me han lastimado?, pensaba ella.

Empezaron a tocarla. Con sus manos peludas, salvajes y tibias empezaron a hacer contacto con su pelo, sus brazos, sus piernas, como si una Diosa bajara del cielo, de piel brillante, suave, blanca, perfecta. Era un MANJAR EN LA SELVA, el maná hecho carne, hecho hembra.

Curiosos, le estiraban la prenda rosada sin saber qué era, y otro de ellos la estiró y rompió parte de su satén. Sarah, aunque pareciera ridículo, seguía intentando cubrirse con sus manos. De pronto, ella tropezó con una rama y su cuerpo cayó entre las hojas, plantas y tierra. Rápidamente empezó a sentir una decena de manos simiescas, un poco ásperas pero cálidas, que la exploraban por todo su cuerpo, estaba empezando a sentir el frío de la noche. Ella mentalmente apenas soportaba la situación, esperando que su equipo de trabajo la fuera a rescatar pronto.

Si Sarah se movía o intentaba escapar, esos monos cachondos podían atacarla y herirla. Unos de ellos, peleaban a lo lejos por acercarse. Ella podía sentir cómo acercaban sus narices dejando sus fluidos y baba por todos lados. Sus manos simiescas la tocaban toda por completo, a la vez, y ella empezaba a sentirse estimulada sin desearlo: recorrían sus brazos, su cuello, su cintura, su abdomen, sus piernas, sus pies, sus nalgas carnosas, sus caderas anchas. Le manoseaban las tetas, la acariciaban y olían su entrepierna rosando su clitoris con sus narices y metiendo sus manos gruesas por todos lados, tan ensalivadas y tan resbalosas. Ella sentía tanto repudio al inicio, pero al paso de minutos comenzó a sentirse en un punto tan estimulada que su cuerpo la traicionaba y empezaba sentir placer.

¡¿Placer?! ¿Cómo placer? Comenzó a sentirse excitada por unos animales. Una sensación muy primitiva que habitaba en su cuerpo. De lo que no había duda, era que aquellos monos, nunca se habían deleitado tanto en su vida.

Sarah pudo ver cómo esos pequeños penes se empezaban a asomar bajo la luz de la luna. ¿Qué tipo de monos eran estos animales?, se preguntaba mientras yacía tirada, semidesnuda, solitaria. Esos penes erectos y rosados salivaban preparándose para copular a esa hembra caída del cielo. De pronto, se escucharon sonidos acercándose. Una sombra grande y extraña.

Algo se aproximaba.

Los monos alertas, temblaron de miedo.

Un manjar en la selva  [+18]Where stories live. Discover now