C:40 | ASÍ SE SIENTE UN GOLPE BAJO

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100 días era igual a 3.288 meses, 14.286 semanas, 2400 horas, 144000 minutos, 8640000 segundos, o 10 millones de latidos.

Y también era el plazo exacto para que el reto acabara.

Y ahí era exactamente dónde estábamos ahora, en el día 100.

Al despertar me sentí como si hubiera caído en una especie de paradoja del tiempo. Me pareció tan imposible que algo que al principio me parecía tan lejano e imposible de acabar estuviese pasando.

Creo que perdí la noción del tiempo al mismo compás en que dejé de marcar los días en el calendario con el deseo de que todo terminara lo más rápido posible, y que me enamoré mientras olvidaba como odiar y rechazar cualquier sentimiento genuino que este absurdo «juego» me provocaba.

Y me fuí acostumbrando, como cuando llegas más lejos de lo que nunca habías llegado en un videojuego; rompes tu propio récord y empiezas a acostumbrarte a lo rápido y fácil que fluye todo, se empieza a sentir como si hubieras estado en ese punto del juego toda tu vida, como si en vez de llegar por primera vez estuvieras volviendo a casa, y empiezas a sentir que ese pequeño lugar dentro del juego te pertenece, que es tuyo, que puedes cambiarlo, avanzar, saltar al siguiente nivel o quedarte en ese para siempre.

Y justo en ese momento donde empiezas a sentirte la reina del juego, se acaba, la pantalla se va a negro y te muestra la frase «GAME OVER» en mayúsculas para que no te quede dudas que cuando ganas también pierdes.

Y ese era el problema, que siempre, siempre pierdes, aunque no te des cuenta y el golpe suceda tan rápido que no te da tiempo de vivir el duelo por eso que dejaste ir sin darte cuenta de que lo hacías.

Saboreas la sangre en la boca, ves los moratones marcarse en tu piel, ves las cicatrices negarse a sanar, pero no duele realmente hasta que te das cuenta de que perdiste algo, y entonces todo empeora porque siempre hay alguien que pregunta, y por alguna razón no somos capaces de explicarlo.

Cada uno de esos días se transformaron en recuerdos. En miradas que gritan mucho más de lo que muchas personas se han atrevido a decir en sus vidas, en besos que se transforman en una extensión del idioma y toman el lugar de las palabras, en cosas que dijimos con los labios cerrados, en palabras que se ahogaron en el sonido de nuestros latidos, y finalmente en fragmentos de historia que se quedaron congeladas en el tiempo, mirándonos avanzar.

Y por loco que fuera, no sé sentía como debía sentirse, y no sabía cómo sentirme al respecto.

Para empezar, definitivamente no sentía el alivio que creí que iba a sentir hace tres meses, no me provocaba esa sensación de que podía volver a respirar, ni hacía que de la nada la presión aplastante y persistente en mi pecho desapareciera.

Y después de todo, era bastante comprensible, ahora tenía razones para no querer que acabara, y quizá muy en el fondo se trataba de que no quería dejarlo ir. Que aún sentía miedo por todo lo que representaba Noah en mi vida ahora mismo, y porque ya sabía de sobra lo que era que las cosas no salieran bien.

Era raro, pero sin darme cuenta empecé a sentir el reto como mi salvavidas, como algo que me mantenía a flote, y sin él no quedaba más opción que seguir nadando mar adentro.

Y depender solo de ti mismo para mantenerte a flote da miedo.

Ahora solo seríamos nosotros, y había un eco en mi cabeza que no dejaba de repetirme que el mundo se nos venía encima.

«Uff».

Medio sacudí la cabeza cuando Ash volvió a agitar su mano frente a mi cara, captando mi atención y haciendo que todo mi enfoque se dirigiera a él, intentando adivinar lo que había dicho.

100 DÍAS CHALLENGE Where stories live. Discover now