63.

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—Bebé...

Lo llamó luego de un rato con la voz ronca.

Adam se removió de mala gana entre sus brazos y levantó su cabeza. Gael sonrió al ver sus ojos más adormilados que nunca. Brillantes, porque la geoda seguía ahí en la oscuridad de su mirada. Resplandecían en sus ojos vestigios del placer que solo un buen orgasmo provocaba y, con solo verlos, pensó que estaba dispuesto a darle muchos más en el futuro.

Lo juraba por su nombre, Gael Sorní.

Acarició su frente con una mano y la besó con dulzura.

—Fue... estuvo...—la voz de Adam sonaba tan ronca como la suya.

—Te amo —lo interrumpió antes de que pudiera decir cualquier otra cosa. No pudo recordar si alguna vez fue tan literal, tan directo, tan sincero. Por la mirada de Adam, tal vez no, pero al prestarle atención se dio cuenta de que era lo de menos, porque lo que realmente importaba era que en su boca un «te amo» parecía insuficiente y pequeño para todo lo que sentía.

Tal vez, debió hacer lo que hizo Adam luego de apenas abrir los ojos y alzar las cejas: atrapar su boca en un beso que significó mucho más que cualquier palabra en todo el universo.

Porque Adam no sabía expresar con palabras sus sentimientos, pero con cada uno de los movimientos de sus labios, del delinear de su lengua, del roce de sus dientes, le decía todo lo que necesitaba saber. Siempre sería un hombre de pocas palabras, pero si sus besos le hablaban así, por él, podría quedarse mudo.

—Y tú me amas —le susurró Gael. Lo afirmó, más seguro que nunca, porque todo lo ocurrido en esa cama también hablaba mucho.

Gael sintió sus dedos largos rozar su cintura, bajar por su brazo con delicadeza hasta llegar a su mano para llevarla a su pecho, justo en ese punto en el que pudo sentir su corazón latir inquieto y vivo.

Adam asintió. Un calorcito especial se centró en su pecho, uno que hizo que escondiera su rostro en su cuello de nuevo.

Gael tenía un nudo en la garganta.

Ese que se tejía al ver la escena triste de una película o al escuchar una canción que te pone la piel de gallina o al vivir una emoción tan grande con otra persona que sientes que, si la dejas ir, ya no serías la misma persona.

Tragar saliva fue doloroso y abrir la boca lo fue más.

—Ven, hay que moverse.

—¿Puedo quedarme aquí toda la vida? —Adam se acurrucó aún más.

—Puedes volver aquí siempre que quieras, pero ahora viene la parte en la que nos separamos un poquito antes de acurrucarnos de nuevo. —Besó la cicatriz en su ceja y acarició su nuca—. Estamos hechos un desastre, Baek.

Adam levantó la cabeza con el ceño fruncido, como un niño malhumorado que no quiere levantarse para un nuevo día de escuela, lo que le provocó una risa que se mantuvo hasta que llegaron al baño.

La risa de Adam le sabía tan bien, en especial, esa que salía y se confundía con sus quejas ante cualquier cosa, porque estaba seguro de que el chico esperaba el corte de imagen típico de una comedia romántica, donde los protagonistas no pasaban por la parte de tener que, por ejemplo, quitarse el condón.

—Adam, solo sácalo. ¿Nunca te enseñaron a usar un condón?

—Sí, pero sacárselo es difícil. ¡Ya deja de reírte!

No sabían si era por el cansancio o qué, pero sus risas eran torpes e intermitentes, como ellos, que se acercaban para darse pequeños besos como si sus cuerpos se negaran a estar separados.

—Ya está, vamos a dormir —le dijo Gael luego de soltar en el lavamanos la toalla con la que le secó el cabello. Estiró su mano para que Adam la tomara y así volver juntos a la cama; sin embargo, él seguía clavado frente al espejo. Se miraba en silencio con el ceño fruncido como si viera por primera vez ese cuerpo lleno de pequeñas marcas que esa noche fue de otro, cuando él tuvo su cuerpo solo para sí, sin planes de que otro interviniera en su piel.

Gael lo miró en silencio y con sigilo se puso a su lado para apoyarse en su hombro. Adam lo miró y besó su frente matando las preguntas que tenía en su garganta, porque sabía que su tutor se había entregado al silencio.

—Mañana.

Quería preguntarle tantas cosas, pedirle que le dijera tantas cosas, que la ansiedad le atoraba las palabras en la garganta. Supo que Adam podía verla en sus ojos, pues tomó su mano y la apretó para calmarlo. Conforme, besó de nuevo su hombro pensando en lo bien que se sentía encontrar a alguien que lo entendiera y pudiera calmar sus miedos e inseguridades con un solo gesto.

Está bien, Baek, mañana.

Amanecía cuando volvieron a la cama. Gael se deslizó por debajo de las mantas, mientras Adam lo miraba con el ceño fruncido con su ropa interior en una mano. En silencio entendió. Se murió de ternura al recordar que sus manos habían pasado por cada rincón de su cuerpo, pero que aún no estaba listo para dormir junto a él sin nada de ropa.

Lo vio respirar en calma una vez más cuando, al igual que él, se puso otra vez su ropa interior. Fue una ganancia poder pegar la cabeza en su pecho y enredar sus piernas para reclamar todo el contacto físico posible.

Sus dedos entrelazados se veían tan diferentes; los suyos delicados, pequeños, finos y los de él gruesos, nudosos, pálidos, marcados por venas como el resto de sus brazos.

—Me siento como bajando de una montaña rusa —lo escuchó murmurar por lo bajo, como si no estuviera seguro de que quisiera que lo escuchara—; nunca me gustaron las montañas rusas.

Dejó caer su mano y se pegó más a su pecho.

—Marean, te agitan, te ponen de cabeza..., igual que tú..., pero me gustas tanto que me subiría infinitas veces a esta montaña rusa por ti.

Mordió su labio inferior y cerró los ojos. Sus pulmones apenas lograban hacer su trabajo y en su pecho solo habitaba una gran bola de energía hermosa que había acumulado en el último tiempo.

No tuvo sexo con un chico que lo hacía por primera vez, Adam no era un virgen y ya, Adam era un chico asexual que nunca deseó a nadie hasta que lo conoció y se dio cuenta de que solo por él quería tener sexo por primera vez.

Solo por él.

Dios, era enorme y él diminuto.

Besó su pecho mientras cerraba los ojos y así se dejó llevar por el movimiento de sus dedos en su espalda para buscar el sueño.

Adam le decía que era el cielo, pero en ese momento se sintió como una pequeña nube que deseaba no perderse en la inmensidad.

Adam le decía que era el cielo, pero en ese momento se sintió como una pequeña nube que deseaba no perderse en la inmensidad

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My Chemical (Asexual) Love ✦ DISPONIBLE EN FÍSICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora