18| La fiesta

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EMMA

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EMMA

Después de la última semana y media que ha transcurrido desde que llegué a Reed Beach me siento distinta, más ligera.

No he recibido llamadas de mis padres. Apenas un par de mensajes de mi tía y mis respuestas son un «estoy bien». Los extraño y tenemos que hablar sobre muchas cosas, pero ahora no. Ya me he acostumbrado a mi piso, el cual es cómodo y acogedor. Hasta descubrí que en la azotea hay una piscina. Genial.

Me siento bien, ya que no he sentido algún tipo de presión por nada. He pasado más tiempo conmigo misma y con tiempo de sobra, he dormido hasta tarde, apenas toco el celular y puedo sumergirme con calma en una buena lectura o en la finalización de mi libro. No pretendo volverme una buena para nada, pero un tiempo de relajación y descanso no hace mal.

«Y pensar que hace tiempo pensaba totalmente lo contrario. Já.»

Como acordamos, Lucas y yo hemos pasado tiempo juntos y nos hemos divertido. Fuimos a la playa en la noche a conversar, fuimos a comer helados y también le dejé de hablar por una hora al enterarme que odia el chocolate. ¿Qué le pasa? Cenamos en una pizzería donde la pizza estaba fría y sin sal. Visitamos un museo y tomamos muchas fotos, bueno, él las tomó y creo que en todas salía con mi mejor cara de... Lo acompañé a comprarse un coche y me estuve burlando de su elección —que estuvo bastante bien un Corsa blanco, pero quería buscarle las cosquillas y lo conseguí, se molestó conmigo aunque se le pasó—.

Ayer estuvimos recorriendo parte del pueblo en su auto, porque sí, de caminar por las calles ahora conducimos por ellas. Evolución. Y ayer por la tarde estuvimos cocinando juntos, idea de él, claramente, ya que mis habilidades en la cocina son nulas, pero no estaba dispuesta a decírselo.

La verdad fue bastante mal, mi pan se quemó y me lo comí así, ya que mi orgullo se negaba a aceptar que estaba quemado. Él, por su parte, comía su pan dorado y suave como las nubes... Aunque no sé como se sientan las nubes.

—Ya comprendo por qué eres camarera —me dijo entre risas. Le lancé una mirada asesina. Sus brazos se encontraban cubiertos de harina, al igual que su camiseta gris.

—Sí, soy camarera porque si me paso a la cocina le quito el trabajo a mis compañeros y seré la favorita de los clientes y no me gusta la fama —confesé y él giró sus ojos. Pero de verdad, mi pan sabía horrible.

—Por suerte, tienes a un novio que sabe de cocina porque sino tu dieta se reduciría a comida quemada. —Le saqué el dedo medio. Él, con un poco de harina que había sobrado, me la embarró en la nariz y la mejilla, por lo que golpeé su hombro.

—¡Idiota! ¿Sabías que fácilmente podría pedir comida a domicilio o comer enlatados? No te creas tan indispensable.

Él elevó ambas cejas y curvó sus labios en una sonrisa victoriosa.

Un Viaje Alocado [✓]Where stories live. Discover now