Momentos.

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Capítulo veintiséis

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Capítulo veintiséis

De eso se trata, de coincidir con gente que te haga ver cosas que tú no ves. Que te enseñen a mirar con otros ojos.
Mario Benedetti

La clave de la felicidad, es dejar de buscarla, pues siempre tendrás una lista de las cosas que has hecho y de las que no has logrado, siempre te fijarás en aquellas que no haz alcanzado, haciéndote sentir insatisfecho, por eso, la clave de la felicidad es por nada del mundo intentar buscarla.

Vinimos a este mundo llorando y las personas nos dirán adiós de la misma manera, pero yo preferiría que fuese con una sonrisa, para al menos honrar el que siempre intenté sonreír.

Lucas me dio una perspectiva del mundo un tanto diferente a la que solía tener, pues me demostró que a pesar de todas las veces que el universo te exija caerte y rendirte, debes levantarte con más fuerza, y demostrarte a ti misma que tu propio enemigo eres tú.

También me hizo entender que no necesito encajar en un molde creado por la sociedad para ser perfecta, pues mis defectos me definen como ser humano no como una basura.

No necesito amar las rosas como todas, prefiero los tulipanes, no voy a hablarte sobre como ser femenina, prefiero citar a millones de escritores, ni siquiera pienso en como ser aceptada, prefiero pasar desapercibida, y ni hablar de esos dotes coquetos que muchas poseen, pero tengo algo, una sola cosa que me define por encima de la sociedad.

No cambio mi personalidad por el comentario de una persona ajena, y afirmo, que la mayor expresión del amor propio, es mantenerse fiel a sí mismo.

No quiero un príncipe que me rescate, más bien amo a un caballero que me ayudó a escapar de la torre.

— ¿Lista? — preguntó Lucas tomando mi mano con fuerza, besándola seguidamente.

— Si — respondí por inercia.

Caminamos entre el césped de un color verde más marchito de lo normal, y la nieve apenas dejaba verlo. Había frío y neblina, pero necesitaba tener este momento.

Melissa Town

Hola, esta vez no vengo sola — comencé intentando no llorar — el es Lucas, me ha apoyado mucho, le conté sobre ti pero no estás aquí para conocerle.

Lucas apretó mi mano con más fuerza, haciéndome sentir protegida y segura en su tacto, sabiendo que no necesito cambiar mis palabras, puedo fluir como un río cuando de el se trata.

— Te he compuesto una canción, y ambos estábamos pensando en unirnos, pero quería decírtelo — seguí hablando a una lápida sin respuesta — Yo aún te siento aquí, a veces en casa menciono tu nombre por equivocación, y escucho nuestros videos para recordar tu voz, aunque sea la voz de una niña de cinco años.

Reí para mis adentros y Lucas recogió con su pulgar una lágrima que caminaba por mi mejilla.

— Creo que ya estoy bien, Melissa, gracias a el, estoy mejor — dije y el posó su brazo por detrás de mi hombro — somos como una perfecta sonata de amor que toca la melodía de un solo corazón.

— Somos Agápē — sonreí, porque ya sabía lo que significaba y dejé unos tulipanes en su tumba, ella los amaba tanto como yo.

— Gracias por acompañarme — le dije a Lucas y el sonrió, esos hoyuelos hermosos eran mi perdición de la cordura.

— Gracias por dejarme estar aquí — respondió y su mirada se dirigió hacia la lápida — y gracias a ti, por volverla tan fuerte.

Estaba feliz, a pesar de no tener a mi hermana, había comprendido muchas cosas, comprendí que todo no es para siempre y que la vida puede tener un giro de 180° en menos de unos segundos, aprendí a ver las oportunidades y a valorar el tiempo que tengo.

Cada día puede ser el último, así que vívelo de igual forma.

Llegué a casa y al entrar vi a mi padre tirado en el sofá de la sala, su cabeza estaba apoyada en sus manos y su ropa no lucía limpia o planchada, era una versión diferente de la que conocía.

— ¿Qué sucede papá? — pregunté asustada por lo que podría estar pasando.

— Tu madre será operada mañana — informó y mi expresión se transformó por completo — al parecer prefieren eliminar el tumor antes de que se vuelva un cáncer.

Eso, a pesar de ser peligroso, era una buena noticia, prefiero que mi madre sea sanada antes de empeorar.

— ¿Y por qué la cara? — pregunté refiriéndome a su rostro de mirada perdida.

— Tengo miedo por ella, no puedo perder otra vez a alguien que amo — confesó y me llamó a sus brazos.

Me abrazó de forma fuerte y cálida,  necesitaba de un apoyo, sabía que el no sería lo suficientemente fuerte sin mamá, ella es su todo.

— Todo estará bien, papá — le dije con tal de conseguir verlo sonreír, aunque yo también moría del miedo — Mamá estará bien y volveremos a estar juntos.

El simuló una pequeña sonrisa, pero a mi no me engañaba, el no estaba bien. Tomé la decisión de hacer algo para que comiera, tal vez le subiría el ánimo y así se alimentaría, anoche no quiso comer nada.

— ¡Te prepararé lasagna! — era su platillo favorito y era rápido de hacer, considerando que ya está hecha y solo hay que meterla al horno.

Hice lo anterior dicho y a los minutos, la serví en una bandeja, la coloqué encima de la mesa y le serví una porción a mi padre.

El pareció estar un poco más feliz y comenzó a comer su rebanada, al menos se estaba alentando, yo también comí una porción solo que más pequeña.

Al terminar la cena con mi padre me dirigí a mi habitación a intentar descansar de la mente que siempre tienes algo para recordarme lo que duele, así que le huyo a ello.

Llámame cobarde pero prefiero huir de los demonios de la noche antes que convocarlos. Así que dormí profundamente para olvidarme de lo que estaba sucediendo.

Sonata de amorWhere stories live. Discover now