Caminos.

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Capítulo número treinta

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Capítulo número treinta

¿Cuántas veces la gente usó un lápiz o un pincel porque no pudieron apretar el gatillo?
Virginia Woolf

Habíamos pasado toda la semana eligiendo la forma perfecta de llevar a cabo la sinfonía con las letras que habíamos escrito, cambiamos algunas palabras y llegamos al final de la libreta, con todo listo para mañana. Lucas estaba bastante feliz y entusiasmado, no había parado de ensayar y tararear mientras lo hacía.

Hoy yo decidí quedarme con el, para dormir juntos, quería sentir la calidez de sus abrazos en la fría noche de invierno. Lo vi sentado con las piernas dobladas encima de la cama, con un cigarrillo entre sus labios y la mirada turbia fija en la nada. Estaba perdido y sumiso en sus pensamientos.

Tomaba el cigarrillo en sus dedos y sacaba el humo de adentro de su boca con agilidad, el ya lo había hecho antes de seguro. Notó mi presencia y me dedicó una sonrisa.

— No sabía que fumabas — le comenté con toda la sinceridad, aunque me llamaba la atención su porte de malo con ese cigarro.

— Solo lo hago cuando estoy estresado o nervioso — contestó y se deshizo del cigarro lanzándolo en la papelera de al lado de su cama.

— ¿Por qué estás nervioso? — pregunté y el tomó mi mano, como si yo fuese su pilar.

— No sé cómo no puedes estarlo, mañana vamos a audicionar para Eugene, eso me tiene nervioso — confesó y luego me miró a los ojos — Es solo que tengo miedo de que no le guste.

— ¿Cómo puedes pensar eso? Lucas, tu voz es hermosa y tocas muy bien, no puedes ser tan duro contigo mismo — le aconsejé y el se dejó caer sobre mis muslos, sus cabellos me hacían cosquillas y su rostro allí me causaba ternura.

— Eres tan jodidamente hermosa — me dijo con los ojos brillando por la luz de la pequeña lámpara de techo y con un tono de voz sincero.

El no se hacía ni la menor idea de lo mucho que me sanaban sus palabras, todo lo que el hacía o decía me hacía sentir que había ganado la lotería, aunque aún no éramos una pareja oficial, éramos algo muy parecido.

— Tu también eres jodidamente hermoso, Lucas.

— No estamos hablando de mi — provocó y se levantó de mis piernas para sentarse frente a mí — lee esto para mi — pidió y me entregó un libro que siempre he adorado.

Alicia en el País de las Maravillas. Mis respetos a Lewis por escribir un libro tan hermoso y, porqué no, loco.

El secreto, querida Alicia, es rodearse de personas que te hagan sonreír el corazón. Es entonces y solo entonces, que estarás en el País de las Maravillas — leí esa parte porque estaba subrayada y amaba esa frase sin duda alguna.

— Tu eres mi País de las Maravillas, Alba — dijo y no sabría explicar el porqué, pero eso me hizo sentirme única y sensible.

— Tu también eres el mío, Lucas.

Después de eso, Dormimos abrazados el uno del otro, luchando a mano limpia por el edredón, besándonos el rostro cada que despertabamos y compartiendo el mismo aire en una sola cama. Todas las canciones de amor habrían cobrado sentido cuando el apareció en mi vida.

Éramos felices así, sin ataduras ni etiquetas, siendo nosotros mismo, y aunque nos llamaran locos, no pueden juzgar aquello que no ven, ni sienten.

Al despertar noté que Lucas no estaba a mi lado como en tosa la noche, pero en su lugar vi un pequeño sobre de papel con su caligrafía curva y su letra pequeña.

Salí a correr, el desayuno está en la cocina, besos.

Su nota me llenó de alegría la mañana, me ducha y bajé ansiosa por ver que había preparado para mi. Había una taza de leche con chocolate y unos huevos revueltos en un pequeño plato azul, con otra nota al lado.

Lo siento no soy muy bueno en esto. No dejes nada, necesitas alimentarte.

Reí al leerla, no me interesaba el sabor o la cantidad, más bien me fijé en el hermoso detalle. Además al probarlo, el sabor estaba exquisito, tal vez no tenía la sal necesaria pero estaba bien.

— ¡Buenos días! — exclamó Lucas al entrar por la puerta — Estás hermosa.

— Y tú todo sudado — bromeé y el rió dejando a la vista sus hoyuelos.

— ¿Me acompañas a tomar una ducha? — preguntó y mis mejillas enseguida se prendieron en fuego, asentí con ma cabeza y el me tomó de la mano para subir a la habitación.

Dejó su cuerpo al desnudo frente a mi y yo rezaba por no caer en la tentación, el agua caía sobre nuestra piel mojandonos las entrañas.

— Eres hermosa así, como sea eres hermosa — confesó y me besó los labios colmado de amor, insisto, sus palabras tenían la llave para hacerme sentir como el quisiese.

Hicimos el amor, pero no de esos que nos venden, el amor de verdad, con besos llenos de caricias y palabras mientras nos mirábamos a los ojos, suspirabamos y jadeamos pero sin dejar de lado el sentimiento, porque antes que nada nos queríamos.

Luego nos vestimos, Lucas usó una camisa de magas largas color blanca y por encima un abrigo grande y unos jeans a la cadera que dejaban ver su V si subías la camisa, el era el deseo en perdona. Cepilló su cabello hacia atrás para darle un aspecto más respetable.

Yo opté por un suéter rosado, unos jeans color agua marina y un abrigo negro por encima también unas botas del mismo color. Dejé mi cabello suelto porque se veía bien de esa forma.

Permití que esta vez Lucas condujera mi coche, así que yo iba en el copiloto, íbamos cantando las canciones y ensayando en el aire las notas. Camino a Marley, camino a un nuevo destino.

Sonata de amorWhere stories live. Discover now