0: un sol radiante

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Boo

En los arboles volvían a crecer las hojas y los pájaros regresaban del sur para anidarse entre sus ramas. Por las mañanas lloviznaba, haciendo que el resto del día estuviera fresco y las ventanas del hospital se empañaran un poco. Aquel frio cristal no me permitía ver mucho, solo unos cuantos arboles del patio y las paredes de las instalaciones que lo rodeaban.

A los lejos se divisaban los enormes edificios de la ciudad. Me imaginaba todo el movimiento que podían tener sus calles un lunes por la mañana, los autos del tráfico, la gente rumbo al metro, las miles de voces comunicándose y vibrando bajo un nuevo un amanecer. Un amanecer que no podía sentir como me arañaba la piel porque podía pillar una pulmonía si salía fuera.

― ¿Qué tal el cielo? ―pregunte a la enfermera. Ella pareció extrañada, aún así me sonrió con amabilidad.

―Es un día hermoso, el sol esta radiante.

No solía hablar mucho, la mayor parte del tiempo tenían gruñidos y protestas por mi parte, pero había oído a alguien que pasaba por el pasillo que las flores habían empezado a florecer en el jardín del hospital.

Yo amaba las flores.
Y Jonás nunca me regaló flores.
Las orejas me ardieron del enfado y me hundi bajo las cobijas, ¿Porque no me había dado flores? ¿Porque no era capaz de leer mi mente a miles de kilómetros de distancia y aparecerse aquí con un ramo de margaritas?
En mi mente, le dije que me las pagaría, por si acaso le llegaba algún día el mensaje.

Extendí el brazo cuando ví el medicamento listo y mire como Tina, una de las pocas que me tenía paciencia, lo administraba por la vía intravenosa. Un pequeño escosor me hizo sisear. Hermosa manera de empezar el día a las seis de la mañana.

Intente relajarme. Tina abrió por completo las cortinas blancas de las ventana, alumbrando por completo la habitación de una tonalidad naranja/rosácea. Apreté los ojos, imaginando que los rayos me calentaban la gélida piel de mis mejillas. Imaginando que estaba allí afuera de pie en el pasto verde, mirando los balcones de los edificios llenos de flores y el rico aroma del rocío mañanero.

Amaba la primavera, era tan hermosa.

Me pregunte si la brisa hacia estremecerse cuando caminabas por las calles muy temprano, como cuando solía ir a la escuela los primeros días de la estación.

En ese instante extrañe Letter y sus estaciones coloridas. Aquel hospital era muy vacío y aburrido, necesitaba esos pequeños detalles para continuar; los árboles, el pasto, los riachuelos, las casas coloridas. No sabía mucho sobre esa ciudad, pero temia que al poder conocerla fuera gris.

― ¿Puedo subir a la azotea en la tarde?

Solté de la nada, Tina que organizaba el resto de medicamentos en el carrito se detuvo. Debía estar tan sorprendida como yo de hacer dos preguntas en una misma mañana.

―Ya veremos que dice el médico.

El medico dijo que no, siempre decía que no a todo. Así que lo catálogue como el idiota más grande del estado, sin importar cuánto se preocupara por mi salud. Lo cierto es que me consideraba imprudente y poco razonable, así que me caía mal por cuestionar mis decisiones de vida, ¿Quien se creeia?
El mejor en su área, diría mi mamá.

Cuando fui ingresada presentaba una neumonía grave que llevaba semanas anteriores trabajándose, y aunque me hubiera librado de la enfermedad hace muchos días, en ese momento mis pulmones no eran tan fuertes, podía sentirlo cuando me costaba respirar y debían proporcionarme oxígeno. Sin embargo yo me sentía capaz de estar unos minutos afuera.

―En verano podrás salir, cuando llegue el calor―prometió, en mi mente lo envié al grandísimo carajo.

Transcurría el 17 febrero del año 2009. Día numero 53 internada en el área de oncología del hospital central de Brillton, mi nuevo hogar por mucho tiempo. Todos los meses que fueran necesarios para curarme o morirme.

Ese día fue igual a los anteriores. Exámenes rutinarios cada mañana, medicamentos, fiebre, dolor muscular que me impedía moverme, pinchazos, horas de sueño eternas, más medicamentos, y más pinchazos. Tenía los brazos llenos de moretes de las vías intravenosas que cambiaban cada tres días porque dejaban de servir o se infectaban. Mi estómago se encontraba en el mismo estado o puede que peor, marcas violetas, casi negras, lo cubrían en gran parte por los tratamientos que allí colocaban, y dolían un infierno. Y las yagas que brotaban en mi boca como reacción a algunos medicamentos, esas eran mis peores enemigas y las odiaba con mi alma.

Comer hielos y enjugarme la boca con más medicamentos se volvió parte de mi nueva rutina para que dejaran de salir.

Medicamentos y más medicamentos. Ver entrar al carrito lleno de frascos con pastillas e inyecciones era una maldita pesadilla.

Esos días era más débil, caminar me descompensaba y debían trasladarme en silla de ruedas. Mi cuerpo lucia hinchado, con las mejillas infladas que me hacían lucir como una ardilla comelona. Verme en el espejo por las mañanas se convirtió en un castigo, y deje de hacerlo luego de las primeras semanas.

Muy a menudo deseaba rendirme, dejar aquella tediosa vida en el que tiempo parecía correr en cámara lenta y dejar de luchar por un futuro feliz que no quería ser parte mí. Pero la imagen de mi madre durmiendo a mi lado en sofá me retenía, ella se esforzaba a diario por mí para darme todo lo que necesitará. Mi familia había dejado su vida en Letter para venir a una ciudad descocida, solo por mí.

Y me sentía en deuda con ellos. Y con él, con Jonás.

Cuando lo extrañaba mucho miraba las fotos pegadas a mi pared, y sonreía al recordar lo felices que fuimos hasta nuestros últimos segundos juntos. Su rostro dormido a mi lado, con el amanecer coloreando su piel estaría por siempre guardado en mi memoria como una promesa de reencontrarnos.

Por las noches solía escribirle en un diario que quizás no leería, me gustaba contarle como me había ido en mi día sin importar que tan terrible fuera porque sabía que se preocuparía y le interesarían esos detalles. A él le interesaba todo de mí, desde lo más simple a lo más complicado. Fue el único que no temió enfrentarse al desastre que conllevaba estar a mi lado, y me hizo feliz, tan feliz como en años no lo fui.

Pensar en sus ojos cafés llenos de luz, en su cabello alborotado, y en sus pecas antes de dormir, se convirtió en mi hora más esperada al final de un trágico día.

La noche del 17 de febrero fue otra más en la que soñé con su compañía a orillas del mar.

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Holaaaaa mis pancitos dulces, como están?
Aquí les dejo el primer capítulo, decidí que serán cortos para poder traerles más seguidos, así cada que tenga oportunidad les avanzo un poco la historia 🥹
Les gustó? Que piensa sobre nuestra Boobosita?
Está nueva parte dolerá bastante, pero seguiré tratando de meterle sus toques de comedia, ya saben cómo es nuestra chica tormenta jsjs

Eso es todo, regreso en unos días jsjs

Entre hojas secas y copos de nieve | Libro IWhere stories live. Discover now