Capítulo 21 - Entrenamiento (3)

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—Lo mataste al tercer intento —dijo Eva, con las manos en la boca

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—Lo mataste al tercer intento —dijo Eva, con las manos en la boca.

—Son rápidos. Necesito más práctica.

—N-no es eso, ¡lo mataste muy rápido!

—¿Qué?

—¡L-los novatos tardan alrededor de veinte minutos en hacer lo mismo! Es el estándar. ¡Rompiste esa marca!

La ptm, me olvidé de fingir.

Me rasqué la cabeza.

—Tuve suerte, ja, ja.

—N-no es suerte. Es que eres un genio.

Otra vez con eso, tmr.

De pronto, Choco se percató del problema. Intervino.

—No, no, esta hazaña se debe a mí. ¡Mi hoja corta de maravilla, ju, ju! ¡Alábenme, mortales!

Me reí entre dientes, la actuación de Choco no era nada convincente. Sonreí como acto reflejo.

—Eso es verdad —admití, carraspeando un poco.

Mamá empezó a reír, inmediatamente, se acercó a Choco: la estrujó con fuerza. El abrazo se extendió por varios segundos. La amazona se sonrojó un poco.

—Gracias por apoyar a Marvin, Choco. ¿No te pelees con él, va?

—E-está bien. ¡Es mi trabajo apoyar a los débiles!

Qué fácil que eres.

Una vez terminada la charla, continuamos con la misión. Choco volvió a transformarse en cuchillo, Eva me daba consejos. La carne del primer conejo servía de carnada. Por otro lado, el cuerno lo separamos a un lado, este se vendía por 'testo', la medida de masa en este mundo.

En este continente, la medida de masa no se basa en constantes físicas universales, como en la Tierra (kilo, libra, etc). En su lugar, se usaba la masa de un objeto como base. Los habitantes eligieron los testículos de un rinoceronte como unidad de medida, un 'rinoceronte opalino'. Cortaban los huevos y extraían la perla estival (un objeto de masa estándar). Todas las perlas pesaban lo mismo.

Marvin si conoce, eh.

De pronto, alcé la vista. La blanquita me miraba desde lejos, rascaba su mejilla y parecía un poco decaída. ¿Qué le pasa?

Me detuve, bajé el cuchillo y la saludé como siempre. Me devolvió el gesto. Al ver su boca, su sonrisa forzada, actué.

—Espera un momento, Choco —dije.

—Dale.

Me acerqué a Snow. Aclaré mi garganta.

—Señorita Snow, ¿le pasa algo?

—¿P-por qué lo dices?

—Mmh, la veo triste —expresé.

La blanquita abrió los ojos como chapas de cerveza.

Morí como un ladrón y reencarné como un... ¿ladrón?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora