Capítulo 1. El mercado (I)

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La hierba estaba húmeda. Dio otro paso, acercándose al lecho del río. Allí, como ya era habitual, esperaba ella, tan frágil, tan hermosa. Ladeó la cabeza en cuanto la vio y su larga melena castaña cayó a un lado. Sonreía, siempre lo hacía en cuanto la veía aparecer. La esperaba, por supuesto que sí.

Una corriente de aire levantó parte de su vestido, mas no le importó, incluso le divirtió. Pero entonces, algo cambió en su expresión infantil.

—Ven a jugar con el viento, Kass —dijo, su voz melodiosa, cantando cada palabra—. No tengas miedo, Kass. —Se arrodilló lentamente—. No te hará daño —levantó la mirada y sus ojos ardieron con furia—, mi pequeño y dulce colibrí.

Kass arrugó el entrecejo. Estaba ocurriendo otra vez. Retrocedió, asustada.

—Vamos, Kass, ¿no quieres jugar? Sé valiente, colibrí. —Había burla en su voz.

El labio de Kass temblaba. Sus piernas temblaban. Y aunque quería correr y alejarse de aquel ser, no podía. Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando la hermosa hada entrelazó los dedos de sus manos y respiró hondo. Kass supo entonces que había vuelto a retomar el control de su cuerpo y de su alma. Quiso preguntar, quiso llamarla, mas de su boca no salió palabra. El aire volvió a soplar con fuerza, alborotando el cabello de la criatura.

Los árboles parecieron moverse para protegerla. Kass volvió a retroceder, un paso, dos pasos, pero sin apartar la vista. Y entonces, el hada comenzó a cantar. Una música hermosa, casi tanto como ella. El viento se convirtió en brisa y el canto de los pájaros se sumó a las risas de los duendes.

—Sé que vendrás —dijo—. Sé que vendrás.

Unas raíces emergieron del suelo a su alrededor y treparon por sus piernas y su cintura, adueñándose de su cuerpo.

—Estaré aquí. —Dejó caer las manos a los lados y cerró los ojos, alzando la barbilla con orgullo—. No te demores, mi... —Una luz cegó por un momento a Kass y cuando volvió a mirar, del hada sólo quedaba una flor azul tan brillante como las estrellas que ya coronaban el cielo.

El hada no llegó a terminar de hablar, pero Kass sabía muy bien qué venía a continuación. Un pájaro extendió las alas desde una rama y voló hacia el cielo. Un pétalo cayó marchito sobre la hierba.

Pequeño y dulce colibrí.


***

Los comerciantes entonaron sus mejores ofertas, narrando hechos ficticios sobre cómo habían recuperado del fondo del mismísimo Mar Helado alguna de las reliquias que tenían a la venta. Kass torció la boca mientras escuchaba ese sinfín de aventuras estrambóticas que poco tenían de real: apostaba a que más de la mitad de la mercancía que se vendía en Artrid era robada a grandes familias. Y, aun así, todos los comienzos de semana, allí estaba ella, paseando por los estrechos callejones, deleitándose con los brillos de cada pieza esperando que alguna llamase su atención lo justo para intercambiarla por un par de monedas de oro.

Se acomodó la capucha hasta que su cara quedó protegida bajo la tela oscura. De reojo, miró el puesto que tenía a su izquierda: unos cuantos objetos dorados de diversas formas llamaron su atención, aunque ninguno lo suficiente como para acercarse a curiosear. Sólo eran baratijas de falso oro, en algunas incluso se apreciaba la imprimación dorada con la que la habían bañado hacía unas horas. La primera vez que se dio cuenta, lo dijo; la segunda, calló. Todo el mundo sabía la dudosa procedencia de ciertos objetos y todo el mundo evitaba tener problemas con los comerciantes de Artrid.

En el corazón del bosqueWhere stories live. Discover now