Capítulo 1 (II)

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Quince minutos después, el conjunto de casas con fachadas grises la recibió. Se rascó la nariz, con el olor de la Taberna todavía impregnado, y caminó con paso decidido hacia la cuarta casa. No pudo evitar sonreír al alzar la vista y ver las rosas de Alero en una de las ventanas, dándole un poco de color a algo tan sucio y apagado como Artrid. Sacó una tarjeta de uno de los bolsillos de su sudadera y la pasó por el lector que tenía justo delante. En el aparato se dibujó rápidamente un holograma con su cara y justo debajo la joven leyó su nombre y un "Bienvenida a casa" que la hizo poner los ojos en blanco. Había insistido muchas veces a su padre para que cambiase o eliminase el mensaje, pero él siempre se negaba, alegando que era de las pocas cosas que aún conservaba de su esposa. A Kass le gustaban aquellas muestras de cariño que aún le profesaba, pero al contrario que su padre, a ella le hacían daño.

La enorme puerta de metal se abrió con un ligero clic y Kass pasó al interior al tiempo que se quitaba los playeros y la sudadera, quedándose en manga corta. De reojo vio las cicatrices en sus brazos y las pecas que los recorrían, casi tan numerosas como las que había bajo sus ojos. Durante mucho tiempo había escondido su cuerpo, sus marcas, con ropa demasiado grande, demasiado larga; hasta que un día, sencillamente, decidió que ya no volvería a esconderse. Y no fue nada fácil llegar al punto en el que se encontraba, pero había merecido la pena, o al menos eso quería creer.

—¿Kass? —preguntó alguien desde la cocina—. ¿Eres tú?

—Preguntar lo evidente es ridículo —contestó una voz robótica y Kass volvió a sonreír mientras se dirigía a la estancia del fondo—. Por supuesto que es ella, lo has leído en el panel.

—¿No tienes nada que hacer? —Kass se apoyó en la pared, de brazos cruzados y observó cómo Alero entrecerraba los ojos en dirección al robot que tenía a un lado—. No sé, DaaS, puedes limpiar, ir a hacer la compra...

—He terminado todas mis tareas asignadas —respondió el robot, ladeando ligeramente su cabeza.

Alero resopló y alzó las manos en señal de desesperación. Luego dio vuelta y se quedó mirando a la chica, quien parecía muy divertida con la situación.

—No deberías enfadarte con él, tiene razón. Habrás visto mi nombre en la pantalla. —Kass chasqueó la lengua a la vez que el robot asentía—. Preguntar lo obvio es ridículo.

—Cielo, así no me ayudas. —Alero levantó el dedo índice antes de que el robot pudiese decir algo y señaló la estancia contigua como dando a entenderle que debía abandonar la cocina antes de que acabase siendo piezas sueltas. DaaS dudó unos segundos, luego obedeció y dejó al hombre y a la muchacha a solas—. Has regresado pronto —continuó Alero, volviendo a lo que tenía entre manos, que en ese momento era una extraña masa violácea—, ¿no has encontrado nada?

Kass tomó asiento en uno de los taburetes metálicos y negó con la cabeza, algo decepcionada.

—Ya volverás dentro de unos días.

Kass suspiró y luego se quedó mirando cómo Alero amasaba con sus propias manos aquella bola que luego se convertiría en un exquisito dulce de los de antaño. Alero tenía un don para la cocina antigua, eso nadie lo podía negar, y aunque todo el mundo en Artrid prefería comprar comida ya hecha o, en su defecto, que se hiciese en apenas unos segundos, el hombre era partidario, de vez en cuando, de seguir ciertas tradiciones que ya casi se habían olvidado. «Me ayuda a sentirme un poquito más humano», comentaba siempre con un deje de nostalgia en la voz que a ella le parecía lleno de secretos muy tristes. Levantó la vista y le gustó ver cómo se mordía la lengua mientras ponía toda su fuerza en que la masa se mezclase bien. «Es importante quitar las burbujas de aire», decía. La primera vez que lo vio cocinar, apenas tenía nueve años y le había asombrado tanto, que lo había tomado como algo digno de ver. En aquel entonces ella aún llevaba su brazo escayolado y las heridas de la piel sangraban si hacía movimientos bruscos.

En el corazón del bosqueWhere stories live. Discover now