Capítulo IV.

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El alféizar de una ventana desconocida se pintaba de tonalidades rosas y azules características de la mañana.

Se movían con el soplar del poco viento que entraba por la ventana entreabierta.

Jisung no reconoció el atrapasueños de colores arcoiris colgando en medio de las dos cortinas.

Tampoco reconoció el olor de la habitación.

Solo reconoció el cuerpo dormido en la silla del escritorio de madera pegado a la ventana.

Era Minho.

Y como si de una estrella fugaz se tratara, sus recuerdos se estamparon contra su cerebro, haciéndole reconocer la vergüenza y el miedo a ser juzgado.

No le cabía en su cabeza cómo es que se permitió a si mismo colapsar en una casa ajena, y con personas que vagamente conocía.

Se sentía avergonzado y decepcionado.

Cuando era pequeño, su madre solía cantarle al oído canciones de cuna mientras lo arrullaba con el calor de sus brazos. Ahora no quedaba nada. Ya no era pequeño, y ya no estaba su madre con él.

La poca luz azul que iluminaba bajamente la habitación, comenzaba a ascender con colores púrpuras.

Vio el rostro de Minho dormido plácidamente, sus facciones se iluminaban de colores azules, podía observar sus labios entreabiertos y su entrecejo fruncido.

Era precioso.

Han Jisung a sus dieciseis años, había descubierto a la persona más hermosa del mundo.

Lo observó por segundos, minutos, horas, no lo sabe. El sueño volvió a reinar su cuerpo, obligándolo a fundirse con la calidez del aroma masculino de su nuevo amigo impregnado en las cobijas y almohadas.

Cuando el sol golpeaba el tejado de la casa y los niños comenzaban a salir a las calles, Jisung decidió marcharse.

No hizo más que enjuagarse la cara en el baño y robar un poco de enjuague bucal de la familia Lee. Su vergüenza le impedía seguir más tiempo en ese hogar.

—Minho... vete a la cama, ya me voy.—. Le susurró a su compañero.

Un adormilado Lee Minho asintió pasando saliva. No abrió los ojos, simplemente tanteó con las manos el colchón y se acostó.

Jisung sonrió, dando media vuelta hacia la puerta de salida.

—Jisung...

—¿Sí?

—No me gusta verte llorar... mi pecho dolió.

—M'kay—. Susurró para si mismo, girando el picaporte.

Las calles pronto se sintieron solitarias como su mente.

Caminaba manteniendo el equilibrio entre las aceras, y si su vida fuese una de ellas, ya lo habría perdido varias veces.

El comentario de su amigo había alterado los pensamientos martilleantes en su cabeza.

De pronto creyó que llorar era inútil e innecesario. Sumando que le provocaba cosas negativas a una persona que comenzaba a importarle.

Y su casa se veía cercana, pero sus piernas no parecían querer llegar de nuevo.

No sabía a dónde ir, en los tres lugares recurrentes ya era visto como un raro, como un enfermo o como un inadaptado.

¿Por qué de pronto la vida parecía sonreírle para después escupirle por ser un maldito ingenuo?

Como si las plantas con plaga se pudiesen arreglar quitándoles una hoja infectada.

when winter comes [Minsung]Where stories live. Discover now