El Siguiente Paso

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I
Sentados alrededor de la mesa, cada uno de nosotros tenía una postura diferente; Llyrea parecía reflexiva, analítica y pensativa, el Saltador seguía leyendo el libro cada vez que podía, incluso cuando hablaba para hacer comentarios al azar sobre nuestra situación actual; según él era capaz de prestar atención a las dos cosas al mismo tiempo. Varey por algún extraño motivo parecía ansiosa, mirándome de vez en cuando. Astraryel permanecía solemne y calmada como siempre.
—¿Es seguro que en la pelea de hace una semana acabamos con aquellas cosas? —Pregunté antes de que la atención se dispersara.
—No hay señales de que alguna hubiera permanecido con vida —respondió Llyrea, la exploradora—, he rastreado el terreno de unos doscientos kilómetros a la redonda, sin encontrar nada, excepto sobrevivientes humanos a los que no me acerqué. Algunos se han agrupado en pequeñas comunidades, y la mayoría tiene armas. No vi a ningún policía o soldado.
—No hay enemigos, invocador —el Saltador levantó la mirada del libro—. Y no parece que esto esté cerca de terminar. ¿Cuál es el siguiente paso?
Me quedé en silencio durante unos treinta segundos, en los que incluso el zumbido del ventilador de techo de la habitación de Llyrea podía escucharse.
Me giré hacia Astraryel.
—¿Has tenido suerte manifestando el escudo grupal?
—Sí, creo que podría sostenerlo por un tiempo indefinido, tanto como el que tú soportes. También podemos proyectar cosas desde su interior.
Llyrea no había apartado la vista de Varey. Esta, indignada, cruzó los brazos.

–¿Qué implicaciones tiene el hecho de que Benjamín no haya decidido acabar con nosotros en ese momento? –Le pregunté al Saltador, quien estaba sentado a mi lado fuera de la casa, en una banca larga.
Él cerró los ojos, pensativo.
A decir verdad, encontraba extraño el hecho de que Benjamín me haya proporcionado los medios para defenderme de sus ataques, si es que su intención era acabar conmigo. Habría bastado con no aparecer ante mí en primer lugar para que yo no hubiera durado mucho en la situación en la que me encontraba en ese entonces. ¿Se trataría de un juego en el que había interrumpido la chica pelirroja? ¿Un entretenimiento para una entidad cósmica? O tal vez había algo más, algo que aún no era capaz de discernir.
—Debe tener algo en mente. Es muy probable que debamos movernos pronto. ¿No te ha hablado a través de tus pensamientos? ¿Has intentando llamarlo?
La verdad es que no lo había intentado, en parte esperando que él apareciera para comentar el lamentable aspecto que presentábamos tras la batalla.
—... ¿Había algo que aún no discutíamos?
La voz provino de mi otro costado. No quise mirar, pero probablemente estaba sentado también a mi lado. Mi acompañante tampoco miró.
—Lo hicieron bastante bien —prosiguió aquella voz—. Nuestro amigo agotó las municiones que habían estado recolectando por semanas, y fueron suficientes para acabar con miles de demonios honrados y leales, quienes tenían familia en casa esperando.
No sonreí aquel macabro sentido del humor.
—¿Cuántos enemigos vencimos? —Pregunté, sin esperar realmente que respondiera aquella pregunta. Aunque nunca me había dado motivos para creer aquello.
Para mi momentánea sorpresa, lo hizo.
—Tres mil trescientas bajas únicamente por parte de este hombre. Gastó alrededor de cinco mil balas de diverso calibre, y usó ocho armas distintas. Astraryel acabó con alrededor de mil enemigos, principalmente con su espada, mientras que las elfo exploradora barrió la tierra y los cielos con unos diez mil enemigos. Ahora se habla de una diosa elfo, ¿no te habías conformado con la diosa hada?
—¿Varey? —Pregunté sin hacer caso a su divinización de mi compañera.
–Ella protegió a la batería del grupo, ella acabó con cincuenta y dos enemigos. Todo esto, en trece horas de combate. Tienes compañeros muy resistentes. –Noté una ligera diversión en su voz.
Llyrea era fuerte. Era demasiado fuerte. Su aumento en cuanto a velocidad, resistencia, fuerza y manejo de energía elemental era algo que no se explicaba con las características propias de su raza. ¿De dónde había salido tanto poder? Un ser élfico no se suponía que fuera tan fuerte. No había explicación.
—¿Dónde están nuestros enemigos ahora? —Decidí dejar mis reflexiones para otro momento.
—Me agrada el hecho de que no me consideres un enemigo —replicó—, entenderás que no puedo darte toda la información que desearías tener ahora. Sugiero que hagas más fuerte a tu grupo, pronto lo que enfrentarás ni siquiera se inmutará con las balas. Aún si son las balas potenciadas que dispara nuestro colega.
Suspiré, y el Saltador finalmente miró a mi lado.
—¿Te diviertes? —Preguntó tras dos segundos.
—Sí.
La última palabra se desvaneció en el aire, y sentí que ya no había dos hombres conmigo.
—A cualquier otro le preguntaría qué hacer a continuación –suspiró el Saltador–, pero ahora sólo puedo pensar en modificar unos cuantos rifles.
—¿Ya está el transportador?
—Sí.
—Ve –le pedí–, necesitamos esas herramientas.

Sentado frente a la angosta calle en la que poco atrás habíamos mantenido una complicada escaramuza, tan sólo podía pensar en la dificultad de la decisión que ahora debía tomar; conforme el tiempo pasaba, estas requerían mayor mesura e inteligencia para no caer en un punto muerto o uno que directamente nos perjudicara. Por lo que podíamos ver, había muy pocos seres humanos en la capital del estado en donde nos encontrábamos, y en la ciudad de la que Llyrea, Astraryel y yo habíamos salido directamente no quedaba ninguno, tan sólo crueles y violentas bestias de las que apenas habíamos podido escapar en aquel momento. Quizá en otro lugar había más personas, tal vez en grandes ciudades cercanas, o quizá en la capital del país. Posiblemente no fuera una mala idea solicitar a Llyrea comprobar esta última posibilidad. Después de todo, no parecía probable que nos fueran a atacar en los próximos días o semanas.
Me levanté de la banca en la que aún me encontraba, buscando a la exploradora de cabello blanco. Esta se encontraba leyendo, y me miró fijamente al notar mi presencia. ¿Qué habría estado leyendo? Tal vez sería mejor no preguntarle; le comuniqué el plan de realizar búsquedas en zonas de interés, y ella asintió suavemente. A su lado, Varey permanecía en una postura relajada, aparentemente lidiando con algo en su mente. Me senté en un sillón, suspirando, listo para también ponerme a lidiar con cosas en mi mente.

II
Tres días después, Llyrea había regresado con información sobre un enorme asentamiento humano en la capital, pero mucho menor que la población original de esta. Por lo que había podido observar y según la información que había podido recolectar, la mayor parte de la población del país había sido evacuada vía aérea a otros continentes, principalmente Europa y Asia. La costa oeste de América había sido muy afectada por aquel fenómeno surrealista, y era prácticamente zona de desastre. Durante los primeros meses, la población de la franja costera había sufrido muchas pérdidas. Con aquella nueva información, era natural creer que el siguiente paso consistía en llegar a aquel asentamiento en el centro del país.
—¿Por qué no fueron evacuados también? —Pregunté en una punzada de curiosidad.
—Se negaron a ser evacuados. Quieren pelear contra las criaturas. Son principalmente policías o militares.
Asentí a Llyrea en un gesto de comprensión, y le comenté que reflexionaría sobre aquella información. Ella, por su parte, mencionó que tal vez debería salir a buscar agua. Pocos segundos después, ya no sentía su presencia en la sala.
Astraryel y Varey practicaban sus artes de combate una contra la otra en el patio, ante la falta de enemigos en un largo período de tiempo. Desde aquella batalla, no se había presentado una sola criatura merodeando por ahí, e incluso de esa manera había tenido que solicitarle expresamente a Astraryel que dejara de vigilar el frente de la casa. El Saltador, por su parte, seguramente estaría manipulando algún complejo aparato de funcionamiento de difícil comprensión. Cerré mis ojos, decidido a reflexionar sobre la situación en ciernes.
Cuando la noche cayó, y mis compañeros se disponían a dormir, el primer indicio de que algo no estaba bien se hizo presente. Un trueno retumbó cerca del refugio, y el cielo se iluminó durante un par de fracciones de segundo. Momentos después, la lluvia comenzaba a caer de manera intensa, rauda.
—¿Es época de lluvias? —Preguntó el Saltador, saliendo del pequeño almacén que había hecho su espacio.
Otro trueno se hizo presente, ahogando mi respuesta. Aunque lo fuera, una lluvia tan intensa y tan repentina era extraña en aquel lugar. Llyrea también apareció, preguntándome si era normal. Suponía que pronto aparecería el resto de mis compañeros; el fenómeno era bastante inusual, y el agua había comenzado a acumularse en la calle. El sonido de las gotas de lluvia se intensificaba a cada segundo, tamborileando fuertemente contra el concreto del techo. Teníamos un pequeño generador eléctrico para un par de luces, pero fuera del refugio la vista era bastante atemorizante, con el nivel del agua subiendo cada vez más.
—Invocador —me llamó nuevamente, en tono cauteloso—, de seguir así la lluvia en media hora el agua nos llegará a la cintura.
Varey estaba junto a mí, mirando hacia fuera por la ventana. Ella giró su cabeza para verme tras las palabras del Saltador.
—La intensidad de la lluvia se acrecenta —mencionó Varey—. Y ya es muy, muy fuerte. Quizá sea cuestión de minutos —Su voz era apenas audible por encima del atronador rugido del agua.
Rápidamente me acerqué al Saltador para decirle algunas cosas al oído, de manera que no pudiera haber malinterpretaciones ni errores. El agua se comenzaba a filtrar dentro de la casa.

Cinco minutos después, observábamos el lugar donde se encontraba el refugio. Nos encontrábamos en un punto elevado, a varios kilómetros de distancia. Todo lo que podíamos ver era agua, una superficie agitada y embravecida que reflectaba de vez en cuando los relámpagos que se suscitaban sobre ella. Las nubes más densas estaban cuidadosamente situadas sobre el refugio.
—Eso ha sido muy cruel —susurró el Saltador.
Me acosté sobre el pavimento, mirando al cielo. Las gotas de lluvia eran mucho más finas en aquel lugar, y no me molestaba que cayeran sobre mi rostro. Era una noche oscura, las nubes ocultaban la luz de la luna y las estrellas.
—Eso ha sido muy cruel —confirmé.

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