Travesía - Primer Día

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El Saltador encabezaba la marcha, seguido por Llyrea y Astraryel. Detrás de ellas, Varey y yo permanecimos rezagados, dialogando. La carretera era amplia, y estaba desierta. Altos y frondosos árboles la flanqueaban, y noté que poco a poco estaban ganando más y más terreno. Seguramente al cabo de unos cuantos años terminarían por engullir por completo el asfalto de la carretera. Era un día apacible, el cielo era de un azul bastante profundo, y no se veían nubes hasta donde alcanzaba a ver. En otras circunstancias, habría sido un hermoso día. Pero en aquel momento, no podía evitar mirar a los lados de la carretera por si aparecían aquellas criaturas; las que eran grandes anunciarían su presencia con bastante anticipación, pero las pequeñas podían aparecer de repente y darnos sólo una fracción de segundo para reaccionar. El Saltador seguramente pensaba lo mismo, ya que estaba caminando con su arma en las manos y dejando que su espalda cargara el peso de su mochila de considerable tamaño. Según conversaciones previas, había sido un movimiento arriesgado el abandonar las armas en nuestro refugio de la capital, pero contando con la potencia de combate de Llyrea y Astraryel, decidimos que era un riesgo que estábamos dispuestos a aceptar. El sonido de un ave, un suave trino, me hizo levantar la cabeza por un segundo.
Llyrea caminaba con una indumentaria bastante particular, consistente en un pantalón de un color que no combinaba con su camiseta, pero naturalmente nadie le había hecho ningún comentario al respecto. No era un tema prioritario para nosotros en aquellos momentos. Tenía su espada desmaterializada, y avanzaba con su mirada fija al frente. Probablemente confiaba en sus habilidades para detectar enemigos a grandes distancias, pero la actitud alerta del Saltador era algo que sencillamente era incapaz de evitar. Astraryel, por su parte, imitaba el comportamiento de este último, con otra arma de aspecto potente en las manos y su espada envainada a la espalda. Barría con la mirada los alrededores, buscando cualquier señal de movimiento. Y Varey... ella me estaba mirando fijamente desde hacía medio minuto.
Seguíamos el paso del grupo, pero lo cierto era que nos habíamos distanciado dos pasos.
—Tardas bastante para responder una pregunta —susurró por fin.
Había olvidado por completo que estábamos en medio de un diálogo silencioso.
—¿Cuál era la pregunta? —Susurré en respuesta.
—¿Por qué no nos transportamos directamente a donde vamos?
Era una pregunta que también me había planteado, pero no había sido capaz de encontrar la respuesta por mi cuenta. Después de preguntarle al Saltador, como un niño buscando la guía de su profesor, indicó que el dispositivo tenía un número limitado de usos, además de que era muy difícil transportarse a un lugar en el que no estuviera uno de nosotros. Dicho de otra manera, funcionaba mucho mejor cuando sencillamente nos «encontraba», en donde fuera que estuviéramos. Tenía sus ventajas y desventajas. Tras explicárselo a Varey, ella miró hacia adelante y permaneció en silencio.
Teníamos alrededor de doce horas caminando, y aún nos quedaban más de la mitad de los suministros. Seguramente en unas horas más debíamos acercarnos a otra ciudad para tomar agua y comida. Nuestro objetivo era la capital del país, en donde según una de las exploraciones de largo alcance de Llyrea, la población nacional se había refugiado y estaba fuertemente defendida. Si llegáramos ahí, seguramente podíamos encontrar recursos de logística e inteligencia que nos permitirían erradicar a aquellas criaturas.
—Según la información que poseo fui creada en tu mente y nací hace unas cuantas semanas. ¿Cómo es esto posible?
Seguía con sus cuestionamientos, y no estaba seguro de que yo fuera la persona más adecuada para dilucidar aquellas dudas.
—Esa información es errónea —respondí en el mismo tono—. Tu existencia fue transportada aquí desde algún otro lugar, ya tenías una vida completamente independiente, sólo tuve éxito imaginándote, supongo.
—¿Pensabas en mí antes de verme? —Su tono era genuinamente curioso.
Caminando en aquella carretera desierta, no me parecía el mejor momento ni lugar para entablar aquella conversación, pero teniendo en cuenta la personalidad de Varey no era algo que ella fuera a dejar pasar.
—Lo suficiente para escribir sobre ti —respondí escuetamente.
—¿Y escribías mucho sobre mí? ¿Quién era yo en lo que escribías?
—Probablemente lo mismo que eras en el lugar desde donde fuiste extraída. Alguien me explicó a medias sobre una resonancia que había hecho posible esta misma invocación...
Ella miró al frente y yo la imité. Logré ver una fugaz mirada de Llyrea, y pude adivinar que nos había mirado de soslayo. Fuera de aquella fracción de segundo, no daba indicios de habernos escuchado.
—Pero no recuerdo lo que era. ¿Podrías contarme? —Varey insistió.
Hurgué en mis memorias para encontrar la descripción que había hecho de ella hacía tantos años.
—Varey es una joven elfo perteneciente al cuerpo de combatientes del asentamiento norasiático, naciendo como una prodigio en el aprendizaje y uso de las artes de combate élficas. Es el mejor recurso de su asentamiento, y una gran baza de victoria en las escaramuzas. Tiene cabello largo castaño, ojos color miel, estatura de 1.66...
—Sé cómo me veo —Varey me puso una mano en el pecho, retirándola de inmediato—. ¿Cómo termina mi historia? ¿Muero en algún combate?
¿Por qué quería saber eso?
—Tu historia aún no termina. De hecho, nunca has sido vencida en combate.
Varey sonrió, retomando su lugar dentro del grupo que avanzaba. Miró al frente y juraría que había adoptado una postura un poco más erguida. Deshaciéndome de aquella impresión, volví a ver al frente también. Llyrea esta vez sostuvo mi mirada. Era un verde hipnotizante, pero rápidamente volvió a mirar al frente. A decir verdad, desconocía cómo interpretar aquello.

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