XXXII

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Aeysant se levantó después de una enorme y larga siesta, mirándose al espejo, no había notado que su estómago ahora estaba ligeramente abultado y sus caderas eran un poco más anchas.

Miró el atardecer que el cielo proporcionaba en ese momento, unos colores amarillos, naranjas y violetas se presentaban ante sus ojos y ella los miraba con fascinación.

Instintivamente colocó su mano en su vientre, sintiendo que esté estaba siendo de una forma muy ovalada, posiblemente no era tan notorio, pero pronto lo sería.

—Princesa. —Minerva hizo una leve reverencia. —¿Desea qué le ayudé?

—Minerva. —sonrió Aeysant con alivio. —no te había logrado ver. ¿Cómo estás?

—Oh, yo estoy muy bien mi princesa.

—Dime Aeysant.

—Aeysant. ¿Deseas qué te ayudé a prepararte para la cena? No puedes hacer esfuerzo.

—No tengo ni dos lunas.

—Lo sé, pero tenemos que cuidarte. —sonrió acercándose a ella. —luces preciosa.

—Tú igual Minerva. ¿Qué ha sido de ti? No te veía hace mucho.

—Aeysant. ¿Olvidas qué nos dimos cuenta de tu embarazo hace menos de trece horas?

—Lo siento, a veces pienso que el tiempo corre más.

—Es normal, posiblemente deseas que tu hijo ya nazca y así poder conocerlo. —sonrió la rubia. —será mejor que te alistes, la cena empezará muy pronto.

Aeysant asintió dejando a Minerva hacer su magia, la rubia acomodaba su vestido temiendo lastimarle el vientre, una vez que finalizó, la rubia sonrió dándole una vuelta.

—Te ves preciosa.

—Gracias, tú igual.

—¿Sabes? Realmente jamás pensé verte con un vientre encinta.

—Yo tampoco. —dijo sonriendo tocando su vientre. —es una adicción.

—Lo sé, las mujeres tocamos nuestro vientre cuando estamos embarazadas queriendo estar más cerca de nuestros hijos. —dio una sonrisa triste.

—¿Sucedió algo?

—Yo... estuve encinta.

—Dioses. ¿Qué sucedió?

—Estuve en una ciudad muy lejana, nadie de los Siete Reinos la conoce, ahí serví a una iglesia, pero los sanjones llegaron y me violaron, estuve encinta durante tres lunas, después lo perdí, siempre anhelo haberlo conocido, conocer sus facciones, escuchar su risa y su voz, escuchar su llanto cuando naciese, anhelo conocerlo. —dijo bajando la cabeza.

—Dioses Minerva, lo lamento.

—No se disculpe, usted no sabía.

—Minerva, donde quiera que esté tu hijo, está feliz de saber que su madre es una gran, hermosa y fuerte mujer que lo amará hasta que pueda reunirse con él nuevamente. —dijo tomando sus manos, Minerva las tomó también y abrazó ligeramente su vientre.

—Será un hermoso bebé, amado y respetado.

—Espero que también sea feliz y sano.

—¿Qué piensa el príncipe al respecto?

—No hablamos mucho de ello, supongo que está satisfecho.

—Conozco al príncipe Aemond desde su décimo día, sólo lo he visto feliz unas veces.

𝐀𝖾𝗒𝗌α𐓣𝗍 ─ 𝐀𝖾ꭑⱺ𐓣ᑯ 𝐓α𝗋𝗀α𝗋𝗒𝖾𐓣Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum