Memoria

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El abuelo de Levi murió en las vacaciones de verano de su último año en la escuela.

No era de extrañar, pues el hombre había parecido tener 190 años desde la primera vez que Hange lo vio, pero fue un golpe durísimo para la familia Ackerman.

Había criado prácticamente solo a sus nietos y luego estuvo tan involucrado en la crianza de Levi como Kenny y la misma Kuchel.

La fuerza y la habilidad para pelear de su novio habían sido la herencia del viejo, así como la figura paterna estable y paciente que Kenny nunca había querido ser.

El tío de Levi estaba en un grito, no servía ni siquiera para consolar a lo que quedaba de su familia en el funeral.

—No tienes idea de lo mal que hizo pasar Kuchel al abuelo cuando se enteró de que venías y ni siquiera sabía quién era tu padre —se mofó ebrio, enfrente de Levi y Hange—. Pero bueno, no hubo forma de convencerla de otra cosa, y aquí te tenemos, medio retoño, completamente Ackerman.

Levi tenía la misma expresión que cuando llegaron al funeral. Se le veía tranquilo, aunque de mal humor. Pero a Hange no le transmitía ninguna calma, especialmente cuando se dejaba ver un tic en la mano al tomar las cosas. Esperaba que no fuera permanente, que fueran sus emociones saliendo como podían. Y esperaba que Kenny cerrara el hocico de una buena vez, porque el tic de Levi solo empeoraba cada vez que decía algo.

Kenny se empinó el vaso de café que tenía en las manos, templado con el tequila que mantenía oculto dentro del bolsillo interior de su saco. Lo había visto hacer la maniobra de servirse café y, cuando creía que nadie lo veía, rellenar un cuarto del vaso con licor.

—Y es que este cabrón no podía dejar pasar la tradición de la familia —continuó el ebrio—: todos los Ackermans somos unos hijos de puta. El abuelo, yo mismo, hasta el pendejo de tu tío Ray si le das la oportunidad, y tú que saliste hasta legalmente bastardo: todos somos unos hijos de puta. —Hange dio un vistazo alrededor y parecía que solo ella y Levi le ponían atención al ebrio. La madre de Levi se encontraba al otro lado de la habitación. Tenía a Mikasa en las piernas mientras Ray preparaba un café—. Y eso nos lleva a lo siguiente: Todas las Ackerman son unas putas. Kuchel, la mujer de Ray, su mocosita cuando pase un poco de tiempo y cuando te cases tu novieci...

En un segundo Kenny estaba en el suelo, sangrando. Levi se había movido como un rayo y se le veía lo más afectado que Hange lo había notado en días: los nudillos manchados con la sangre de su tío y enrojeciendo debido al golpe, el cabello cayéndole sobre la frente, la respiración agitada y los ojos inundándose de lágrimas que solo ella estaba suficientemente cerca para ver.

La habitación cambió de ambiente tan súbitamente como Levi asestó su golpe. Kuchel llegó hasta ellos a largas zancadas y le dio un coscorrón a su hijo.

—¿Por qué nunca pueden comportarse? Levi, no puede ser...

—¡No escuchaste lo que dijo! Es un...

—¡Es suficiente! —Chilló la mujer, todas las miradas se colocaron sobre ellos—. Levi, por favor, por favor. Basta. No tengo tiempo ni energía para lidiar con los dos. Por favor.

Con el semblante desencajado, Levi dio media vuelta y salió a paso rápido de la sala y Hange salió tras él, menos que pisándole los talones.

Lo siguió a través del estéril jardín de la funeraria, hacia la calle en donde se agrupaban los dolientes fumadores y todavía más lejos, hasta donde el olor del humo dejó de ser el del tabaco y se convirtió el el del smog del centro.

Lo encontró sentado en una parada de camión. Tenía desordenado el cabello, lo que hacía más notorio que estaba temblando, pues se veía el movimiento de los pelos que le caían en la frente, haciendo contraste por lo oscuros y lo pálido que tenía Levi el rostro últimamente.

Tenía las manos empuñadas sobre las rodillas. Los nudillos de la derecha estaban de un rojo brillante y seguro les saldría un moretón de esos negros en un par de días. La respiración le salía de vez en cuando en jadeos forzados y no levantó la cabeza para ver a Hange acercarse, sino que mantuvo la vista fija en la banqueta.

La chica bajó la mirada también, intentando ver qué le llamaba tanto la atención a su novio, pero solo vio sus tenis negros y deslavados sobre el cemento del suelo y los chicles y escupitajos viejos que lo cubrían. Nada demasiado interesante.

Se sentó junto a él sin obtener ninguna reacción. Una estatua sobre un martillo hidráulico.

Fue hasta que le puso una mano en el hombro que se dio cuenta que no estaba sentado y desmayado o algo. El cuerpo de Levi se tensó ante el toque, y frunció el ceño y los labios todavía más.

—No has llorado. —Él no dio señal de haberla oído—. Levi Ackerman...

—Estoy demasiado cansado. Quiero ser fuerte, quería evitar una escena como la que sabía que Kenny iba a armar, y lo único que logré fue darle más peso.

—¿Te puedo ayudar con algo?

Levi negó con la cabeza haciendo una sonrisa que no le llegó a los ojos.

—No, solo necesito calmarme. Me tengo que poner bien porque tengo que volver con mi mamá. El abuelo hubiera odiado verme lamentándome aquí en vez de acompañarla, pero tengo que estar seguro de que no voy a volverle a dar a Kenny uno de los golpes que se merece. Dios, parezco un mocoso.

—¿Por eso no lloras?

—¿Qué sentido tiene llorar? Llorar no va a revivirlo, y si lo reviviera dudo que le fuera a quitar el cáncer que lo mató o que me fuera a dar más tiempo para pasar con él. Es una tontería. Vivió mucho, vivió su vida completa, ¿quién vive para ver a sus bisnietos adultos? No tiene sentido que me sienta así, cuando me muera no quiero que la gente me extrañe así. —Hange guardó silencio. Le tomó una de las manos a Levi, la extendió y entrelazó su propia mano con la de él—. ¿Que, cuatro ojos?

—No he dicho nada —dijo ella.

—Tienes esa cara de cuando vas a decir un dato curioso.

—¿Te molesta? No tengo que decirlo a fuerzas...

—No creo que sea el mejor pinche momento, pero tienes cara de que vas a reventar si no lo sueltas.

Hange suspiró, luego digo lo que tenía que decir:

—Hay muchas culturas que ven el llorar después de la muerte de alguien como una muestra de respeto a la persona fallecida, y como una forma de empujarla al más allá.

—¿Y qué pasa si no lo quiero empujar? —respondió Levi, pidiendo consideración para sus emociones como un novato, como lo haría un niño.

—Pues es tu decisión, pero me acuerdo de hace unos meses que les gritó a ti y a tu mamá porque no quisieron dejarlo ir a tienda solo. A lo mejor y se vuelve a enojar así.

Levi soltó una risita y se pasó una mano por el copete, acomodándolo un poco.

—Tonta.

—Teto tú —respondió ella casi en automático—. Vámonos, a lo mejor tu mamá ya le quitó los pedazos de tu mano a Kenny de los dientes.

—No puede ser, la dejé sola. —Suspiró pesadamente y se levantó despacio, como un anciano cargando con el peso de décadas.

—¿Me puedes dar un abrazo antes?

—No, no necesito un abrazo...

—Pues te lo estoy pidiendo yo a ti, tarugo —dijo Hange extendiendo los brazos.

—Fenómeno —dijo él, pero se acurrucó contra el pecho de su novia y dejó que lo apretara con los brazos—. Bueno se va a hacer tarde, vámonos.

Se separaron y Hange fue con él a la funeraria sin mostrar interés cuando Levi se talló el rostro con los nudillos furiosamente y se sorbió los mocos. Tampoco hizo notar la mancha que dejaron las lágrimas sobre su blusa.

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⏰ Last updated: Jan 08 ⏰

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Semana LeviHanWhere stories live. Discover now