Capítulo 3: La desgracia de ser elegida

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—Y dime Lucía... ¿Sabes guardar un secreto?


La pregunta me confundió un poco, pero probablemente se refería a secretos del trabajo. Tal vez había tesoros escondidos en el castillo o algo así. Esperaba que no fuera algo turbio que termine perjudicándome, como lavado de dinero o algo peor.

—Sí, me comprometeré con las reglas por el bien de todos en el castillo. —respondí con voz clara tratando de inspirar confianza. Heidi asintió sonriendo y anotó algo en una lista que tenía a su lado.

—Eso sería todo, Lucía. Puedes pasar a la sala continua y esperar junto a las demás chicas. En unos minutos les diré quién fue escogida.

Sentí cómo se reducía la tensión en mi cuerpo mientras me levantaba y cruzaba la habitación para abrir la puerta.

Anna, Sofía y Giulia me miraron con interés y me senté en el sillón largo en el que ellas esperaban. Me di cuenta que se miraban de reojo y cruzaban las piernas impacientes.


¿Tenía posibilidad de conseguir el trabajo? ¿Cómo les habrá ido a ellas? Había arriesgado demasiado y me quedaba sin opciones. Crucé los dedos y mordí mi labio mientras contaba los segundos. Apenas había llegado a treinta cuando la puerta se abrió, pero no era Heidi quien entró. Eran dos hombres. Me quedé sin aliento y escuché que alguna de las otras chicas jadeó por la sorpresa.

Fácilmente eran los hombres más guapos que había visto en mi vida y aunque su belleza era diferente a la de Heidi, su tez y algo en el brillo de sus ojos me recordaban a ella.

El primero tenía el cabello corto y rubio castaño, peinado hacia arriba con las puntas un poco rizadas, su piel era pálida, tenía pómulos altos y sus ojos eran como turmalinas negras. Era delgado, pero fuerte. También era muy alto, como de 1.90 m, pero se veía más bajo por el hombre a su lado.

El segundo sujeto era casi un gigante, con seguridad pasaba los 2 metros de altura, además era muy musculoso. Tenía la misma tez pálida que el primer hombre y Heidi, mandíbula marcada, cabello negro y ojos oscuros. Si alguien me dijera que es un luchador, no lo dudaría.

Ambos vestían trajes en tonos grises e igual de elegantes que Heidi.

Sentí la habitación calentarse y luego me di cuenta que no era el clima, sino mi rostro y orejas que se habían puesto rojas, cerré la boca y dejé de mirarlos con tanto asombro. ¡Qué vergüenza...! ¿Acaso todos los que trabajan aquí son modelos? ¿Por qué son tan pálidos y guapos? ¿Soy lo suficientemente pálida?

Las otras chicas reaccionaron casi al mismo tiempo que yo. Sofía se aclaró la garganta, Anna se enderezó y disimuladamente levantó la barbilla para dejar ver mejor su escote. Giulia fue más discreta, pero llamó más la atención al cruzar lentamente sus largas piernas y con eso hacer que su vestido subiera hasta sus muslos. A mí no se me ocurrió nada y lamentablemente, debí dar una apariencia tiesa y algo patética.

—¿Así que una de estas belle ragazze será la nueva asistente de Carmen? —comentó el primer hombre con una sonrisa coqueta. Su voz era melodiosa e hipnotizante. Podría escucharlo todo el día y no me cansaría...

—El placer será nuestro... —respondió Sofía con las mejillas rojas antes de soltar una risita nerviosa.

—Nosotros también estamos... impacientes por saber la decisión de Heidi. —añadió el gigantón con voz grave antes de guiñarle un ojo a Giulia haciendo que a esta le brillen los ojos y le devuelva una sonrisa pícara.

Incluso yo estaba con el corazón acelerado por la idea de trabajar con compañeros tan guapos. Eso, sumado al buen sueldo y al precioso castillo, sería un sueño hecho realidad.

Secretaria de los VulturiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora