Capítulo 4: Aceptar una triste realidad

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Rostros horribles y pálidos se acercaban a mí desde todas las direcciones. Miraba las hermosas facciones de Heidi, Félix y Demetri sonreír, pero sus bocas tenían colmillos y de sus labios escurría sangre, espesa y casi ennegrecida, que caía por su barbilla manchando su ropa.

—Estarás aquí hasta tu muerte... —susurraban tomando mis brazos, inclinándose hacia mi cuello, sacando sus colmillos.

—¡No! ¡No! ¡Por favor, no me hagan esto! —grité cerrando los ojos, pero era en vano, seguían frente a mí. Heidi apartó mi cabeza y mordió con rudeza mi cuello.

Mi piel se desgarró, chillé con todas mis fuerzas y desperté.

Era de día de nuevo.

Al fin podía ver la habitación con claridad. La luz del sol entraba por el gran ventanal e iluminaba el tapiz azul de las paredes. Los pequeños cristales de los dos candelabros emitían un poco de brillo, que se reflejaba en la alfombra teñida de sangre. La mancha se volvía más oscura debajo de Giulia, Anna y Sofía. Sus labios azulados, sus gargantas mordidas, sus cuerpos sin vida.

Ya no podía llorar, no tenía más lágrimas, pero mi estómago se revolvió nuevamente. Abracé mi vientre y me apegué a la pared. No podía apartar la vista de ellas, sabía que era imposible, pero esperaba que se movieran y me dijeran que todo había sido una broma de mal gusto.

Con la boca reseca, esperé varios minutos en esa posición. Probablemente, ellos me matarían cuando regresen, e incluso si milagrosamente la puerta no tuviera puesto el seguro, ¿qué tan lejos podría llegar?




Pasó un par de horas antes de que pudiera juntar las fuerzas para levantarme del suelo. Me apoyé en la pared, porque la habitación parecía girar a mi alrededor y tomé un par de respiraciones.

Intenté no pensar mucho en el olor a hierro de la sangre seca de los cadáveres y aparté la vista lo más posible, antes de avanzar lentamente hasta la puerta.

Llegué al picaporte y traté de no respirar fuerte mientras escuchaba si al otro lado había alguien cerca. Puse toda mi concentración, pero parecía que no había sonido alguno.

—Uno... dos... tres... —conté en un susurro antes de abrir la puerta lo más silenciosamente que pude. El pasillo estaba ligeramente iluminado, probablemente por algunas ventanas cerca, lo que parecía una buena señal. Los vampiros no se exponen al sol... Eso decían todos... Y por lo que había visto, Heidi siempre se cubría o no salía al exterior.

¿Serían ciertos los famosos mitos sobre vampiros? Quemarse en el sol, temer al ajo, los crucifijos y vivir en ataúdes...

Desde luego era cierto que bebían sangre humana. Por desgracia no traía ningún crucifijo conmigo. En este caso, mi mayor aliado sería el sol.

—Tú puedes Lucía. —me di valor y luego de suspirar empecé a caminar por el pasillo.

Evitaba las sombras y andaba casi en puntillas. Mi corazón se aceleraba cada vez que tenía que girar en una esquina, pero el castillo parecía vacío.

No se escuchaba ningún sonido aparte de mis respiraciones y pasos, ¿dónde están? ¿sería una trampa?




Luego de casi una hora de caminar perdida, llegué a un corredor iluminado, con plantas en macetas que desentonaban con los secretos del castillo.

Allí al final, había dos escritorios, uno vacío y en el otro estaba sentada la mujer llamada Carmen.

La miré boquiabierta y ella quitó la vista de sus documentos antes de observarme por un par de segundos, pero para mi sorpresa, solo había disgusto en su expresión. Luego, nuevamente, bajó la mirada a los papeles.

Secretaria de los VulturiWhere stories live. Discover now