15.- Anhelante

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17 de octubre,
Casona Pendragon, villa alta Viñedo Dorado,
afueras de Ciudad Puerto.

Alice terminó de atarse la bandana en el cabello cuando el sonido de un nuevo mensaje en su teléfono la sobresaltó. Casi desesperadamente revisó quién era el emisario, pero como vio que sólo se trataba de una de sus amigas mostrándole la promoción de un café que frecuentaban, lo lanzó sobre la cama deshecha.

Difícilmente su novio despertaría tan temprano en la mañana después de lo vivido el día anterior, se repitió a sí misma por décima vez desde que saliera de la ducha, regañándose además por no poder contener sus ansias de saber en detalle lo que había ocurrido. Esto era tanto por lo inusual de los eventos ocurridos, como por la admiración y regocijo que la invadían cada vez que Roan desplegaba su talento en el relato. 

Solía adquirir, según lo que ella advertía, la misma entonación y pronunciación estricta que el señor Quinn utilizaba en su clase de literatura, pero sin perder la gracia e interpretación que le conferían su ingenio y pasión por la lectura.

Le echó una ojeada al reloj esférico de su escritorio mientras terminaba de desenredar sus rubios cabellos del cepillo, y cuando casi se disponía a salir de la habitación, la luz que se colaba por las altas ventanas se reflejó en la pantalla del teléfono, captando su atención, y la hizo meditar durante un instante si debía llevarlo oculto en su bolsillo o no.

Sabía que su padre se pondría de mal humor si la veía contestando algún mensaje, por muy prioritario o urgente que a ella le pareciera, pero al menos la consolaba pensar que en cuanto el aparato vibrara pegado a su pierna, tendría la vaga esperanza de que fuera Roan disponiéndose a dar más detalles que las vagas palabras de la noche anterior.

Al llegar abajo vio al señor Pendragon ya aguardando el desayuno que las empleadas comenzaban a servir, y a su hermano, tan desaliñado como de costumbre, echado sobre la mesa y con los ojos fijos en su propio móvil. Alice sonrió mientras se acomodaba en el asiento, ocultando lo indispuesta que la hacía sentir evidenciar que las prohibiciones de su hogar continuaban aplicando solo para ella y su madre; y se preguntó cómo reaccionaría su padre si la siguiente mañana decidiera bajar también en pijama, y con un rodete despeinado como solía hacer antes de ser reconocida como una de su estirpe.

—Buenos días —dijo la chica, y solo su padre respondió.

Mientras le servían su zumo de frutas favorito llegó su madre, acalorada, y con una orden casi telepática, dispuso a dos de las muchachas para que sirvieran también a Arthur, que no tardó en poner su habitual cara de hastío. El señor Pendragon pronto comentó disgustadamente la enfermedad que aquejaba a uno de sus asesores más cercanos, y decidió con su esposa las formalidades que debían cumplir con el susodicho y su familia, empleando el tono de voz más indiferente que se les podía llegar a oír.

—¿Qué tal estuvo el festival anoche? En las redes sólo se comenta el incidente —inquirió Alice a su hermano cuando los otros agotaron la conversación.

Como Arthur decidió que le gustaba más el incómodo silencio que hacer caso a la rubia, su madrastra reiteró la pregunta casi tan dulce como una caricia. La respuesta obtenida fue poco más que un gruñido monosilábico, pero que causó en el joven un repentino interés por la tostada que tenía en el plato.

—No se hablará de otra cosa en los siguientes meses. Nadie se esperaba lo de anoche, y es evidente que no atraparon a los responsables aún... ─agregó el señor Pendragon.

─Roan estuvo muy cerca de la explosión ─dijo Alice, impaciente.

─¡Qué fortuna es que no tengas dieciséis aún! Si hubieras ido con él anoche podrías haber salido afectada ─exclamó su madre─. Deberán trabajar mucho en la seguridad el siguiente año para que te permita ir.

─Y no serás la única que piense así, querida.

Alice se mordió los labios para aguantar un reproche indignado, y su emocionalidad casi no le permitió oír el resoplido desdeñoso que el chico de gafas dejó salir.

─Habrá que dejar que se tomen su tiempo... Una vez que la situación se aclare yo mismo aportaré lo necesario para que no se repita algo similar... Aunque, todo sea dicho, Arthur ─llamó el señor Pendragon, obteniendo una mirada afilada de su hijo─ si me hubieras obedecido, y asistido al festival de Utopya en lugar del de Ciudad Puerto...

─Lo haré el próximo año ─soltó él, cargando su tono obediente de una insolente ironía.

─Excelente... excelente...

─A Roan se lo llevó la policía ─insistió Alice, olvidando que aquel comentario podría horrorizar a quienes ocuparan una mesa tan bien servida.

─¿Él está bien...? ¿Necesita ayuda judicial...? ─preguntó su madre.

─Está bien. Fue en calidad de testigo, pero no me pudo dar más detalles... ─aclaró la joven, sintiendo el corazón dar un vuelco cuando el teléfono vibró en su bolsillo.

─¡Qué mala suerte tuvo de encontrarse en ese momento y lugar...! Aunque tal vez, esas juntas que tiene también...

─Roan es un buen chico, estoy segura.

Pero la rubia no argumentó en favor de su novio, porque rápidamente otros mensajes parecieron ser notificados, y se tiró disimuladamente una fresa sobre la falda para bajar la mirada. Aquello no era necesario, pues sus padres ni siquiera le prestaron atención, y su único testigo de pesadas gafas no le creyó en lo absoluto cuando comenzó a estudiarla.

El mensaje de Roan comenzaba de una manera inquietante:

"Linda, hay algo que no te pude decir anoche porque mi cabeza parecía que iba a estallar, pero, antes que nada, quiero que sepas que lo que hice fue por..."

Con el corazón golpeándole en los oídos, Alice volvió a guardar el teléfono, pero antes de que pudiera excusarse en ir al lavabo para comprobar el resto del escrito, una de las mujeres de la servidumbre los interrumpió:

─Señor Pendragon, ocurre algo...

─Dime, Soo, te escucho ─incitó el hombre, claramente desconcertado.

─Afuera está el oficial Timofey Sokolov, del cuartel de Ciudad Puerto... dice que debe hablar con su hijo, el señorito Arthur...

La pequeña Alice miró estupefacta a su hermano, casi olvidando su anterior preocupación, y en el rostro poco amigable del muchacho pronto comenzó a dibujarse una ira creciente muy similar a la que estaba apareciendo en el rostro del señor Pendragon, dos sillas más allá. 

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