42.- Prejuicio

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14 de noviembre
Sala vigilada 3, Comisaría local,
Ciudad Puerto.

El oficial Sokolov, quien se había ofrecido voluntario para tomar el testimonio de James, extendió la mano hacia su secretario con aire satisfecho, dejando, mientras leía la hoja, que el silencio incomodara tanto al maestro como al adolescente.

Durante casi dos minutos, según advirtió Nero por el tictac del reloj, los pies del gaga se balancearon debajo del escritorio como si quisieran darle una fuerte patada al policía, emoción que no disimulaba ni un ápice en la expresión de su rostro. Finalmente, el sujeto se rascó el mentón con expresión escéptica, y deslizando el papel por el mesón, lo acercó al aval.

─Es todo. Después de firmar puede retirarse, señor Basilio. Su pequeña calamidad deberá aguardar aquí hasta que venga a buscarlo para dar el testimonio compartido.

─Entiendo ─dijo Nero, haciendo un rápido garabato en el papel, e intentando adoptar el gesto más sereno que podía─. Respecto al arresto domiciliario... ¿Cuándo terminará?

─¡Ah, eso! Lo tomamos como una medida preventiva, ¿considera usted que sea un problema mantenerlo? Estoy convencido de que las calles son más seguras por las noches desde que lo aplicamos ─se mofó, examinando el rostro de Jim para detenerse en su labio partido─. Supongo que habremos de hablarlo con el jefe. Tal vez, después de disculparse con el oficial que agredió, podríamos considerarlo.

─Le agradecería tener parte en esa conversación ─repuso el maestro, regresándole el documento─. ¿Podría esperar con Jim hasta que vengan por él?

─¿Por qué haría eso? ─quiso saber el oficial, haciendo un pequeño gesto que seguramente era para el vigilante de la cámara.

─Deje a su escriba con nosotros, si lo desea, y que anote todo lo que digamos para que esté convencido de que no hablamos más que trivialidades.

─Ah, señor Basilio, lo honra su esfuerzo de paternar a esta causa perdida ─se mofó el oficial.

James levantó el rostro para mirar a los ojos al policía (cosa que había hecho muy pocas veces durante su declaración), y lo hizo de manera tan desafiante y agresiva, que Nero tuvo que carraspear para intentar disuadir el odio que ambos se profesaban.

Al final, Sokolov se retiró con el testimonio en mano, y dejó al secretario fingiendo que revisaba algunos documentos mientras estaba pendiente de ellos. Nero relajó un poco los hombros, agotado, y le preguntó a su estudiante qué quería para desayunar una vez que salieran de la comisaría. El chico seguía demasiado furioso para hablar, concentrado además, en tirar del nudo de la corbata que le cerraba la camisa a falta del primer botón.

Nero observó cómo maltrataba la prenda que él mismo se había quitado para compensar su desaliñada apariencia, e inevitablemente, el gesto del adolescente le trajo a la memoria a Ann.

Voces en el exterior de la sala los tentaron a voltearse, observando por la ventana cómo el señor DeSantis, el doctor Bree y Einbeck ya se reunían en el mesón principal. El padre de Johann todavía hacía gestos a su hijo, quien pegaba la cara al vidrio de otra sala con una expresión similar a la de un niño del preescolar que no se acostumbra aún a separarse de su progenitor.

─Usted debería irse con ellos ─ladró Jim.

Cuando el chico se giró a su postura inicial Nero pudo identificar un deje de tristeza en sus ojos negros. Con un profundo resoplido, el maestro miró de soslayo al otro adulto, asegurándose que no viera cómo le ofrecía un cigarrillo para animarlo.

─¿Quieres...?

─Deje de intentar hacer eso. Es patético ─espetó el muchacho.

La soberbia del gaga le agrió el carácter de inmediato, aunque no pudo dejar de compadecerse del hecho de que Jim llamara "eso" a la preocupación que otros mostraban por su persona. No supo si la indulgencia que tuvo por el adolescente se debía a que comprendía su molestia, o a lo mucho que esa mañana le estaba recordando a Ann; pero de cualquier modo, decidió tomar el consejo del capítulo 4 del libro "Sobrevivientes de un fin demasiado prematuro", que había estado releyendo la noche anterior.

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