36.- Algo que se aprende, se corrige, y se transmite

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11 de noviembre
Salón de maestros, segundo piso del edificio B, secundaria de hombres N°4,
Ciudad Puerto.

Jim fue el primero en reaccionar cuando el sonido de los pasos de maestro y alumno se perdieron en el corredor, despegando la frente del muro muy despacio, para agacharse y recoger su gorro de lana. Cuidadosamente volvió a ponerlo sobre sus rizos, y sin dirigirle una mirada a nadie, arrastró los pies hasta el pasillo, donde tomó la dirección contraria a la de Nero y Johann.

Rudhain dejó escapar una risa tonta, nerviosa, confusa; producto de la familiar sensación de impotencia y abandono que comenzaba a sentir después de haber visto a sus dos mejores amigos simplemente marchándose después de pelear.

─Lo siento ─repuso, girándose a Mikah, pero evitando mirarlo a la cara─. A veces se pelean, pero no es algo que deba preocuparlo.

─¿Es costumbre para ti intentar apaciguar los conflictos en general, o sólo los de tus amigos? ─cuestionó el maestro.

Empleó un tono tan amable al decirlo, que casi no le causó molestia al muchacho responder, y aunque él negó tener tal hábito, Italo lo contradijo, asegurando que lo hacía con todo el mundo.

─No entiendo qué le pasó a Johann. Actuó como un demente ─comentó Roan en voz alta, esperando que oír su propio tono despreocupado, deshiciera el nudo que tenía en el pecho.

─Sí, admito que nunca los había visto ponerse tan... ─opinó el otro estudiante, dejando la incómoda frase en el aire.

Ante el silencio que continuó, el maestro evaluó atentamente a ambos, y tras tamborilear los dedos en su escritorio, volvió a tomar la palabra con un tono firme y resolutivo:

─DeSantis, ¿me harías el favor de ir por agua y un par de tazas al comedor? (No te preocupes, yo te cubriré si el maestro Basilio regresa primero). Creo que a todos les vendría bien beber algo relajante.

El aludido buscó en la mirada de Roan la aprobación, pero como sólo lo vio nervioso y ausente, aceptó la tarea del adulto.

─¿Pido que preparen algo en especial?

─No, sólo trae lo que te dije. Probablemente no haya nadie en la cocina a estas horas y, de todos modos, creo que únicamente disponen de las hierbas de bolsita de la tienda ─parloteó Mikah─; tengo aquí lavanda y tila suficiente para todos.

Italo salió del salón poco después con un hervidor eléctrico vacío en las manos, y en cuanto se perdió de vista, el maestro comenzó a rebuscar algo en su escritorio, invitando mientras tanto a Roan a tomar asiento.

Apenas el joven espabiló de su turbación cuando vio la gran tetera de loza que Mikah estaba desempolvando, y los ridículos tarros de lata que debían contener los hierbajos. Volvió su atención al rostro del maestro, desconcertado por lo impávido que se mantenía después de haber presenciado la pelea de sus estudiantes; y durante un momento, Roan tuvo la impresión de que estaba frente a un clásico personaje misterioso de novela, de aquellos que solían sorprender develando un origen fantástico, lo que los dotaba de una curiosa incapacidad de comprender la sociedad en la que ocurrían los eventos principales de la trama.

Ajeno a su imaginación, el adulto sacó algunos caramelos de envoltorios brillantes de su mochila, y esparciéndolos en la mesa, comentó de manera despreocupada que debía haberle encargado más a Italo. Roan continuó callado, por lo que el maestro suavizó un poco más su tono de voz, preguntándole si quería hablar sobre lo ocurrido.

─No sé qué podría decirle sobre eso. Sinceramente no entiendo lo que ocurrió.

─¿No comprendiste su discusión? ─inquirió Mikah.

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