El castillo de las sombras // Adrinette

Prólogo- El príncipe

Érase una vez en el corazón de Francia, un joven y apuesto heredero a una gran fortuna que vivía en una hermosa casa, casi tan grande como un castillo sacado de el más bello cuento de hadas.

Aunque  tenía todo aquello que el materialismo humano pudiera pasar por valioso, nada llenaba por completo su corazón, en realidad, el joven heredero no tenía nada valioso, no tenía amigos, ni tiempo de calidad con su familia. Sus padres siempre solían estar ocupados en sus propios asuntos, así que empezó a rodearse de personas egoístas y arrogantes y sin pensarlo, comenzó a compartir dicha actitud con ellas; se volvió grosero, egoísta y mezquino.

Su casa era un cóctel de vanidad y brillo. Nunca hallaba silencio o quietud, ya que eso sobraba con la exuberancia de aquellos insípidos encuentros con las personas más hermosas pero superficiales que existían.

De pronto y por obra de uno de los caprichos del destino más atroces que alguna vez pudo predecir, el panorama cambió.
Cierta noche en el manto de una de las tormentas más catastróficas de Francia,  nuestro joven saciado de todo, se encontraba desprovisto a su propia vista como consecuencia de un fatídico accidente.

Solo entonces, fue cuando sintió la frialdad de aquellos que lo rodeaban.
Frívolos, indiferentes ante su dolor casi palpable.

Las visitas, banquetes y bailes, se esfumaron.

El joven heredero llenó su corazón de amargura y pronto cayó en la desesperación.
Odiaba las gafas negras que le cubrían los ojos. Odiaba el bastón que lo ayudaba a caminar, odiaba sentirse prisionero de su propio cuerpo, resignado, no volvió a salir de su casa; desde entonces se le apodó cómo “La Bestia” en burla de que no se le volvió a ver y, tal como aquel personaje, su personalidad se había vuelto más hostil y amargada.

Finalmente dejo de luchar y acepto que su vida ya no volvería a ser como antes y que probablemente estaba condenado a seguir viviendo como lo ha hecho por años, pues, ¿Quién podría amar a una “bestia”?.