(LGBTQ+) Una joven burguesa se enfrenta a una maldición, al mismo tiempo que se enamora del fantasma de un chica atormentada. ¿Qué pasará cuando ese vínculo la lleve a terminar en el epicentro de una guerra?
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El reino de Idalia se enfrenta a una...
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Pasaron unos días desde que ella se apareció en mis sueños y pude preguntar su nombre. No podía creerlo. Me sentía más viva que nunca y había sido gracias a un muerto, ¡qué ilógica era mi vida! Sus efectos se vieron en mi carácter tan pronto como desperté de aquel sueño; lucía yo más agitada por la dicha y menos por los miedos. Sonreí más veces en esos días, por las ideas locas y felices que concebía en mi mente, que en todos los años de perpetuo sufrir.
Era una tarde-noche como las demás. Volvía en el carruaje de nuestra casa a mi hogar. Cuando el chófer detuvo a los caballos con su látigo y pude bajar, decidí no ingresar por la puerta principal porque llevaba al vestíbulo y ese, a su vez, al salón principal. Allí y en los corredores adyacentes, en los muros vistosamente adornados, colgaban muchos cuadros de la familia. Los evitaba en medida de lo posible, muchos de esos rostros eran los de los fantasmas que en algún punto me atormentaban; aunque, claro, habían muchísimos otros que no aparecían ahí.
Caminé junto con el chófer por el jardín lateral, un espacio del terreno entre la tapia y los muros de la casona. No me di cuenta, hasta que fue tarde, de que había llegado justo al sitio en donde observé a Anne... No terminé de creer que ese fuera su nombre, aunque fue lo que dijo, pues una parte de mí comprendió que quizá temía de mí tanto como yo a otros muertos, y que no quería revelar su identidad. No me inquietó caminar justo por donde ella; al contrario, me pareció sentirla más cerca. Sin embargo, si inquieté a mi madre.
—Otra vez evitas los cuadros —dijo, llamando mi atención.
Ella estaba de pie junto a dos criadas. Todo el jardín era su obra magna, lleno de flores coloridas y aromáticas, algunas cuyos nombres ni siquiera sabía.
—Pueden retirarse —les dijo a las empleadas—. Ya se hace de noche y el frío del otoño es muy cruel. Además quiero hablar con mi hija.
Las mujeres se retiraron al son de un «Con su permiso» condescendiente y tenue. Me quedé sola y sabría que la piedad no duraría.
—Hazme el favor de responderme, querida hija: ¿Has evitado pasar de nuevo por el pasillo y la sala? ¿Es que estás viendo fantasmas nuevamente y solo finjes bienestar? Te he visto extraña estos días…
—¡No, no! —no sabía por dónde comenzar—. Aunque sí he visto fantasmas, mi bienestar es real… Solo traen recuerdos dolorosos todos esos retratos, sobretodo el de la abuela Larisse y sabes bien por qué.
—Tu bienestar no es real si me dices eso —sentenció—. Acércate, quiero darte un abrazo…
Sonreí e hice su voluntad. Sus brazos me envolvieron. Un delantal sucio de tierra ensucio mis ropas imaculadas pero no me importó. Aprecié cada minúsculo instante de ese momento. Cuando nos separamos, ella dijo;
—Allerick me comentó de una ocasión el viernes, ¿segura, hija mía, de que todo está en orden?