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El día del correo llegó a Hogwarts, varios búhos se veían volando por el aire lanzando cartas y regalos a sus respectivos receptor. Como no, a Nathan le llegó una carta por parte de Nigel, su búho.
No tenía ganas de abrir esa carta, sabiendo ya que era de sus padres sobre el comportamiento que había tenido hacía ya un tiempo en clase de Snape, ese profesor se tenía que chivar de todo; parecía saber que sus padres le trataban de una forma poco agradable.
Harry, quién estaba al lado de Nathan, miró atentamente esa carta que aún seguía sin abrir –y así seguiría hasta unos minutos–. Miró a su mejor amigo, tenía la mirada decaída, dejó la carta encima de la mesa y apoyó su codo en la mesa y su mano en la frente, restregando sus ojos con el dedo pulgar e índice.
Dio un suspiro cansado, miró la carta con algo de miedo, sabía lo que pondría en esa carta. Sabía que sería algo de que estaban defraudados con él. No le quedó de otra que abrirla, tragando duro al desdoblarla y ver que era claramente la caligrafía de su madre.
Harry no despegó la vista de Nathan, veía como leía las letras escritas rápidamente. Su cara iba poniéndose peor al paso de los segundos. Cerró la carta de manera suave, guardó la carta en su bolsillo del uniforme. El hambre se le había quitado por completo, sentía un nudo en la barriga demasiado fuerte. Quería irse de allí, iba a irse de allí.
Antes de que pudiera irse, Harry le habló en un tono bajo para que nadie pudiera escucharle. – Hey, Nay. ¿Qué ocurre? – Preguntó, viendo a los ojos al chico.
Nathan negó, su mirada estaba puesta en su lleno plato. – Lo mismo de siempre. Inmaduro, llamar la atención, desilusión... – Dijo algunas de las palabras que habían mencionado sus padres en esa carta. – Harry, me quiero ir... – Le miró decaído, le pasó su plato de comida a Ron, él siempre tenía hambre y no dudaba en darle su plato si seguía aún con hambre.
Harry le miró con preocupación. – ¿Para qué? – Tenía miedo de que hiciera algo de lo que se pudiera arrepentir, no quería ver a Nathan con ninguna herida más en mi ninguna parte de su cuerpo.
– Tengo sueño, estoy cansado; dormí poco. – Explicó, era cierto. No iba a hacer nada –por ahora– que lo lamentara durante un corto tiempo. Quería estar solo, pensando en sus cosas y el mal hijo que era para sus padres.
Harry asintió. Nathan le dio un pequeño abrazo como despedida, Potter le correspondió al momento, acariciando la espalda recta de su mejor amigo.
Nathan se levantó del asiento, algunas personas estaban viendo como se iba de aquella gran sala, empezó a deshacerse la corbata por la calor y angustia que le estaba dando.
En unos tres días sería el baile de Navidad, se podía notar en el ambiente decorativo que habían hecho con mágica en el Gran Comedor, había copitos de nieve volando, un efecto visual para que pareciese que era real. Todos tenían a su respectiva pareja para el baile; Harry con Jess, Ron con Hermione, Ginny con Neville... Nathan no se paró a buscarse ninguna pareja, él no sabía ni tenía ganas de bailar ese día, solo quería tumbarse en su cama y dormir como nunca, pero sabía que Harry le iba a obligar a ir; le negó cientas de veces e igualmente el Potter se negaba que Nathan se quedara en su dormitorio metido en un día cómo ese. Lo llevaría por las orejas si hacía falta.
