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— ¿Quién mierda la invito? — murmuro Agustín, medio mirando a la ventana de la cocina, apoyando los codos en la enorme isla de madera que había en el centro de la habitación.

— Maxi, probablemente — respondió Marcos, dándole la espalda a Agustín mientras repone la heladera con alcohol — Les dijo a todas las chicas que vinieran, Agu. No sólo a ella.

Agustín hizo un ruido y apoyo la mejilla en el puño, sintiéndose terriblemente apenado mientras veía a Melina y a sus amigas salir del auto fuera.

Pensó que Marcos se refería a que estarían solos cuando le pidió que vayan esa mañana, pero después llamo a Cristian para que les consiguiera alguna drogas y Cristian se lo dijo a Maxi, y después Maxi se lo dijo a todos. Ahora la cabaña estaba llena de gente con la que van al colegio, algunos ya borrachos y medio desnudos en la bañera de hidromasaje para diez personas en el patio de atrás.

Ese lugar solía pertenecer a los padres de su madre, y aunque la echaron cuando se quedó embarazada de Agustín - porque tener un hijo fuera del matrimonio iba en contra de su religión o lo que sea- se lo dejaron a ella cuando su madre murió hace siete años.

La casa era un enorme edificio de dos plantas situado al pie de una montaña escarpada cubierta de nieve, justo al borde del lago en el que solían nadar todos los veranos. Su padre ya no los dejaba subir ahí después de la muerte de su mamá, así que Marcos le robó las llaves hace un par de años e hizo que les hicieran una copia mientras dormía. No la usaban mucho por miedo a que los encuentren, pero su papá no volvería hasta el lunes por la tarde y no había forma de que se entere a menos que se lo dijeran.

Melina entraba por la puerta principal con un par de tacos de 15 centímetros, llevando un abrigo blanco mullido que la hacía parecer una bola de nieve, y Agustín miro hacía otro lado, poniendo los ojos en blanco cuando capto los divertidos ojos de Marcos sobre Agustín — ¿Por qué estás de mal humor?

— No estoy de mal humor — miente, alcanzando su cerveza en el mostrador frente a él, apretando los dientes cuando Marcos la agarra primero y la mantiene como rehén entre sus manos.

— No más hasta que comas algo.

— Maldita sea, Marcos, no sos mi jefe — sisea, odiando y amando a la vez esa estúpida sonrisa en su cara.

— Sí, lo soy — señala, arrastrando lentamente sus dientes sobre su labio mientras le desliza la pizza que han entregado hace un rato — Come.

Agustín finge una mirada y le saca el pedazo más chiquito dela caja, dándole un mordisco infantil y exagerado. Los ojos de Marcos se oscurecen y Agustín lame a propósito la salsa de su dedo, bajando la cabeza para chuparla en la boca.

— Agu...

— Me dijiste que comiera, hermano — se burla, avanzando para hacer lo mismo con el dedo del medio — Estoy comiendo.

— Maldito...

— Eh, chicos — grita Maxi, inclinando la barbilla hacia ellos mientras se acerca con una chica rubia al azar bajo el brazo — ¿Cuál es tu habitación?

— La tercera puerta a la derecha — Dice Marcos, enderezándose un poco para pasarle la bebita a Agustín — Agarra la otra que quieras.

Maxi sonríe y agarra a la chica por el culo, disfrutando de la alegre risita que suelta mientras la lleva hacía las escaleras. Agustín niega con la cabeza y vuelve a mirar hacía adelante, frunciendo las cejas justo cuando encuentra a Matías recostado junto a la pileta, haciendo un gesto entre Marcos y Agustín con una mezcla de confusión e interés.

𝚂𝚄𝙲𝙸𝙾 𝙰𝙼𝙾𝚁 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Donde viven las historias. Descúbrelo ahora