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Esa noche había tormenta, tan fuerte que habían tenido que cerrar la ruta principal que salía del pueblo gracias a un árbol caído que casi golpea un auto en marcha. Se habían suspendido las peleas porque no podían llegar al bosque sin que los vean los policías que vigilan la ruta, entre los que se encontraba su padre, pero a Marcos no le importaba.

Le gustaban las tormentas.

Le hacían acordar a su mamá y a Agustín, a las mantas y al chocolate caliente, a las noches heladas en el sillón frente a la chimenea de mierda, a los tres acurrucados mientras comían pochoclos y veían películas.

Marcos se sacó los auriculares para escuchar la lluvia golpeando la ventana y se recosto en la cama para terminar de escribir la redacción que tenía que entregar el lunes. Consigue escribir unas cuantas frases más, pero no puede evitar que sus ojos se desvíen hacia la puerta del baño, a su izquierda, y que su corazón se hunda un poco más cada vez que piensa en lo que hizo en el colegio el otro día.

Tenía que tener más cuidado con él.

A la mierda.

Tenía que dejar de tocarlo, ahora mismo, antes de que los encuentren con su maldita marca en el cuello.

No cree que nadie lo haya visto, pero, aun así, eso fue una maldita estupidez.

Incapaz de concentrarse con esa horrible mezcla de sentimientos que lo invaden, Marcos abandono su redacción y se levanto para ir al baño. Sabe que no debería, porque necesita parar, pero su cuerpo se mueve solo y no tiene fuerza para seguir luchando.

Estaba harto de luchar.

Empujo la puerta y entrecerró los ojos ante la espesa nube de vapor que llenaba la habitación, frunciendo el ceño cuando Agustín maldice y deja caer el pequeño lápiz negro que lleva en su mano. Su pelo sigue mojado y el agua sigue corriendo, pero no está en la ducha como Marcos creía, como si hubiera intentado engañarlo para que pensara que lo estaba. Completamente vestido con un par de remeras y una capucha, se agacha para agarrar lo que se le ha caído y lo esconde debajo de la toalla atornillada junto al fregadero, bajando la barbilla hacia el pecho para ocultarle la cara a Marcos.

— ¿Qué estás haciendo?

— Yo no... se supone que estás escribiendo — balbucea, acercándose a ciegas a agarrar un par de pañuelos de papel de un lado — ¿Terminaste ya?

— Mírame.

Agustín mueve la cabeza para decir que no y Marcos se acerca a él para cerrar la ducha y apretar sus caderas contra las de Agustín. Lo atrapa entre la encimera y Marcos lo agarra de la mandíbula con una mano, enarcando una ceja cuando la aprieta, cerrándola para asegurarse de que su cabeza permanezca agachada. Sin embargo, Marcos es más fuerte que él y apenas le cuesta dominarlo. Marcos empuja su cabeza hacía atrás con un poco más de fuerza de la necesaria y estudia su pálido rostro, el estado de animo de Marcos cambia rápidamente de cauteloso a enojado cuando ve la mierda negra que cubre sus ojos. Sus propios ojos se oscurecen y le clava los dedos a Agustín en la mandíbula, con las fosas nasales encendidas al ver a su hermano maquillado, mierda.

— ¿Qué es eso?

— Es... — interrumpe, con las mejillas encendidas por la vergüenza y él bochorno — Es delineador de ojos.

— Sé lo que es, Agu — le dice, incapaz de controlar su temperamento — ¿Por qué mierda lo tenes en la cara?

Agustín no contesta, y sólo ahora se da cuenta de lo mucho que tiembla, conteniendo la respiración mientras se apoya en el borde del mostrador a su lado.

𝚂𝚄𝙲𝙸𝙾 𝙰𝙼𝙾𝚁 ; 𝙼𝙰𝚁𝙶𝚄𝚂Where stories live. Discover now