Cap. 2 - ¿Qué es el amor?

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Muchas veces confundimos lo que queremos que pase, con lo que realmente está pasando. Sobre todo cuando se trata del tema del amor. Justo en ese momento en el cual perdemos la cabeza y nuestra cabeza se inventa películas que son más atractivas y parecen más reales que la propia realidad. El amor puede ser muy bonito, llamativo y todas las cosas buenas que una persona se pueda imaginar, pero como todo, también existe un lado negativo. No todo es tal y como nos lo venden cuando somos pequeños o incluso cuando estamos entrando en la adolescencia, y mucho menos como nosotros nos imaginamos que es ese sentimiento.

Cuando somos pequeños nos dicen que el amor mueve el mundo. Crecemos y nos damos cuenta de las cosas, y del hecho que no siempre es así. Poco a poco intentan que compremos la historia de "el amor no duele". El amor duele. Joder si duele. Duele no saber si es recíproco. Duele ver que ambas partes quieren compartir momentos pero la vida no se lo permite. Duele ver a esa persona con otra, haciendo todo aquello que tú querrías hacer con ella.

Luisita sentía ese dolor. Amelia sentía ese dolor.

Ambas eran conscientes de la situación en la que se encontraban, y las cosas que tenían a favor y en contra. Pesaban más las buenas, pero el miedo les frenaba en seco en muchas ocasiones y no les permitía avanzar.

Tanto Luisita como Amelia, se encontraban en el mismo punto, pero ninguna de las dos lo había manifestado. El hecho de haber compartido tantas cosas, les permitía conocer muy bien lo que la otra pensaba, o eso creían ellas, porque era evidente que ambas nunca habían manifestado algo tan sencillo como lo que sentían la una por la otra, cosa que era muy obvia para la gente de su alrededor, pero que respetaban que no dieran el paso.

Hay situaciones que nos dificultan avanzar de la mano de esa persona, y de alguna manera nos obliga a plantearnos si nos hace bien o no. Ellas lo tenían muy claro, pero ahora le tocaba verbalizarlo y lanzarlo al aire, o susurrárselo al oído a la otra. Pero las dos mujeres se morían de ganas de saber lo que sentía la otra.

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Luisita se encontraba en el sofá de su casa observando la pantalla en negro de su televisor. Estaba pensativa, y eso la mayoría de las veces no era muy bueno. Había perdido la noción del tiempo y no sabía el rato que llevaba allí sentada, pero era consciente que estar ahí sentada, le ayudaría a entender más sus sentimientos y pensamientos, y de alguna manera sabría gestionar las emociones que empezaba a ser consciente que sentía. Como también le ayudaría a tomar las mejores decisiones y a actuar. Porque la rubia era más de dejarse llevar por impulsos que de pensar las cosas y tomar una decisión, pero verla en esa tesitura a veces le venía bien para demostrarse que era persona y que de vez en cuando necesita tener los pies en la tierra para seguir adelante, que nada es tan fantástico como parece, pero tampoco tan terrible.

La rubia tenía miedo a admitir que quizás, empezaba a sentir cosas por la morena. Eran muchos años de amistad, muchas confidencias, muchas primeras veces que se habían contado mutuamente... Sabía que a su lado podría volver a vivir todas esas primeras veces de una manera más especial, pero el pensar que quizás Amelia no sentía lo mismo la frenaba en seco, y era en ese momento cuando se abría la puerta a las inseguridades. "Quien no arriesga, no gana." Se repetía en bucle durante unos minutos. Sin darse cuenta, se había creado un nuevo mantra que le ayudaba a relajarse, y a dejar los miedo e inquietudes a un lado.

La psicóloga decidió llevar a cabo una de las prácticas que sugería hacer a la gente que iba a su consulta perdida y no sabía cuál era el camino adecuado.

Se levantó y buscó una libreta nueva. Fue a la habitación de su hija, era consciente que Luna tenía muchas porque ella misma le regaló un pack de libretas para que dibujase, y aún no lo había estrenado. "Cuando vuelva se lo digo, espero que no se enfade", pensó mientras escogía una libreta de un azul celeste, porque ese color no era un azul cualquiera, era su color favorito y no permitía que nadie le llamase de otra forma que por su nombre correcto.

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