Capítulo 19

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Cinco semanas después de la muerte de mi padre, volví a Albia.

No me costó tomar la decisión, no tenía alternativa después del ultimátum de Mimosa, pero no fue fácil dejar Caelí. Las últimas dos semanas las había pasado en completa soledad tras la marcha de Satinne. La insistencia de Eeman de que se fuera a vivir con sus nietos había logrado sacarla del sótano donde había vivido recluida los últimos años. Una decisión complicada, pero con la que pronto se sintió muy satisfecha.

Incluso estando sola, me costó volver. La soledad me había permitido reflexionar sobre mi comportamiento en los últimos meses, y si bien sabía que no podía seguir castigándome eternamente, la repentina pérdida de mi padre me había aportado algo de luz. Iba a volver a Albia, pero una vez pagase mi deuda, desaparecería para siempre. En parte porque no iba a tener más remedio: ser guardiana de una maldición de tal calibre me obligaría a ello. Por otra parte, porque era lo que necesitaba.




Llegué a Herrengarde un sábado, con las primeras luces de la mañana. Viajaba en tren, y aunque llevaba a mis espaldas casi dos jornadas de travesía, me sentía despejada. Regresar a la gran fortaleza del norte me resultaba reconfortante. Caminar por sus amplias avenidas llenas de vida, sentir el aire fresco acariciarme la cara, escuchar las voces de los vendedores y de los niños en los parques... Volver a Albia era sinónimo de volver a la civilización, y me gustaba.

Mientras paseaba sentía que me invadía el ambiente festivo. Aquel sábado era un día muy especial para Herrengarde: se iba a celebrar una gran despedida, y muestra de ello era la decoración de sus calles. Balcones y farolas llenos de estandartes, macizos de flores negras y doradas repartidos por todos los rincones, los escaparates iluminados con los colores de la Corona... y todos, absolutamente todos los ciudadanos, vestidos del mismo tono.

Más que nunca, Herrengarde mostraba su lado más patriota, pero no lo hacían en honor a su Emperador. El esfuerzo de aquel fin de semana era para sus sobrinos, los auténticos Auren de Herrengarde. Porque aquel sábado, después de mucho tiempo de espera, había llegado el gran día en el que Selyna Auren tomaría el tren que la llevaría a Throndall.

Y yo iba a acompañarla.




Después de un par de horas perdida entre el gentío, me dirigí a la fortaleza, donde no tuve demasiados problemas para identificarme en el acceso principal. No solo me estaban esperando, sino que los guardias que aquella mañana custodiaban la entrada me recordaban.

—Llega usted a tiempo, señorita Venizia —me aseguró uno de ellos tras completar el registro—. El tren partirá en cinco horas.

—¿La comitiva está aún en la fortaleza, o ya han salido hacia la estación?

—Se encuentran todos en el campamento de la muralla. Partirán desde allí, desde la estación del extrarradio. Si quiere, podemos solicitar un transporte para que la acerque.

Una chica de no más de veinte años acudió a mi encuentro. Llevaba un rato observándome, en un segundo plano. No era demasiado alta, apenas un metro sesenta, y tenía el cabello castaño repleto de trenzas pelirrojas que parecían relucir bajo la luz del sol.

Me tendió la mano.

—Eres Valeria Venizia, ¿verdad? —preguntó con una gran sonrisa cruzándole el rostro—. Soy Irina Sumer y estoy al servicio de la familia Auren. Lady Selyna me pidió que me encargase de su traslado en cuanto llegase.

Noches de Luna FríaOnde histórias criam vida. Descubra agora