Capítulo 25

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Soñaba.

Soñaba que estaba en Caelí.

La aldea estaba llena. Lo notaba por el humo que salía de las chimeneas, todas encendidas, aunque las calles estuviesen vacías. Oía voces al otro lado de las puertas y veía cabecitas asomadas a las ventanas. Me miraban.

Decenas de niños me miraban

Pero cuando yo intentaba devolverles la mirada, desaparecían.

Cuando entraba en sus casas, no estaban.

Si miraba en sus chimeneas, las veía apagadas.

Pero cuando salía, volvía a oír sus voces y sentir sus miradas. Porque estaban allí, en Caelí... porque Caelí volvía a estar viva. ¿O acaso era solo yo la que estaba viva?

El susurro del viento traía palabras del bosque. Alguien estaba rezando a las dos columnas. Alguien que había vuelto del más allá y quería dedicarle un último instante... una última plegaria.

Era mi padre.

Incluso sin verlo, sabía que era él. Rezaba porque Irene estuviera bien y fuera feliz, porque tuviera hijos y abrazara el futuro con ilusión.

Y rezaba por mí.

Rezaba porque no me perdiera... para que pudiera reencontrar el camino.

Rezaba porque no tuviera miedo.

Pero era tarde...

Era demasiado tarde.

Había empezado a llover y las chimeneas se habían apagado.

Ya no había susurros.

Ya no había miradas.

Ya no había nada

Caelí había muerto.

Mi padre había muerto.

Yo había muerto... y estaba sola. Y estaba asustada.

Pero estaba soñando y aquello era una pesadilla. Incluso estando en mitad del cementerio en el que se había convertido mi aldea, descalza y congelada, sabía que estaba dormida. Sabía que a mi lado estaba Oleq, podía notar su respiración como un latido en la lejanía... pero no podía despertar.

Algo me impedía despertar.

Estaba atrapada.

Y cada vez llovía más.

Rayos. Decenas de rayos iluminaban la noche. Caían a mi alrededor, dibujando círculos en el cielo de Caelí. Los relámpagos trazaban los barrotes de mi jaula, los truenos me ensordecían. Y cada vez había más y más agua. El nivel crecía y empezaba a alcanzarme los tobillos.

Y los rayos no dejaban de iluminar la noche...

Una noche cada vez más oscura...

Una noche que, de repente, se convirtió en un muro de negrura en cuyo interior estaba atrapada. Y cada vez había más y más agua... el nivel me alcanzaba ya las rodillas, y yo seguía allí, quieta, asustada, incapaz de moverme.

Incapaz de despertar.

Grité. Grité con todas mis fuerzas para que Oleq me oyera, pero seguía dormido. Se aferraba a mi cuerpo como si fuera la boya gracias a la que se mantenía a flote. Iluso, si hubiese sabido que en realidad era al revés, que él era el ancla que me mantenía aferrada a la realidad...

Cuánto deseaba que pudiera estar allí.

Cuánto deseaba que me despertase.

Cuánto deseaba que dejase de llover...

Noches de Luna FríaWhere stories live. Discover now